En el inicio de la campaña 2011-2012 algunos pensaron una Argentina de 31 millones de hectáreas sembradas y cerca de 108-110 millones de toneladas de producción. Si a ello le sumábamos precios internacionales muy volátiles pero sostenidos por la demanda creciente de los países emergentes y el humor variado de los mercados globalizados hacían soñar un nuevo récord de producción y divisas ingresadas por exportaciones. Así las cuentas nacionales se aseguraban un ingreso récord seguramente por las retenciones a las exportaciones.
Las buenas expectativas de precios de maíz y soja eran las responsables principales de las decisiones de siembras, que dejaban de lado las incertidumbres generadas por una anunciada Niña, los cierres de importaciones de agroquímicos y fertilizantes, el aumento sostenido del precio de insumos y las enormes diferencias existentes en el mercado local entre precios teóricos y reales recibidos por la producción.
El haber registrado un diciembre y enero anormalmente secos en toda la zona de producción y con altas temperaturas nos hace pensar en una caída muy significativa de las expectativas productivas.
Quizás hoy la diferencia más importante con la sequía de 2008-2009 es que ese año parte de la zona núcleo maicera y la provincia de Córdoba estaban en buenas condiciones y hoy no lo están, mientras que hoy están mejor que en 2008-2009 aunque también de forma muy irregular, el oeste, sudeste y sudoeste de Buenos Aires, norte de La Pampa y Entre Ríos.
Pensar hoy en cifras de producción, luego de las lluvias ocurridas y suponiendo que lloviera de aquí en más normalmente es asumir una producción global de unos 85-87 millones de toneladas frente a las 108-110 anunciadas. Ello es tener unos 40-41 millones de toneladas de soja, 18,5-19 millones de toneladas de maíz, los logrados 13,8 millones de trigo, 2,8-3 millones de girasol y unos 10 millones de toneladas del resto de cereales y oleaginosas.
En la situación actual, más que pedir lluvias y esperar que se normalicen los registros estamos obligados a repensar, quienes estamos en la producción, todo lo referido a los sistemas productivos y las tecnologías utilizadas. Se ven claramente estos días en el campo diferencias en el estado de los cultivos de los productores que tienen buenas rotaciones con gramíneas, cultivos de cobertura, programas de fertilización razonables, diversificación de fechas de siembra y materiales genéticos de excelencia. Todo ello es central en la definición de los resultados productivos en años secos y lo seguirá siendo según plantean los climatólogos, ya que estaremos en un ciclo seco y variable por los próximos años.
Se impone la necesidad de repensar estrategias e incentivos para lograr un aumento de producción en las próximas campañas. Bueno sería además tener en el Ministerio de Agricultura un sistema confiable de estimaciones e informaciones que permitan monitorear de cerca los resultados de las campañas con datos concretos y estadísticamente confiables.
No será posible caminar hacia los 160 millones de toneladas anunciadas en el Programa Estratégico Agroalimentario (PEA) o los 135 millones proyectados para 2020 por la Fundación Producir Conservando en 2010 sin un marco favorable de negocios para los próximos años, que se construye despejando el Estado la incertidumbre y desconfianza que se generan por las restricciones a las importaciones, el cierre de registros de exportaciones, el no reconocimiento explícito del problema de la inflación, el aumento sostenido de costos fijos y de la presión fiscal... Todo esto limita el futuro de las inversiones en el país.
El autor es coordinador de la Fundación Producir Conservando
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