Horacio Martínez y su mujer, Regina, poseen un establecimiento caprino donde hacen quesos, helados y dulce de leche
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Con mucho orgullo, Horacio Martínez mira hacia atrás y no puede creer que ya pasaron más de 30 años cuando decidió dar una vuelta de tuerca a ese hobby que comenzó con dos cabras en el galponcito del fondo de la casa de su abuelo, Justino Rodríguez, en la localidad bonaerense Llavallol. Hoy, junto a su mujer Regina lleva adelante un tambo caprino de punta, “Valle de Goñi”, a las afueras del pueblo de Uribelarrea, en la provincia de Buenos Aires.
Desde la infancia que la vida de Martínez tuvo dejos de cercanía con el campo. Su abuela paterna, Zulema Goñi, que había tenido un pequeño establecimiento ganadero en la zona de Cañuelas, siempre le contaba anécdotas del campo. Por su parte, su abuelo materno también le relataba cuando siendo “chango” su familia se dedicaba a la crianza de cabras en el interior santiagueño.
Así también, cada fin de semana esperaba que un tío italiano lo llamara para invitarlo a su campo, en la zona de General Las Heras. Fue así que, cuando iba a empezar la secundaria decidió dejar la ciudad y estudiar en la Escuela Agropecuaria Salesiana Don Bosco, en Uribelarrea.
“Ahí comenzó mi vínculo fuerte con el campo, donde me entusiasmé con la actividad tambera que teníamos en la escuela: sentí que era mi vocación. Me puse a investigar sobre la lechería y, al no tener campo, quise saber si era posible y rentable ordeñar otras especies que no sean vacas que ocupen menos superficie”, cuenta a LA NACION.
Al finalizar la secundaria, decidió estudiar ingeniería en Producción Animal, en Lomas de Zamora. Un día, con esa idea lechera firme en la cabeza, mientras manejaba rumbo a Uribelarrea, paró en un campo donde vendían animales de granja.
“El hombre que trabajaba allí me dijo que en vez de un tambo ovino tenía que ser de cabras porque siempre andan con chivos y siempre están preñadas. Ahí nomás le saqué el asiento de atrás del Ford Falcón de papá y me llevé dos cabras para Llavallol y en el galpón del fondo de la casa de mis abuelos, Justino me ayudó a improvisar un micro tambo casero y aunque siendo un hobby siempre respetando el principio de inocuidad como regla”, describe.
Un año después se asoció con otros tres compañeros de facultad para armar una explotación más grande. “Fui a Santiago del Estero y compré 70 cabritos, 30 cabras criollas y un reproductor lechero y empecé a hacer cruzamientos con las hembras”, dice.
Si bien al tiempo los amigos abandonaron, en 1996 el productor decidió seguir adelante con el proyecto e importar desde el Uruguay 30 cabras puras lecheras y dos machos: “No fue una buena decisión. Las cabras tenían fiebre Q y todos fueron a rifle sanitario. Pero no me quedé y redoblé la apuesta. Me enteré que en El Bolsón el tambo Belvedere vendía el total de cabras de la raza Anglo Nubian y fui a comprarlas: eran 19 hembras y tres machos. Entre la suerte y la desgracia, mi padre me ofreció comprar, con la plata de una indemnización que recibió, un predio de seis hectáreas en Uribelarrea para llevar los animales y así siguió esta aventura”, relata.
En la actualidad, posee 120 vientres y seis machos y con 70 cabras en ordeñe procesa un volumen anual de 28.000 litros. En el pesebre principal tienen el tambo mecánico, la guachera y los corrales y en un galpón anexo hacen la recría. Son ellos mismos quienes industrializan y comercializan su producción, donde la mayor parte se vende en el emprendimiento de turismo rural que también allí poseen.
“Como un tambo neozelandés, ordeñamos 10 meses, de mayo a marzo, y tenemos entre 45/60 días de descanso. A fasón hacemos los quesos y los helados y el dulce de leche lo fabricamos nosotros. Para esta primavera queremos llegar a 95 cabras en ordeñe, que nos permitiría cruzar la barrera de 32.000 litros anuales. Vendemos quesos semiduros, provoleta, un natural con pimienta, en feta y también queso tipo pategrás con un vino Tannat de Uribelarrea, al estilo Murcia”, destaca.
“Y desde hace 20 años, la estrella es nuestro dulce de leche que lo hacemos a la vieja usanza, sin conservantes y ni aromatizantes: leche, azúcar y bicarbonato. Lo vendemos en potes de cartón y en frascos de medio kilo”, añade.
Además de productor, también es profesor en su escuela agrotécnica, de donde todos los años llegan al tambo chicos de los últimos años de cursada para realizar pasantías y prácticas profesionalizantes.
En un afán de siempre estar a la vanguardia para el mejoramiento e incremento de su producción, a lo largo de los años fue importando diferentes reproductores de Nueva Zelanda y también de Paraguay. En febrero pasado compró de Alemania un “robot nodriza” que produce leche ad libitum y le da de comer solo a los cabritos en la guachera, donde toman muchas veces al día y poco volumen. “A mí, solo me enamora los sueños posibles y hacer lechería con cabras fue un sueño hecho realidad”, finaliza.
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