Todavía hoy, mirando desde lejos, se ven sobre el campo dos altísimas agujas que irrumpen en el paisaje pampeano habitual. Son las incomparables torres de la Basílica de Luján. Un regalo de la civilización, dijéramos que un verdadero milagro, en medio de la llanura infinita de Buenos Aires.
Y esa construcción tan inesperada, tan insólita, debía de tener orígenes insólitos. En este caso, dos, ambos vinculados a situaciones ancestrales de nuestra historia gaucha.
El primero, una de esas pocas páginas que aún recordamos los argentinos, la de aquella carreta con dos yuntas de bueyes que en el año 1630 se dirigía hacia Santiago del Estero en un viaje interminable, y que en un punto se clavó en tierra y no hubo forma de hacerla seguir. Hasta que el boyero bajó un cajón liviano entre los que llevaban, y entonces pudo reanudarse la marcha.
No hubo caso, subían la caja y los bueyes se detenían, la bajaban y volvían a arrancar. Cuando abrieron esa caja, encontraron una pequeña imagen de la Virgen vestida de blanco y celeste, que tuvieron que dejar en el lugar, y así nació el culto de la Virgen de Luján. Primero en un rancho humilde, después en un templo más grande, hasta llegar con los años a la increíble Basílica actual.
Pero hay otra página, menos conocida. En 1875, el padre Jorge María Salvaire, de origen francés y de 28 años, capellán de la Iglesia de Luján, había hecho una larga travesía a caballo a Salinas Grandes, a los toldos de Manuel Namuncurá. Pero habiendo llegado a Carhué, los indios, enardecidos por calumnias, lo acusaron de brujería y de haber llevado la viruela. Lo apresaron y saquearon, lo insultaban y, emborrachados, discutían su condena a muerte, que muchos pedían a gritos.
En ese momento el padre hizo tres promesas a la Virgen de Luján, para el caso de que lo salvara en ese apuro: la de escribir su historia, la de propagar su culto y la de construirle un gran templo, que reemplazara al anterior. De inmediato llegó un joven indio que reconoció a Salvaire, lo tapó con su poncho y los demás cambiaron de actitud y lo dejaron ir.
Con los años y a través de mil contratiempos fue cumpliendo sus promesas, y la última y titánica fue la edificación de la gigantesca, gótica y pétrea Basílica, para la que se inspiró en las de su tierra natal, en épocas de crisis, pero en las que colaboraron miles de personas de todas las condiciones. Murió cuando el templo, también diagramado por él, estaba ya en avanzada construcción.
Este fue el doble origen de la actual Basílica de Luján, el centro religioso más importante de la Argentina, adonde llegan inmensas peregrinaciones a pie y otras de gauchos a caballo, y cuya milagrosa imagen, a la que suelen llamar "la Virgen gaucha", inspiró además al general Belgrano para elegir los colores de nuestra bandera.