Las intervenciones arbitrarias en los mercados provocan costos asociados que, a la larga, erosionan la capacidad de aprender
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Los procesos a través de los cuales se genera nuevo conocimiento son solo conocidos en forma imperfecta. Sabemos que existen laboratorios en las universidades, y grupos de investigación en las organizaciones. Existe también aprendizaje en el quehacer diario de las empresas, el famoso “aprender haciendo”. Pero mas allá de estas generalidades: ¿Cuáles son las “fuerzas” que movilizan los recursos necesarios para que se ponga en marcha el proceso de generación de nuevo conocimiento?
Un primer aspecto a tener en cuenta es que se genera conocimiento práctico cuando existen oportunidades de utilizar éste en forma provechosa (reducciones de costos, aumento de ingresos). El incremento del potencial de rendimiento de los nuevos cultivares de maíz (décadas de 1950 y 1960), de trigo (1960 y 1970), girasol (1970-1980) y soja (1990-2000) resultó en que el área sembrada por los principales cultivos pasó de 17 millones de hectáreas en la década del ’70, a más de 36 millones en la actualidad. El proceso de aprendizaje implícito en esta transformación fue enorme.
Las estadísticas, sin embargo, registran sólo las inversiones realizadas en tractores, cosechadoras y otros implementos, pero no la inversión en “materia gris” que es la que en última instancia permite que los insumos anteriores sean utilizados con efectividad. ¿Podemos dimensionar la magnitud de esta inversión? Hasta el momento, nadie lo ha intentado.
Miremos lo que pasó con los fertilizantes. En la década de los setenta, el consumo total era inferior a las 100.000 toneladas por año. Cuatro décadas mas tarde, este había trepado a más de cinco millones de toneladas. Por lo tanto: ¡se multiplicó por 50!
¿Cuáles son las razones explican este tremendo cambio? Nadie tiene una respuesta precisa, pero podemos intentar una aproximación. Por un lado, se redujo el precio relativo fertilizante/grano: en la década del ’70 hacía falta vender unos 12 kilogramos de trigo para comprar un kilogramo de nitrógeno, en la actualidad hacen falta cinco. Si bien la mejora de precios relativos es importante, no explica por si sola lo que observamos: es altamente improbable que una reducción de algo mas de 50 por ciento en los precios relativos haya resultado en un aumento de casi 5000 por ciento en la cantidad demandada.
Otro factor relevante fue el incremento del área sembrada, que aumentó algo mas de 100 por ciento. Pero, una vez más, cambio de precios relativos, y cambios de área por sí solos no pueden explicar el incremento observado.
La fertilidad de los suelos puede haber descendido, aunque esto sólo es relevante para el área con larga historia agrícola, no para los veinte millones de hectáreas adicionales sembradas con cultivo.
¿Que fue entonces lo que pasó? Una posible explicación es que aumentó la respuesta de los cultivos a la fertilización (cantidad adicional de grano producida por unidad de fertilizante empleado). Esto ocurrió no solo (o principalmente) por menor fertilidad de suelos, sino por cultivares de mayor grado de respuesta y, fundamentalmente, por mejoras en el manejo agronómico que posibilitaron altas respuestas a este insumo. Ajuste de cultivares por ambiente, fechas y densidades de siembra, control de malezas y plagas, rotaciones, menores pérdidas de cosecha son algunos de los factores que permiten que el fertilizante agregado se manifieste plenamente en mayores rendimientos.
Existe entonces un “círculo virtuoso”: la disponibilidad de nuevos cultivares, unido a una reducción en el precio relativo fertilizante/grano (décadas del ’70, ’80 y ’90) gatillan potencial de expansión agrícola, lo cual a su vez cataliza inversión no sólo en tractores, sembradoras y cosechadoras, sino (y fundamentalmente) inversión en muchos tipos de conocimiento. Hay demanda de conocimiento cuando hay oportunidades de emplear este en forma rentable. Y la demanda de conocimiento genera oferta por parte de instituciones como el INTA, las universidades, Aacrea, Aapresid y otras.
Del “circulo virtuoso” de precios, tecnología y capital humano resultan los importantes logros que observamos. El mensaje a rescatar es que los costos asociados a intervenciones arbitrarias en los mercados son altos: no sólo están los “efectos directos” (caída de producción en el corto plazo), sino además los indirectos: menor ritmo de generación de aprendizaje y generación de conocimiento. En última instancia, menor crecimiento.
El autor es profesor de la Ucema
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