Fue majestuosa, impresionante, en el medio del parque de la Santa Lucía
Fin de campaña
Qué tiempos los que se fueron, / casa vieja y bien querida / y hoy que te veo vencida / no tengo con qué ayudarte / más que el recuerdo y la pluma / en este reto, agobiante.
Cómo no olvidar la torre, / majestuosa, impresionante, / allá en el medio del parque / y con esa cruz arriba, / la pucha si me parece / que hasta el molino perdía.
¿El palomar? Uf, quedaba abajo desde tanta imponencia. A veces creo que hasta las palomas y los búhos se peleaban para ver cuál mejor casa tenía. Y la recuerdo a Rosalía, mucama de los patrones, subir tantos escalones, porque la patrona quería que el tañido de la campana se oyera a las doce en punto en todos los mediodías.
Bueno, al piso alto se llegaba por escalones de material. Eran tres losas las que había que subir arrancando desde abajo allá en la antecocina, donde en el sótano aguardaba todo lo que se necesitaba.
Bueno: el pabilo con sus velas; mechas de amianto para los faroles; fósforos Ranchera, bien de cera; latitas de extracto de tomate; otras de jamón del diablo; unas latas de conservas; litros de damajuanas y, por lo menos, un cajón de yerba mate, otro de mucha salmuera, azúcar a granel, fiambre seco, marsala y porrones de ginebra. También, seis botellas de Armagnac, no fuera que hubiesa invitados. Por eso, además de los platos enlozados estaban los Willow y los cubiertos de plata.
En el resto de la casa el parquet dejaba su ruido. Del living al comedor, el roble se hacía mesa y las chimeneas se lucían repujadas en sus costados con un bronce iluminado. Siete cuartos; tres baños con caldera: el escritorio; sábanas de hilo, mantas de alpaca, dos eskabes nuevos y unas lámparas a kerosén de opalina verde. La galería estaba tan lustrada que hasta los sapos pedían permiso para entrar y, a la hora del sereno, queso, paté, copetín. Al mediodía del verano, un festival de choclos y manteca, y casi todas las noches, escalopines, pavo caliente que traía el peón de patio, sopa, dulce y cognac. Si lo veo al patrón con la copa, en el berguer de orejas, mirando el fuego y la boca de cristal de una copa de vidrio tibio.
Qué tiempos los que se fueron, casa de la Santa Lucía, bien cerca de allá en el Rancul, rastros de la Pampa mía. Por Lucía que sos, jamás me atrevería a preguntarle a una mujer qué fue lo que le pasó. Te vi, de lejos, desde la calle. Me dijeron que nadie se acuerda del sillón del patrón ni de la Rosalía. Que te vendieron y que en la galería sale pasto desde los bordes de las baldosas.
Me dijeron. ¡La pucha que lo partió, qué cosas dicen! Que la torre ya casi no tiene escalones, que la campana desapareció y que los murciélagos bailan a un ritmo del "qué sé yo". Que el parquet se vino abajo, que alguien remató el reloj, que no queda la vajilla, el sótano se inundó y que aquella alpaca, toda desapareció.
Pero la tradición sirve, épocas de esplendor, el tañido de la torre Casa Vieja, qué sé yo y todos los que por ahí andamos nos arrodillamos por vos.