Amante del progreso, tuvo la chacra Manantiales, en Chascomús, para la que importó en 1856 seis reproductores Shorthorn
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Se cumplió el 12 de octubre pasado el sesquicentenario de la muerte de don Juan Nepomuceno Fernández, uno de esos estancieros progresistas y desconocidos, salvo por el nombre de una localidad o una parada ferroviaria, dueños de grandes extensiones en las que buscaban “rincones” donde los accidentes geográficos (mar, ríos, lagunas, y arroyos) servían para limitarlos. Tiempos bravos de rejuntar hacienda cuando se alzaba en tiempos de sequía, levantando con el viento grandes polvaredas o con la mosca que atacaba en verano.
Había nacido en Buenos Aires el 17 de mayo de 1798, único hijo de don Manuel, natural de Almagro, cerca de Toledo, que vino a tentar suerte, y de la porteña doña María Josefa Chávez Arroyo, de antiguas familias locales, con lazos en la provincia de Salta.
El muchacho fue educado en el Colegio de San Carlos, y casi nada se sabe de su juventud, pero suponemos que estuvo dedicado al comercio. Algo maduro, el 12 de junio de 1830 se casó en la iglesia de San Ignacio con su pariente Josefa Coronel Fernández, de 19 años. Seguramente la dote de la novia ayudó al progreso del matrimonio y aportó el capital necesario para un hombre con ganas de trabajar; ya que su suegro, don José María Coronel, que vivía en la calle Potosí (Alsina) 85 de la vieja numeración abonada 186 pesos de contribución anual, ubicándose entre los dueños de un buen capital. El matrimonio tuvo cinco hijos, que llegaron todos a edad adulta.
Hacia 1839 don Juan, adquirió en el recién creado partido de Lobería Grande, trece leguas de campo, en una zona donde el indio era todavía dueño y señor, bien fuera de la línea de frontera; tierras que pobló con ganado. En 1847 el negocio prosperaba ya que adquirió al Gobierno otras 19 leguas. A estas tierras habría de agregar en 1867 otras 6 leguas más, completando de ese modo 95.000 hectáreas pobladas por hacienda criolla. No resultó en principio fácil la empresa, ya que a las convulsiones políticas de la época se agregaban las invasiones de los indios, con el avance y retroceso, hasta que recién hacia 1860 se pudo establecer ordenadamente; a lo que debemos agregar los pumas y las jaurías de perros cimarrones que atacaban la hacienda.
Mejora de las razas
Se le debe entre otros a Fernández el refinamiento de las razas, y decidido a mejorar esa fuente de riquezas, él mismo fundó su cabaña Manantiales, en 1856 en Chascomús, una de las primeras establecidas en nuestro país, con un plantel importado de dos toros y cuatro vacas Shorthorn, llevando el mismo un registro de la producción del establecimiento.
Digamos de paso que dos hijas de Fernández, Teodelina y Juana Adelia se casaron con dos hijos del general Carlos de Alvear, Diego y Emilio, mientras que Josefa lo hizo con José Toribio Martínez de Hoz; por lo que la cabaña “Chapadmalal” se fundó con planteles puros de “Manantiales”, lo mismo que la de su nieto Camilo Emilio de Alvear, según lo consigna Vicente Osvaldo Cutolo. A la muerte de don Juan Nepomuceno sus hijos continuaron la tradición rural.
No fue un hombre que actuó en la función pública a excepción de un breve paso en 1855 en la Comisión de la Aduana de Buenos Aires. Pero interesado en la actividad privada, para “promover por todos los medios posibles” la mejora de los pastoreos y los rodeos fue uno de los 13 individuos que el 10 de julio de 1866 fundaron la Sociedad Rural Argentina; que ya había profetizado en 1801 Félix de Azara al aconsejar “un medio de fomentar los ganados es establecer una junta o sociedad? porque son su único tesoro”.
Fue Juan Nepomuceno Fernández uno de los pioneros a quienes corresponde el honor de haber transformado en los tiempos iniciales la riqueza ganadera del país. Lograron en esos establecimientos levantar los galpones de ladrillos vista, e instalar en el país las modernas normas que indicaban los especialistas europeos. Esos pioneros merecen su nombre en el basamento de un monumento que recuerde a los que hicieron la ganadería argentina.
Su hija doña Josefa Fernández, viuda de Martínez de Hoz se casó en segundas nupcias con el militar portugués Juan Fonseca de Vaz, conde de Sena. Conocida como la Condesa de Sena el 28 de marzo de 1909 remató 1000 hectáreas de su campo, que fue el origen de una colonia o pueblo que llevó el nombre de su padre. Los lotes vendidos a precios muy razonables fueron una notable experiencia de trabajo, que a los pocos años de labor honró al pionero de esos campos don Juan N. Fernández, generando progresos trascendentes en medio de la pampa a la que él había contribuido a conquistar con el lazo y el arado.
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