"En las afueras del pueblo, a unas diez cuadras de la plaza céntrica, el puente viejo tiende su arco sobre el río, uniendo las quintas al campo tranquilo". Así empieza Don Segundo Sombra y ahí mismo nos sentimos trasladados al campo argentino, en medio de esa llanura infinita. Es realmente un campo ya tranquilo el que después recorren el adolescente Fabio Cáceres y su padrino don Segundo. Y a lo largo de sus andanzas y a medida que el joven crece se va creando entre los dos una amistad profunda, que da gran parte de su sentido a la obra.
Al final, cuando don Segundo no aguanta la quietud de la estancia y necesita irse, ambos paisanos se separan definitivamente y el relator termina ese inolvidable pasaje, y el libro, con aquella frase tan dolorosa como recordada "Me fui, como quien se desangra". Un relato donde la amistad tiene ese protagonismo fundamental, surgida de la admiración que siente el joven por un lado y la paternidad que desarrolla su padrino por la otra, y cuya intensidad se siente tanto en esa despedida final. Amistad que uno imagina templada por la noble personalidad de don Segundo y curtida en la huella, al aire puro del campo.
Diferente es el vínculo que se crea en el Martín Fierro entre el protagonista y el sargento Cruz, el sentimiento más fuerte que se describe en el magistral relato poético. Aquí la amistad surge inmediatamente, en un solo acto, que es la inusitada y heroica gauchada de Cruz cuando salva la vida a Martín Fierro, movido por la rebelión ante la injusticia. Después huyen juntos y se pierden en el mundo de los indios en las también inolvidables estrofas finales de la primera parte del Martín Fierro.
En la Vuelta los encontramos viviendo en una toldería y cuando su amigo muere por la peste y lo deja solo en ese mundo atroz, el dolor de Fierro es inmenso y cuenta "De rodillas a su lado/ yo lo encomendé a Jesús;/"faltó a mis ojos la luz,/ tuve un terrible desmayo;/ caí como herido del rayo/ cuando lo vi muerto a Cruz". Las circunstancias tan duras han convertido esa amistad en hermandad y muestran el costado más humano de Fierro, en medio del infortunio.
Por el contrario, jovial, picaresca y que traduce en buena medida el humor habitual entre quienes se tienen aprecio y confianza, es la amistad que se advierte a lo largo de todo el relato tan simpático entre los paisanos don Laguna, el del "overo rosao", y el Pollo, el que vio al diablo, en el Fausto criollo.
Sobre este gran poema gauchesco dijo Jorge Luis Borges: "Pasan los hechos, pasa la erudición de los hombres versados en el pelo de los caballos; lo que no pasa, lo que tal vez nos acompañe en la otra vida, es el placer de la contemplación de la felicidad y de la amistad. Y ese placer, quizá, es la virtud central del poema". Siempre la amistad, como protagonista de los tres principales libros gauchescos argentinos.
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