El resultado económico esperado de la producción de granos se resintió respecto del pico de otoño de 2021
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Con el avance del almanaque, la agricultura podría dejar de ser una gran alternativa de inversión para capitales urbanos que quieren diversificar su portafolio con una actividad segura y que genera dólares.
Desde fines de 2020 y durante los primeros meses del corriente año, se multiplicaron las consultas a las agrupaciones de siembra y a las consultoras, para ver cómo aprovechar una combinación ideal: ¡pum para arriba! en el precio de los granos y costos de producción cercanos a los históricos, una situación que no se podía dejar pasar.
En noviembre de 2021 ya no es lo mismo. La agricultura está perdiendo el atractivo económico por la aparición de dos filos de una tijera: caída de precios internacionales y estrepitoso aumento de los insumos que conforman los costos de producción.
Entonces, baja la espuma y se vuelve a una situación más parecida a la histórica, en la cual los actores principales volverán a ser los agricultores genuinos. Ellos saben que, como en años anteriores, deberán movilizar muchas toneladas de arena para obtener algunas pepitas de oro, pero están acostumbrados a ello; es su trabajo desde hace muchos años.
Un escenario complicado
En mayo de 2021 la soja llegó a 602 dólares por tonelada en el mercado de Chicago. En noviembre se derrumbó a 440 y no hay señales de una recuperación inmediata importante. Algo parecido pasa con el precio del maíz.
En el terreno de los costos, la urea valía alrededor de 500 dólares por tonelada en la primavera de 2020 y actualmente se catapultó a 1140 por encarecimiento del precio de la energía, cierre de plantas en China y suspensión de exportaciones en Rusia, entre otros factores. Algo semejante ocurre con los fertilizantes fosfatados.
Las materias primas de los fitosanitarios necesarios para proteger los cultivos aumentaron del 40 al 60% durante octubre por causas parecidas y problemas logísticos y encarecimiento de fletes marítimos.
Internamente, la ecuación de la agricultura se complica aún más por las intervenciones oficiales en los mercados internos -por ejemplo, maíz y trigo-, lo que determina que los compradores operen con desconfianza y paguen menos de lo que deberían operando “con el freno de mano puesto”. Estas intervenciones permiten que los países competidores aprovechen negocios que la Argentina pierde.
Con la “foto” actual, hay zonas como el NEA, el NOA, el oeste de Córdoba y el sudoeste de Buenos Aires en las que los resultados esperados para esta campaña son inferiores a los rendimientos financieros que se obtienen en los mercados bursátiles, donde incluso no existe el riesgo climático-productivo.
En síntesis: en el mundo pospandémico están apareciendo nuevos fenómenos que afectan a todos los países y que impactan negativamente en el resultado de la actividad agrícola. En la Argentina hay que considerar, además, cepos y regulaciones arbitrarias a la libre comercialización que no reducen la inflación, pero enrarecen y generan incertidumbre entre los operadores del mercado. Por todo eso, el resultado económico de la producción de granos en la Argentina bajó varios escalones en las últimas semanas, lo que determinó que sea menos visible en los radares de los inversores de cartera para la campaña 2022/23.
Hacia delante, la situación vigente podría modificarse según la evolución de cuatro variables principales: precio de los granos, costos de producción, valor de los arrendamientos y presión impositiva.
De los cuatro, se pueden proyectar como poco probables bajas inmediatas en los costos de producción y en los impuestos. En cambio, es posible que pueda haber algunos retrocesos en el valor de los arrendamientos, sobre todo en zonas más alejadas de los puertos y de menor potencial de rendimiento, aunque, por ahora, esa cuestión es un interrogante que habrá que chequear y validar en 2022. Finalmente, la evolución de los precios dependerá de la evolución climática en el mundo y en la Argentina, y del nivel de la demanda durante la campaña 2022/23, algo que hoy no se puede determinar.
Con todos estos interrogantes, no sería descabellado pensar que la agricultura de los próximos años deje de ser la primera opción de inversión, sobre todo para inversores que no son del sector, que quizás limiten su exposición al riesgo agrícola. Vale destacar finalmente que, en las decisiones no solo se espera el desenlace de las cuatro variables clave del negocio, sino también la evolución de la política, principalmente cuál será la orientación económica que impulsará el Gobierno tras el resultado electoral.
El autor es analista de mercados y gerente general de AZ-Group
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