Oriunda de Colonia Caroya, en Córdoba, donde su familia tiene una bodega, Lorena Londero hace harina de vino, un suplemento que mejora la circulación sanguínea y es antiinflamatorio
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CÓRDOBA.- Un diagnóstico médico le cambió la vida a la cordobesa Lorena Londero. Contadora, oriunda de Colonia Caroya, hace ocho años los médicos le notificaron que tenía esclerosis múltiple. Empezó a buscar alternativas para llevar mejor su enfermedad, entre ellas, alimentarias. Leyó los beneficios de la “harina de vino” y, aprovechando que su familia tiene una bodega, empezó a producirla. “No solo tiene beneficios comprobados como suplemento antioxidante sino que permite, en una zona de bodegas, avanzar en la economía circular”, dice a LA NACION.
Londero está realizando trámites y buscando apoyos para que el producto sea incluido en el Código Alimentario Argentino. La “harina de vino” es, en realidad, un subproducto de la elaboración del vino, ya que se elabora con lo que se descarta de la uva ya prensada. “Se secan los hollejos y semillas y, después, se muelen”, explica.
Hay documentos de la época jesuita, de mediados del 1600, que dan cuenta de que en Colonia Caroya, a 55 kilómetros de la ciudad de Córdoba, había unas 4000 vides plantadas. En el 1900, con la llegada de inmigrantes friulanos y vénetos, el cultivo de la uva renació y se empezó a fabricar “vino patero”. En 1930 había inscriptas unas 400 bodegas; el número fue cayendo con las diferentes crisis.
El abuelo de Londero, Fabio, fundó “Don Fabio”, la bodega familiar que ahora administra la tercera generación y que produce vinos Malbec, Frambua (el típico de la zona), Merlot y la variedad Anccelotta, premiada en San Juan en un certamen de vinos artesanales.
Después del diagnóstico, Londero empezó a probar la producción de la “harina de vino” con los restos de uvas de la bodega familiar mientras continuaba trabajando como contadora. “Con la cuarentena decidí dedicarme enteramente a esto porque me pareció importante difundir los beneficios que tiene su consumo y, a la vez, usar el orujo que en muchos lugares se usa y acá se tira. La economía circular es una oportunidad”.
La producción no incluye ningún elemento químico, solo es deshidratación de la piel y las semillas y su molienda. Según los especialistas, es un suplemento antioxidante que, además, contiene proteínas y minerales (vitaminas, Omega 3 y 6, calcio, potasio y zinc). Entre los beneficios que se mencionan se incluyen la mejora de la circulación sanguínea y su efecto antiinflamatorio, además de ayudar a la calidad de la piel. Las uvas contienen reverastrol que es un bioflavonoide fácilmente asimilable por el organismo.
“Empecé a hacerla a prueba y error y fui avanzando con análisis de laboratorios, envíos de muestras a Chile para que sean estudiadas -describe Londero-. Al comienzo era para uso personal porque si bien en el mercado hay algunas, su precio es muy alto. Además de los restos de la bodega familiar ya uso los de Terra Camiare y hay contactos con otras, que también están dispuestas a sumarse”.
“Resiliencias” es la marca que usa Londero. El 10% de la uva cosechada corresponde a orujo; de ese 10% queda 60% cuando se seca. De 10 kilos de orujo resultan tres kilos de “harina”. A diferencia de la de trigo o de otras variedades, este producto se usa en pequeñas cantidades, “una o dos cucharaditas” en bebidas como jugo y yogur o mezclada para pastelería. El kilo cuesta, en promedio, $10.000, pero por su rendimiento no es comparable a otras. Pese a su nombre, es un suplemento.
En la producción, Londero usa una mezcla de varietales: “Por el momento es todo artesanal; el objetivo es crecer y que las siete bodegas de Colonia Caroya participen de este proyecto”.
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