Cuando en noviembre de 2017 una encuesta plebiscitaria habilitó el proceso que llevó luego, en 2019, a la aprobación del matrimonio igualitario en Australia, la entidad gremial Australian Farmers felicitó en redes sociales a sus socios de la comunidad LGTBI por el logro conseguido.
En aquel momento pensé si había espacio en el ámbito rural de la Argentina para que un mensaje de este tipo sucediera. Ningún escenario imaginable incluía una posibilidad parecida.
El INTA acaba de publicar “Recomendaciones para el uso del lenguaje inclusivo en INTA” y un amplio espectro de la comunidad del agro reaccionó negativamente.
Redes sociales y grupos de WhatsApp se llenaron de mensajes críticos, sarcásticos y hasta irrespetuosos. Quizás lo más representativo de las críticas haya sido considerar al manual como un material intrascendente y un derroche del presupuesto de un organismo público que ciertamente tiene severas deficiencias en su funcionamiento.
Pero la aparición del manual tiene a mi juicio un valor alternativo al objetivo institucional del mismo: se ha constituido en un elemento provocador y disruptivo y ha instalado oportunamente una agenda que puede enriquecer la visión y el enfoque de esa narrativa que debe conectar al agro con sus clientes, consumidores y ciudadanos en general.
¿Hasta qué punto no habrá alguna correlación entre la recurrente sensación de la falta de conexión de la narrativa del campo con la ciudadanía en general y la falta de inclusión en las agendas del agro de temas de igualdad de género, diversidad sexual, derechos humanos, e inclusive cultura y deportes?
Casi al mismo momento que el manual de INTA diera a luz, una nota del escritor español Jorge Carrión ponía de relieve en el diario The New York Times del 28 de marzo pasado al lenguaje inclusivo como prólogo de una mejor inclusión. Carrión destaca al lenguaje inclusivo como el síntoma de un malestar provocado por el hecho de que buena parte de la población permanece sin ser nombrada y por lo tanto tampoco incluida.
En el fondo estar a favor y usar lenguaje inclusivo o rechazarlo o simplemente ignorarlo no es lo importante. En definitiva lo que importa es que hay un proceso de inclusión pendiente.
Citada por Carrión, en la misma nota, la autora Brigitte Vasallo recalca que el lenguaje inclusivo puede ser interpretado como “un zumbido para que no olvidemos que, más de setenta años después de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aún falta mucho trabajo para que se acabe de cumplir su artículo 2: todas las personas tenemos los mismos derechos y libertades, sea cual sea nuestra condición, orientación u origen”
En definitiva cada cual usará el lenguaje que más cómodo le quede pero si el problema de la exclusión queda visible, la conciencia de remediarlo será irreversible y en él mientras tanto el lenguaje irá haciendo camino al andar como hace miles de años lo ha hecho.
Y si este manual de INTA nos ayuda a pensar en incluir perspectivas más amplias y más acordes a sociedades más diversas como son las que nos toca comunicarnos desde el agro del siglo XXI, quizás construyamos mensajes más empáticos y con más chances de conectar exitosamente. Solo por eso este Manual ya estaría justificado.
Cierro pidiendo una disculpa. Estuve tentado de curar está nota con lenguaje inclusivo pero mis cincuenta y pico no se deconstruyen con tanta facilidad.
El autor es ingeniero agrónomo, docente y director del Observatorio de Comunicación de Agronegocios
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