Era una tarea campera que requería de una particular pericia de los jinetes; hasta el célebre Irineo Leguisamo se animó a hacerla
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Sobre una monografía del ñandú, escrita en la Gaceta Mercantil en mayo de 1848 por Francisco Muñiz, refiere con elogios Domingo F. Sarmiento en el tomo XLIII de sus Obras: “…conviene que nuestros hacendados conozcan la historia y costumbres de este productivo animal, que hace poco tiempo forma parte del ganado que puebla las estancias y embellece y anima el paisaje con su presencia…” y acota “El Dr. Muñiz, después de haber agotado la materia en la descripción del ñandú, concluye por darnos una completa idea de una “boleada” de avestruces según las buenas reglas del “sport” indígena”.
Antaño, a campo abierto, varios hombres de a caballo se dividían las tareas entre punteros, laderos y culateros, formando un cerco, procurando tener una cantidad disponible de avestruces para bolear en un reducido espacio. En aquellos tiempos animal boleado era desplumado y carneado.
Con relación a la boleada es propicio recordar lo manifestado por Raúl L. Carman, experto en fauna argentina: “.. al ñandú se lo capturaba con boleadoras que se le arrojaban al cuello después de perseguirlo a toda carrera con el caballo”
El 22/11/1821 Rivadavia prohíbe la caza del avestruz y en 1852 Urquiza reglamenta los bienes de Campaña estableciendo en su artículo 25 la prohibición de cazar avestruces. Posteriormente el Código Rural en su artículo 259 establecía que el avestruz pertenece al dueño del terreno que habita.
La llegada del alambrado, la subdivisión de campos, la agricultura intensiva y sobre todo los cazadores furtivos fueron colaboradores de la extinción de la especie.
Válida es la aclaración de Alberto Martín Labiano en su libro Los Avestruces manifestando que fue diversa la actitud del estanciero ante el ñandú en sus establecimientos. Estuvieron aquellos que los consideraban depredadores y devoradores de campos; aquellos que los protegían dando un toque tradicional al establecimiento y otros que buscaron una forma de obtener alguna ganancia con las plumas.
Las plumas
A principios del siglo XX la desplumada de avestruces, en muchas estancias, estaba agendada como una tarea campera. Así las cosas, aparecieron cuadrillas que pagaban por realizar una desplumada en alguna estancia con considerable cantidad de avestruces, con la finalidad de llevarse una importante porción de plumas. Ocasión que se daba entre fin de mayo y septiembre; el día previo se preparaba la manga que era una red de una fuerte soga de un poco menos de dos metros de alto sostenida por unas varillas de hierro clavadas al suelo, un lado podía coincidir con la línea del alambrado. La manga en forma de V termina en el vértice con un corral, del mismo material, que se utiliza para introducir los avestruces a desplumar.
De madrugada se comienza a arrear de a caballo los avestruces, dependiendo de la distribución de los potreros muchas veces se cortaba un tramo largo del alambrado para facilitar el paso, era pintoresca la atropellada final para ingresar a la manga, puro grito y revoleo de ponchos. Carmen P de Perkins en Éramos jóvenes …seguimos andando el siglo y yo, relata: “Todo este trabajo es de notable colorido, con primitivo alarde de coraje y baquía…. Si el patrón corona la jornada autorizando la boleada de algunos ñanduces que logran escapar, entonces sí que se lucen los criollos…”; comenta, además, la participación de Irineo Leguisamo en una desplumada en la Estancia El 29, cuya imagen nos permite ilustrar esta nota.
Al corral de encierre se ingresaba únicamente de a pie, y sobre cómo se extraían las plumas, en un interesante escrito de Edmundo Wernicke publicado en el boletín de la Sociedad Argentina de Estudios Geográficos de 1947, titulado “Notas zoogeográficas a la desplumada de los avestruces en las llanuras argentinas…”, comenta que: “Toman del corral de encierre un avestruz entre dos peones, uno de ellos “se afirma de rodillas en el suelo quedando el avestruz debajo de sus piernas pero sin recibir el peso del hombre, que ante todo observa si se hallan bien colocadas las patas en su posición natural, pues se desarticulan con suma facilidad en las rodillas. Mientras el primer peón mantiene tiesas las alas, su compañero arranca las plumas respectivas, las guarda en forma de abanico abierto y luego coloca en éste las plumas finas de los sobacos y de ambos lados del anca”.
La producción de plumas se utilizaba para la confección de plumeros, había varias empresas que se dedicaban a la desplumada y fabricación de plumeros, pero con el tiempo la desplumada fue tercerizada y quedaron en la década del 70 del siglo pasado algunos plumereros; en Almagro estaba Humberto Lippo que hacía unos 100 plumeros diarios, en Colegiales Zanoni Hermanos, y la familia Petrizzo, entre otros.
Bien dice Wernicke sobre la desplumada:”…alegre escena campestre cuyos vivos colores deben ser retenidos por el pincel nacional”.