La producción de granos en la Argentina desde 1970 a la fecha se multiplicó por más de 6 veces. ¿La receta? Seguramente la respuesta más adecuada pasa por el aumento de la productividad vía el conocimiento y la tecnología aplicada. Pero, detrás de toda gran mejora… ¡Siempre hay una gran inversión! Ya sea en investigación y desarrollo como en aplicar todas esas innovaciones al lote. Inversiones altamente demandantes de capital y de alto riesgo fueron los grandes protagonistas de este salto productivo.
En los setenta, a fuerza de HP de tractor y gas oil se explicaba una gran parte de la inversión. Luego vinieron los fertilizantes, genética, fitosanitarios, maquinarias más modernas, biotecnología, más tarde la agricultura de precisión con software, sensores, imágenes satelitales etc, y así un proceso de mejora continua, pero también de capitalización e inversión continua.
Cada año, de lo que gana un productor (cuando gana), un porcentaje importante de esa ganancia queda fijada como aumento de capital de trabajo, el cual es cada vez más abultado. La amortización de un equipo de maquinaria agrícola sofisticado se acelera por obsolescencia y la necesidad de renovación por la superación tecnológica es cada vez más exigente. Los contratistas y productores terminan siendo "inversores seriales" que no pueden bajarse de la rueda inversora. Si lo hacen, quedan fuera del negocio en muy poco tiempo.
Para la actividad tambo, cría cerdos, pollos o invernada vacuna, sucede lo mismo. Construcción de instalaciones con mejores aguadas, galpones de alimentación, guacheras cada vez más protegidas o bien techadas, feedlots, estándares de bienestar animal, tratamiento efluentes, y tecnologías cada vez más sofisticadas también hacen que en las ganaderías no haya vuelta atrás.
Y si queremos ser un país competitivo a nivel mundial y hacer magníficas proyecciones de lo que vamos a poder exportar, el rumbo va a atado a la acumulación de capital de trabajo aplicado a la producción. No hay otra manera.
Gravar el capital es la peor noticia que pueden recibir quienes están en este proceso de inversión. Recibir el mensaje que quien posea capital va a ser castigado de manera tal que el Estado se lleve el 100 % o más de la renta que genera ese capital declarado es mala señal.
La maquinaria agrícola en especial tractores y cosechadoras valen el doble que en países limítrofes, debido a la alta protección industrial en la Argentina. Aranceles del 35 % separan a los productores y contratistas de las maquinas más sofisticadas. Pero, a pesar de eso, algunos intentan comprar las mejores maquinarias utilizando créditos.
Una cosechadora de última generación de mayor tamaño en la Argentina más el maicero, más un tractor de apoyo, más tolva autodescargable, más casilla, petrolero, todo junto vale cerca de un millón de dólares. "El impuesto a la riqueza" considera que aparte de lo ya gravado por otros impuestos en estas maquinarias, quien disponga de un equipo de cuatro cosechadoras de estas, aunque no tenga nada más a su nombre, estaría dentro de los gravados. Lo mismo quien haya comprado todo su equipo en 48 cuotas y haya cancelado solo unas pocas. El bien gravado es el total del implemento. Se paga por la deuda también.
Ese es solo un ejemplo del espanto que genera un impuesto de este tipo para quien ya ha pagado más que cualquier competidor en el mundo por maquinaria agrícola. Lo mismo sucede con la compra de tierra, que hipotecada o no, se gravaría con este impuesto el 100% del inmueble a valor de la escritura. Hoy, un campo en zona núcleo escriturado a la fecha con unas 200 hectáreas ya calificaría para ser alcanzado por este impuesto.
El combate contra un enemigo como lo es el capital es una lucha sumamente desigual. El capital no suele presentar batalla, el dinero carece de arrojo y valentía. Busca refugio donde se lo dan. Y la huida pasa a ser el plan que el dinero considera cuando las señales son las que se escuchan estos días.
El autor es productor agropecuario
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