Se trata de Colombo y Magliano, una empresa que cumple 85 años y pudo sobreponerse a los distintos cambios de la economía del país; el legado familiar intacto y lo que viene para adelante
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Mucha agua pasó bajo el puente luego de ese viaje que realizara en 1937 Julio Colombo de La Pampa a Buenos Aires para vender en el mercado de lanares una tropa de borregos. Ese momento fue el puntapié que cambió para siempre la historia de la familia.
Fue en 1937 cuando el joven de 22 años llegó a esa plaza comercializadora en Avellaneda y observó como una firma consignataria prestigiosa le compraba sus animales a $8,5 y pocas horas después se daba vuelta y los vendía a $12.
Entusiasmado, volvió a Eduardo Castex y le dijo a sus hermanos mayores: “Muchachos, si queremos defender nuestros productos y la de los hijos de los inmigrantes que están produciendo y comprando campos en la zona, tenemos que ir a representarlos a ellos en Buenos Aires”.
Poco duró su ilusión cuando Juan Colombo, el mayor de todos, le tiró por tierra su idea: “Mocoso, andá a subir los lienzos de lana y no hables estupideces. Ni locos vamos a poder pelear contra esos monstruos que hay en Buenos Aires”.
Pero el tesón y la perseverancia del más chico de la familia daría sus frutos dos años después cuando, recién casado, a los 24 años, decidió mudarse a vivir a Buenos Aires. Llegó en tren, se alquiló una casa en Garay y Boedo y se puso de consignatario, junto a su cuñado Magliano, como socio. Así nació la firma que hoy está cumpliendo 85 años de vida.
Enseguida, sus cuatro hermanos, Juan, Defenda, Carlos José y Delia, decidieron apoyarlo, mandando sus animales desde La Pampa hasta integrarse a la sociedad en partes iguales. “Se acoplaron y comenzaron a tirar todos para el mismo lado. El tío Julio tenía mucho carácter pero, con una gran inteligencia y generosidad con sus hermanos, compartió la empresa entre todos”, dice a LA NACION, Carlos José Colombo, de la segunda generación.
En un principio solo fue la comercialización de ovinos en Avellaneda junto a una barraca de lanas a unas 10 cuadras de ese mercado, pero luego sumaron de a poco a los vacunos y los porcinos en el exMercado de Liniers.
Con 16 años, en los años 60, Elvio Colombo, hijo de Julio, ingresó a la empresa que fundó su padre. Como buen alumno que era y un gran promedio en el Colegio Carlos Pellegrini, los últimos dos años decidió estudiar de noche y trabajar de día. Su incorporación a la consignataria fue casi “de prepo”.
“Yo tenía 10 años y a su vuelta del mercado, un día mi padre le preguntó a mi madre donde estaba yo (que estaba aprendiendo piano en el Conservatorio) y cuando volví me dijo que tenía que dejar eso y debía acompañarlo al mercado de lanares. Eran muy machistas en ese tiempo. Ahí empecé a arrear tropas con el sonajero. Si bien cuando me recibí de la secundaria empecé a estudiar, enseguida mi padre me compró un coche para que salga a recorrer y visitar clientes. Así fue que me arreó a la firma”, describe.
“Como papá tenía mucho carácter y yo también, un día, para no chocar más conmigo, decidió dejarme a mí rematando en el mercado y hacerme cargo de todo. Fue muy inteligente”, agrega.
Sin embargo, en los 70, la creciente liquidación de majadas de ovejas paridas que iban al mercado encendió una luz de alarma en los Colombo que vislumbraban el final de ese negocio y despertó la necesidad de buscar un rumbo más promisorio con los vacunos. Eso los llevó al NEA y, con la visión de diversificar los negocios, con el tiempo también compraron campos.
Con 83 años, Néstor Nervi Colombo también pertenece a la segunda generación. Se sumó a la firma en la década del 60, porque su padre, casado con Delia Colombo, ya trabajaba allí. De muy joven, junto a sus tíos, comenzó a rematar cerdos en el viejo Mercado de Liniers. “Fui aprendiendo el estilo de subastar de mi tío Juan Colombo que me decía ‘vos chiquito, metele para adelante, nomás’. Y así hice fue, me enseñaba a tomar las ofertas en los corrales hasta que aprendí y me largó solo. Para mi fue una gran satisfacción empezar a rematar siendo un muchachito joven”, cuenta.
Pero el camino de la consignataria no iba a ser perfecto sino más bien serpenteante. Y fue la crisis de los 90 que los iba a golpear duro, al igual que a otras consignatarias. Varias firmas del sector de mucho renombre quebraron y fueron cerrando sus puertas.
“De 90 casas consignatarias que había en el mercado en ese entonces solo quedaron 30. Pudimos sobrevivir gracias a todas las familias de los socios que hipotecaron sus casas donde vivían y los campos de La Pampa. Fue un gran esfuerzo de las tres familias que nos quedamos y pusimos el hombro, otras tres prefirieron irse”, detalla Elvio.
“Mi padre me decía que primero había que hacer un semi cierre de la empresa y luego una apertura de una nueva consignataria. De 125 empleados, bajamos a 25. Fue muy dura la cosa”, añade.
Tercera generación
Un par de décadas atrás, la tercera generación comenzó a asomarse en la empresa. Ya era tiempo para que los más jóvenes, con el mismo espíritu de armonía, unidad y cordialidad que pregonaba la familia, empiecen a desandar el camino de sus abuelos.
Carlos José destaca su satisfacción de haber compartido y aprendido de la primera generación y también de haber transmitido a la tercera generación sus saberes y el respeto por los espacios de cada uno para que no haya desavenencias.
Desde chico, Juan Pedro Colombo, hijo de Elvio, amaba el campo y la agricultura, por eso estudió Agronomía y arrancó trabajando en producción de los campos de la familia. Vivía ahí y se dedicaba al 100% pero ocho años después, casi por casualidad, se vio arriba de un atril, martillo en mano, rematando en una feria en Bahía Blanca. En el 2002 se volvió a vivir a Buenos Aires ya para dedicarse de lleno a la actividad.
“Y la vida me fue trayendo a la empresa. De a poco empecé a acompañar a mi padre a todos los remates, a viajar al sur bonaerense y al norte del país. En un principio la consignataria estaba en plan de achicamiento, pero luego empezamos a darle empuje y comenzamos a crecer lentamente en periodo de 25 años”, señala.
Hoy la firma tiene 70 representantes y se triplicó el volumen de venta de hacienda. Juan Pedro señala que la consignataria debió adaptarse no solo al cambio generacional sino también a la vertiginosa transformación tecnológica del negocio.
Carlos “Carle” Colombo (h) hizo su ingreso a la empresa en un momento, donde el panorama que le daba su padre y sus tíos era “negro”. “El consejo que nos daban era que estudiemos y que nos hagamos de un oficio porque la consignataria parecía tener fecha de vencimiento y no era una opción. Estudié Técnico en Producción Agropecuaria en la UCA y en los tiempos libres para no andar vagueando por ahí, iba al Mercado de Liniers a la mañana que era lo que mamé de muy chico en todas mis vacaciones que acompañaba a mi padre”, detalla.
“En el 98, dos días a la semana y los veranos enteros estaba en Liniers. Y en el 2000 quedé como efectivo en el mercado que me encantaba. No me veía martillero porque me daba bastante vergüenza pero un día me largaron solo: primero remataba las categorías de vaca flaca y conserva y luego me fueron dando más espacios. Con 21 años, tuve que imponerme entre esos varones del conurbano en el mercado, no fue fácil para mi”, agrega.
Nunca desde sus inicios ni a Juan Pedro ni a Carle, siendo tan jóvenes, le fue una carga portar el apellido. Enseguida, cada uno con su personalidad, supieron hacerse de un nombre, de un lugar en el sector y de un estilo para rematar.
En el 2007, iba a ingresar más sangre joven a la consignataria y fue Federico Colombo, hijo de Carlos José, que arrancó aprendiendo en Liniers con su hermano Carle. Pero, al año siguiente, por idea de Elvio, se pasó a la sección cereales de la firma: “En el 2020, con la pandemia, se reconfiguró el tablero y me pasé a la parte administrativa financiera de la casa central y acá estoy ahora trabajando”.
El futuro
Para Elvio, el desafío que viene será continuar en la posición de liderazgo que tiene la empresa, porque “es fácil llegar, pero después cuando uno está en la cima mantenerse es más difícil todavía”. “Mi deseo es mantenernos en armonía, en respeto mutuo, en el cumplimiento del compromiso contraído y seguir con este nivel de ventas”, dice.
Juan Pedro coincide con su padre y señala que tienen un gran desafío por delante; pero sabe que mucho depende de cuestiones externas a la empresa familiar, de lo que pasa con la macroeconomía en el país.
“Más allá de que se mantengan muchas cosas básicas como el trato entre personas, que es irreemplazable, las cosas en el sector agropecuario se van modernizando y la tecnología va a jugar un papel importante en un sector donde los costos de comercialización tienden reducirse en el mundo entero y en la Argentina también. Hay que ser cada día más eficientes y estar mejor preparados para lo que viene”, destaca.
En esa línea, Federico asegura que el mercado y la forma de comercializar está cambiando y que como empresa de servicio ya vislumbran que el cliente va a tener otras demandas de servicios: “Estamos hace un año trabajando en la transformación digital, para mejorar los procesos para mejorar y estar a la altura de este cambio de paradigma”.
Para Carle, en 85 años el mayor atributo que tuvo la firma fue reinventarse permanentemente desde el arranque con los lanares: “Fue adaptándose a los diferentes escenarios, gobiernos, dictaduras, economías, hasta pandemia que hubo en la Argentina y hoy seguimos acá por grandes decisiones que se tomaron en cada momento”.
Por último, Carlos José les dio un consejo a las futuras generaciones:“Traten de copiar lo que nosotros hemos hecho, que se respeten unos a otros y busquen ponerse de acuerdo en todo, porque esa es la clave esencial del éxito de cualquier compañía”.
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