Don Santos ha resuelto matar a Isidro, el amante de su hija. Sabe como buen criollo que no puede hacerlo a traición, de una puñalada por la espalda. La ocasión se presenta en el interior del rancho que está junto al horno de ladrillos. Allí, de frente, pero fuera de la vista del espectador, ultimará a aquel hombre borracho y orgulloso. Rosaura quedará vengada. "Si entuavía me quedan fuerzas pa cobrarme solo y sin tener que llorar limosnas a naides", ha dicho antes del crimen. "Siempre he sido yo el Buey Corneta de la casa: el más ruin de la tropa, por ser manso, por ser güeno y seguidor en el yugo". El Sereno, empleado instruido por Isidro para acabar con Santos, puede ya cumplir su cometido: "Ahura me podés matar, Sereno. Matá, Sereno, matá, que de todos modos ya he cobrao todas mis cuentas".
Así culmina El buey corneta, drama en un acto y tres cuadros, original de Alberto Vacarezza (Buenos Aires, 1886-1959), estrenado en 1912 en el teatro El Nacional por la compañía Podestá-Vittone. Autor de más de cien obras, Juancito de la Ribera y El conventillo de la Paloma las más renombradas, argumentista de cine, Vacarezza presidió La Casa del Teatro y Argentores y dejó los libros Dijo Martín Fierro, Cantos de la Vida y de la Tierra y La Biblia Gaucha.
El buey corneta, título que alude a aquella persona que por algún defecto o característica se distingue de las demás, transcurre en una fábrica de ladrillos de los alrededores de la Capital Federal. El vasco Pedro Etcheverry, padre de Isidro, es el patrón. De él dice El Chingolo, uno de los personajes: "Pero dejá que siga nomás el vasco viejo arriando pesos pal banco y edificando casas de alto pu andequiera, que ya no faltará tarde o temprano quien las disfrute". El autor traza la estampa de Isidro: "Es el criollo hijo de rico, educado en un ambiente rudo del trabajo y la ignorancia". Gusta derrochar el dinero. "Se enoja porque sí. Es macho y se tiene fe". Se enamoró de Rosaura, esposa de Joaquín, hijo del "buey de la casa", a quien conoce de niña, a quien ha visto criarse. "Dende que te besé en los ojos he visto juego, y me has quemao, china, me has quemao el corazón con sangre velenosa". Rasgo característico del realismo presente en este tipo de obras, ha dicho Laura Mogliani, es la profundización psicológica de los personajes. La influencia del medio en que viven les dará sus comportamientos y actitudes.
Entre los muchos tangos con letra de Alberto Vacarezza han perdurado "La copa del olvido", "Araca, corazón", "El carrerito", "Otario que andás penando", "Padre Nuestro" y "Botines viejos". También compuso la zamba "Adiós que te vaya bien" y el estilo "A mi morocha", trabajado en versos de arte mayor, que dice en su segunda estrofa: "Yo te vi en los juncales y al mirar que tus ojazos / lanzaban vivos chispazos como rayos infernales, / me dejaste las señales de no sé qué maravilla, / pues en la cercana orilla, al verte cruzar, ¡paloma!, / florecieron en la loma hasta el cardo y la gramilla".
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