En la Argentina a los productores no hace falta darles nada, simplemente no sacarles más que al resto y tener una economía desregulada, ordenada y previsible
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Empieza una nueva etapa en nuestra economía que, por su orientación, tiene un solo antecedente en los últimos 50 años: la década de los 90. En esa década la lechería creció a una tasa del 7% anual en promedio. ¿Había una política lechera? No, para nada, solamente un mercado totalmente desregulado, reglas de juego claras, previsibilidad y estabilidad mientras duró.
Es cierto que el crecimiento se dio también de la mano del mercado interno y que el resto de las actividades no tenían buenos resultados. Las industrias invertían para el mercado interno y la producción creció hasta que en 1999 “chocamos contra el techo”, probablemente por la falta de una estrategia generada y consensuada desde el sector privado. Los precios internacionales eran muy malos debido a los subsidios de Europa y Estados Unidos y China no había generado todavía la disrupción en los mercados de principios de los 2000.
Todo esto ahora es muy distinto. El mercado internacional es otro. Con reglas claras nuestro país puede exportar productos lácteos de manera rentable. Y aunque no se alcance a ver, las inversiones en la industria siguieron en estos 20 años, tanto de capitales locales como de multinacionales. Pero a diferencia de lo ocurrido en la década de los años noventa, ahora están orientadas a la exportación. Solo necesitan estabilidad, reglas claras, desregulación y leche, leche que también llegará en la medida que haya estabilidad, reglas claras y desregulación.
Hay que llegar a la otra orilla
La historia muestra que después de los ajustes la producción de leche y parte de la industria la pasan mal durante varios meses. Atrás de una devaluación los costos se ajustan de manera inmediata al nuevo nivel del dólar, mientras que el precio de la leche queda rezagado acompañando la inercia de la mejora en el poder adquisitivo de la población.
La cadena esto lo sabe y ya lo vivió varias veces. Vienen meses difíciles, al menos hasta abril-mayo cuando por caída de producción y crecimiento de las exportaciones la capacidad de pago del mercado interno y la exportación converjan. No todos van a llegar.
Sería un error reclamar y pedir soluciones mágicas, como siempre se hace, al que ajustó. Si hay que ajustar algo es porque alguien lo desajustó, ese es el responsable de que tengamos meses muy difíciles por delante.
A diferencia de los ajustes de 2001 y 2016, este llega con precios internacionales que podríamos considerar “dignos”, en línea con los niveles de los cuatro años previos a la pandemia, por lo que la convergencia podría darse más rápido.
Vienen meses difíciles, al menos hasta abril-mayo cuando por caída de producción y crecimiento de las exportaciones la capacidad de pago del mercado interno y la exportación converjan. No todos van a llegar.
En cuanto al futuro de los precios internacionales, nada indica que en los próximos meses puedan desplomarse, aunque tampoco subir demasiado. Esto por supuesto puede cambiar en cualquier momento en un mundo en el que los cisnes negros dejaron de ser una rareza, pero que no dejan de ser cisnes negros, inesperados: “podía pasar” y cambian paradigmas según la definición de Nassim Taleb.
También es positivo que el nuevo gobierno haya entendido que se trata de un sector en el que los derechos de exportación (DEX) serían letales en este contexto. Una característica de los DEX a los productos lácteos es que se aplican a un producto que ya agregó valor y que la industria, dada la rigidez de su estructura de costos, tiene que trasladar en su totalidad a la materia prima.
Con la leche en polvo entera a US$3200 por tonelada los DEX del 15% representan 6 centavos de dólar por litro de leche y al menos mientras dure la recesión, la referencia y techo del precio de la leche será la capacidad de pago de le industria exportadora. Para un tambo de una eficiencia media, de 10.000 litros por hectárea por año, los DEX representan US$600 por hectárea, bastante más que un arrendamiento.
La oportunidad
Joseph Schumpeter, en su libro Historia del análisis económico, cuenta con ejemplos de cómo a lo largo de la historia la producción de alimentos crece hasta alcanzar un plateau por la ley de rendimientos decrecientes, pero agrega que los saltos tecnológicos rompen esa lógica y la producción vuelve a crecer hasta alcanzar un nuevo plateau. La lechería argentina tiene latente ese salto tecnológico, tiene todo para darlo, si no se hace es por el caos macroeconómico y las intervenciones que durante décadas ahuyentaron las inversiones y el capital.
Los países que consideran tan estratégica la seguridad alimentaria no castigan a los productores, los subsidian. En la Argentina no hace falta darles nada, simplemente no sacarles más que al resto y tener una economía desregulada, ordenada y previsible
Desde hace también décadas se dice con ironía que Argentina es “y será siempre” el país con mayor potencial de crecimiento en producción de leche para abastecer la creciente demanda internacional. Los productores que quedan saben como producir. Los industriales también y tienen claro que la salida es la exportación.
Faltaba un gobierno que entienda que 10.000 productores de leche y 500 industriales no se pueden hacer cargo de subsidiar la mesa de 40 millones de personas. Los países que consideran tan estratégica la seguridad alimentaria no castigan a los productores, los subsidian. En la Argentina no hace falta darles nada, simplemente no sacarles más que al resto y tener una economía desregulada, ordenada y previsible.
De esa manera sin dudas vamos a confirmar lo que nos enseña Schumpeter, dando ese salto tecnológico para abastecer a la Argentina y el mundo generando el trabajo y las divisas que nuestro país tanto necesita.
El autor es vicepresidente de Caprolecoba
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