Cuando la inquina contra el agro se disfraza con la piel de cordero de la equidad, estamos en presencia del histórico resentimiento o de la desesperación por obtener recursos para continuar con el espejismo de una mejor distribución del ingreso.
Más bien, de ambas cosas, mezcladas o entrelazadas. la agraria es de por sí una actividad de resultados inesperados. por esencia, la renta es inesperada. así como hay ganancias, también hay pérdidas. Y ambas son inesperadas. Es pura perversión la que asumiría el Estado, en caso de aplicar un impuesto a la ganancia inesperada, como si la actividad no tuviese periódicamente pérdidas inesperadas.
Hoy, el Gobierno habla del ingreso inesperado. Y al hacerlo, no solo omite su contrapartida, la pérdida inesperada, sin contabilizar el acentuado aumento en los costos, a raíz del incremento de los precios de agroquímicos y fertilizantes, de combustibles y de fletes terrestres y marítimos. No se trata de dejar que el mercado opere caprichosamente, pero tampoco de relegarlo a una posición secundaria. En la asignación de recursos y en el estímulo a la producción, el mercado tiene la última palabra. Sin embargo, el Gobierno insiste en incrementar el dirigismo que es lo mismo que apagar el fuego con nafta.
El mercado es una suerte plebiscito diario por el que los consumidores deciden comprar o abstenerse. así se van estableciendo los precios. por ello ¿con qué autoridad puede el Estado definir cuándo hay ganancia inesperada? Pero, con evidente arbitrariedad, apunta a ello.
El escenario competitivo argentino es dual. Y en el eslabón agrícola no está la excepción. por un lado, están los operadores que actúan dentro del esquema formal y, por otro, los que lo hacen en el informal. Estos últimos son los que desarrollan todo tipo de culturas oportunistas.
El oportunismo es una tradición en los negocios argentinos. Y lo es como consecuencia de la acción arbitraria e intempestiva de los gobiernos. para el oportunista no hay principios ni convicciones a la hora de ganar dinero Se trata de una suerte de creatividad para violar las normas éticas, y generar comportamientos tales como tergiversar, mentir, defraudar, sobornar y ejercer el contrabando. Y el que proporciona el aceite para que esta maquinaria funcione es el propio Estado.
Hace rato que el aumento de los impuestos no es la solución para el problema del déficit fiscal. El problema se soluciona atacando las fuentes del despilfarro y la corrupción del sector público nacional; y el de las provincias y los municipios, además de los organismos y empresas públicas. Ciego frente a la realidad, el Gobierno persiste en la dirección histórica.
En consecuencia, la creciente carga impositiva ahuyenta las inversiones y estimula el trabajo en negro y el contrabando. Es difícil -por no decir imposible- que haya personas dispuestas a esforzarse, a hacer inversiones de riesgo cuando domina la incertidumbre y donde el relativismo moral es la base de los acuerdos y las emergencias son invocadas para desplazar los derechos de propiedad e incrementar los tributos.
Como bien afirmaba Julio H. G. olivera, quien fuera profesor de economía de la UBA: “la incertidumbre atribuible a la inseguridad engendra previsiones de pérdidas de capital que deprimen todo esfuerzo productivo.” así estamos, los argentinos. Siempre atemorizados. Siempre sorprendidos.
Como dijera Borges: “Si de algo soy rico es de perplejidades y no de certezas” (conversaciones con Jorge Luis Borges, Richard Burgin).
El autor es director de Consultoría Agroeconómica (CAE)
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