En el contexto de la encefalomielitis equina hay que recordar que sirva para espantar a los insectos propios y los de los potrillos al pie
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La encefalomielitis del oeste es el tema central en el mundo equino de estos días. Frente a una transmisión que se produce vía mosquitos y tábanos, el principal consejo que recibimos a diario, más allá de el de vacunar, es el de proteger a nuestros caballos con repelentes y caravanas. Esto se debe a que el contagio se produce exclusivamente por las picaduras de estos insectos.
Así llegamos al tema central de esta columna pues encontramos gente que corta la cola al marlo a sus caballos. ¡No! ¡Qué peligroso desacierto! Es como pedirle a nuestros guerreros que vayan a combatir y, antes de salir, obligarlos a dejar sus espadas y lanzas.
Don Pedro, mi abuelo, decía que al que le corta la cola a un caballo, habría que largarlo maneado (atado de manos), a orillas de una laguna.
Las funciones de la cola son múltiples. Una de ellas es la comunicación. Un caballo con la cola levantada habla de alerta. Si es una yegua, puede ser que esté enviando un mensaje de disponibilidad al padrillo, permitiéndole además a este olfatearla mejor. La cola entre las patas habla de miedo. Caminar con las patas abiertas y la cola a medio levantar anuncia una pronta parición. La cola como un plumero y pelada nos señala parásitos.
Funcionalmente cumple un trabajo de balance y búsqueda de equilibrio. Dicen que un salto es técnicamente correcto si, al finalizarlo, la cola está hacia arriba.
Volviendo al tema de la encefalomielitis, la cola sirve para espantar los insectos propios y los de los potrillos al pie.
Ahora que ya conocemos un poco más sobre las colas de los caballos, lógicamente podríamos preguntarnos sobre los motivos que llevan a algunos a cercenarlas así. Pasemos de largo la respuesta de la mayoría que sería un simple “no sé” para adentrarnos en la más preocupante, ligada a un supuesto respeto por nuestras tradiciones.
Empecemos por decir que si las tradiciones no son virtuosas, no habría razón para respetarlas. Pero tomemos por cierto este interés y analicemos la historia. Utilicemos el arte como herramienta. Remontémonos a los albores de la patria con E. Vidal en 1818, sigamos con JL Palliere en 1850, A. Güiraldes en el 1900, Eleodoro Marenco durante el siglo XX y su nieto Pancho Madero Marenco ahora en el siglo XXI. A través de estas obras vemos que la argumentación histórica de la cola corta es fácilmente rebatible.
Recordamos también anécdotas, como la del general San Martín que ordenó cortar las colas porque no podía controlar el robo de sus caballos y así se volvían más identificables.
En cuanto a razones prácticas, podemos mencionar la cola al garrón en el Litoral, en zonas de esteros y bañados donde una cola larga, que estaría siempre mojada, castigaría constantemente al jinete. Pensemos también que la efectividad al espantar se logra con la velocidad de la cola que, estando seca, es mayor. Podemos citar a Bartolomé Mitre confirmando esta usanza cuando dice “un arrogante caballo bayo con la cola al corvejón”, refiriéndose al caballo del general San Martín en San Lorenzo.
Pero una cosa es al garrón y otra al marlo; cuando digo al marlo, hablo de gente que amputa las últimas dos vértebras coccígeas para hacer todavía más corta la cola. ¿Acaso creemos que podemos mejorar el maravilloso diseño que trae el caballo al nacer?
Dichas vértebras cumplen un muy preciso trabajo en el equilibrio del animal. Su ausencia obliga al caballo a modificar la altura en la que coloca la cabeza. Tan sublime es la excelencia biomecánica del animal que dicha atrocidad modifica su centro de gravedad.
Hemos podido rebatir todas las razones esgrimidas para pretender justificar un corte de cola. Pero existe una que, a mi entender, es tristemente la principal.
Si bien la cola larga da más trabajo, empuñar la tijera es incurrir en un pecado capital. Hablamos de “pereza” o “vagancia”. Que los abrojos, cepa caballo y rosetas… Que si la cepillamos mucho se afina porque pierde cerda y si lo hacemos poco, parece descuidada. Que el jabón blanco le quita brillo y el de glicerina atrae el polvillo. Que si lo largo un tiempo al campo, me vuelve con porra y mil y una contras más. Pero ¿qué más cercano a nuestro corazón campero que pasar por detrás y agarrarlos de la cola? ¿Qué magia supera la cadencia de esa cola al nudo, al alejarse al trotecito?
He compartido mi inquietud sobre un tema al que habría que prestarle la atención que merece. Imagínense a Tornado, el caballo del Zorro, con la cola cortita. Su Señoría, está todo dicho.
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