El 2023 muestra dos semestres bien diferenciados: el primero, con valores deprimidos, y el segundo, con repuntes que permiten equiparse en insumos, especialmente los dolarizados
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En 2023, el mercado ganadero fue distorsionado por una multiplicidad de variables, entre las que sobresalieron el clima y las decisiones económicas y políticas del Gobierno. Así, luego de un largo letargo de precios en los primeros meses del año, se produjo un repunte que, no obstante, está siendo erosionado por la inflación y por la baja capacidad adquisitiva de la población.
Entonces, es momento de aprovechar las cotizaciones del gordo y transformar ese activo de alto valor circunstancial en otro de menor valor relativo. Es decir, se pueden aprovechar las favorables relaciones insumo/producto entre el precio del novillo y las cotizaciones de insumos, sobre todo los dolarizados al tipo de cambio oficial (fertilizantes, combustibles, etc.).
Hacia adelante y, considerando el mediano-largo plazo, las perspectivas para la actividad son favorables, a partir de la previsible reducción de oferta de carne, del pronóstico de evento “El Niño” y de la llegada de una nueva gestión de Gobierno que, por convicción o por necesidad, necesitará de un tipo de cambio competitivo para fortalecer las reservas.
Características del mercado ganadero
Primero, algunas definiciones conceptuales. El precio suele ser un buen indicador de las condiciones de mercado cuando las transacciones son sanas y libre de distorsiones. Decodifica en un mostrador el balance de oferta y demanda, así como también la valoración que los consumidores dan al producto. Warren Buffett dice que “el precio es lo que pago; el valor, lo que recibo a cambio”.
En este sentido, la carne vacuna presenta la ventaja de una alta valoración por sus atributos nutricionales, así como también por la capacidad de reunirnos en torno a una mesa. El consumidor hace el máximo esfuerzo económico para mantener la participación de la carne vacuna en su dieta.
El mercado ganadero exhibe varias particularidades que definen un mecanismo de formación de precios cuyas señales llegan distorsionadas al consumidor. Es importante recordar algunas para entender el contexto actual de la actividad:
- Presenta una de las características de los mercados perfectos: no hay formadores de precios entre los compradores y los vendedores.
- Los precios no se definen a través de los costos de producción; tampoco copian el comportamiento de la inflación o del dólar.
- El producto no es stockeable, con lo cual no hay posibilidad de especular bajo la esperanza de un precio futuro mejor.
- La producción está condicionada por eventos climáticos, y en este sentido, las acciones del clima y las reacciones de los productores generan impactos que se difieren durante largos períodos de tiempo.
- Por último, la producción es privada pero la carne vacuna es de interés público, con lo cual la pureza del precio como indicador de mercado queda diezmada cuando las políticas públicas intervienen priorizando la distribución por sobre el crecimiento de la oferta.
Ahora bien, la receta del mercado ganadero en 2023 está compuesta por una combinación de estos ingredientes condimentados por la aleatoriedad de las variables macroeconómicas y políticas de nuestro país. Como resultado queda un año partido en dos, de enero a julio, y de julio en adelante. El punto de inflexión lo determinó la mano visible pero imprevisible del Gobierno.
El primer tramo se caracterizó por alta oferta de carne, acentuada por una situación de extrema sequía que adelantó los engordes, redujo los procesos pastoriles e incrementó a niveles máximos la ocupación en corrales intensivos. Como consecuencia, los precios de la hacienda se atrasaron 21% con respecto a la inflación desde febrero a julio.
Los costos de producción copiaron la devaluación del tipo de cambio, la inflación o reflejaron en su valor las restricciones cambiarias para abastecerse de importaciones. El consumo interno repitió sus debilidades: siempre peor que ayer pero mejor que mañana. La demanda externa no pasó por su mejor momento condicionada por una economía internacional con dificultades para reencontrar el ritmo de crecimiento prepandemia, y por un dólar exportador sumamente incompetente.
El resultado fue que el precio de la carne vacuna al consumidor interno se desacopló de los demás bienes de la economía con un comportamiento antiinflacionario, funcional a las aspiraciones electorales del Gobierno actual. Por ejemplo, entre abril y julio, el asado creció en precio a una tasa promedio del 1,9% mensual.
Bajo estas premisas, la ley de oferta y demanda no avizoraba fundamentos alcistas para los precios de la hacienda, al menos hasta el mes de octubre, y solo vía reducción de oferta.
El segundo tramo del año se inauguró por acción del Gobierno nacional a través de la instrumentación de un nuevo dólar, el dólar maíz. Las urgencias cambiarias superaron a las urgencias inflacionarias, y le tocó el turno al maíz que hasta ese momento se mantenía al margen de las alternativas posibles por su asumido impacto alcista sobre los costos de producción en aves, cerdos y vacunos.
Lo que llegó para sentenciar al engorde a corral terminó dándole una vida más. Ya con un ternero post zafra en proceso de recuperación de precios y un gordo en dormición, la suba del precio maíz (+20%) estaba destinada a darle un golpe final a los márgenes feedloteros. Sin embargo, el maíz despertó al gordo de una larga siesta, y los precios de la hacienda comenzaron a recuperarse. En pocos días el novillo actualizó su cotización un 21%, y luego de las PASO hubo espacio para un segundo salto del 28% impulsado finalmente por la devaluación del tipo de cambio oficial.
Las correcciones de precios en la ganadería son así: ponen fin a un período largo de estabilidad con saltos bruscos de corta duración. No son fieles ni al dólar ni a la inflación. De los últimos 12 meses, solo en febrero y agosto el precio de la hacienda superó a la inflación; esto indica que fueron muy pocos los productores que lograron vender en el momento indicado.
Ahora bien, todo gran salto de precios encuentra su equilibrio final con el veredicto de la demanda interna y externa. En este sentido, las leyes de mercado regresaron para recordarnos como estamos y de donde venimos. El consumo interno no convalidó el total de las subas, la tracción de ofertas de fines de semanas no fue suficiente para una demanda con combustible para solo una quincena al mes.
Para la exportación la situación no fue mejor: la devaluación del 30% a partir del dólar maíz fue acompañada por una suba del 58% del precio del novillo. Hoy la industria exportadora argentina tiene un costo por kilogramo de novillo en gancho cercano a los 5US$/kg, mientras que Brasil se ubica en 2,8US$/kg y Uruguay, en 3,45US$/kg.
Los fundamentos de oferta y demanda del primer semestre volvieron a entrar en vigencia y hoy se encargan de retrotraer los valores a niveles compatibles con la realidad que presenta la calle y la exportación. A principios de septiembre, el precio del novillo de Cañuelas promediaba 6% menos respecto de la semana post PASO y perdía 50$/kg. El novillito para consumo cayó en promedio un 9% en el mismo período, luego de tocar, en algún momento, máximos de 1000$/kg; hoy solo alcanza los $ 850/kg.
Qué hacer en el actual contexto
Como se ve, el universo ganadero 2023 estuvo teñido por una multiplicidad de variables alteradas por el clima, la política y la economía argentina. Los cambios son cada vez más rápidos y de mayor impacto. En una política económica intervencionista se distorsionan completamente las referencias históricas y se disocian las relaciones de compra y venta. Dentro de este contexto, los saltos de precios de la ganadería pueden resultar una oportunidad para comprar insumos dolarizados, reproductores, maquinarias, etc.
El atraso cambiario actual y la proximidad a la fecha de vencimiento de esta política cambiaria invitan a utilizar estas opciones como cobertura cambiaria. El impacto de la seca sobre la economía de los criadores y los precios de los reproductores permiten grandes oportunidades de compra para aquellos productores que decidan invertir en mejoras para producir más y mejor en los próximos años. Pero hay que actuar rápido; el diferencial a favor del precio del kilo de carne no es perenne y cada vez se diluye con mayor facilidad ante una devaluación y una inflación semanal que no dan tregua.
Los negocios ganaderos se presentan muy riesgosos en el corto plazo; el ajuste pendiente de las variables macro abrirá una ventana de tiempo donde muchos negocios caerán en la trampa de la nominalidad, con más pesos pero menos poder de compra. Sin embargo, con una mirada de mediano-largo plazo, el presente puede ser estratégico si consideramos que las expectativas ganaderas son mejores hacia adelante.
Tenemos fuertes fundamentos para así creerlo: reducción de la oferta de carne, evento “El Niño” por delante y la llegada de una nueva gestión de Gobierno que, por convicción o necesidad, necesitará de un tipo de cambio competitivo para promover las exportaciones y fortalecer las reservas. El desafío está en la empresa, a partir de entender hacia dónde queremos ir y qué podemos hacer hoy para avanzar en el camino. Lo que vemos hoy es lo que hay; empecemos por lo qué podemos hacer nosotros para alcanzar lo que queremos lograr.
El autor es analista de Ganados y Carnes de AZ-Group
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