En medio de las llamas, productores armaron con su personal una cuadrilla para apagar los incendios en la zona; el caso de Ricardo Mathó Meabe, que solo de alambrados perdió $30 millones
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Imparables, las llamas siguen avanzando en Corrientes. A su paso, se llevan todo: animales en algunos casos, pastizales, montes, alambrados. Y la lista sigue. En una provincia donde ya se quemaron casi 519.000 hectáreas, según el INTA Corrientes, el combate en esta situación desesperante es cuerpo a cuerpo porque, lejos de aflojar, el fuego se expande.
Ayer bien temprano, un nuevo mensaje del grupo de WhatsApp creado por los ganaderos de la zona encendió otra vez las alarmas en el campo San Raymundo: otro foco se había iniciado. Como casi todas las mañanas, hace más de un mes y medio, Ricardo “Caio” Mathó Meabe sacó fuerzas de donde pudo y avisó a su personal. De nuevo había que salir rápido, porque los minutos perdidos pueden costar muchas hectáreas.
En la estancia donde vive con su familia, ubicado en Mariano I. Loza, entre las localidades correntinas de Curuzú Cuatiá y Mercedes, alistaron sus equipos y partieron hacia el oeste de la provincia, más precisamente a la zona de Perugorría, donde se incendiaba un campo vecino a otro que administra Mathó Meabe.
Las 18 personas que conforman la cuadrilla del establecimiento cargaron las ocho mochilas forestales, calzaron los cueros de ovejas, agua para la gente y, en cuatro camionetas que ya estaban listas cada una con su cisterna repleta de agua y los dos tractores, se dirigieron hacia allí.
La provincia de Corrientes atraviesa uno de los desastres productivos y ambientales más grandes de su historia. Ya son más de 700.000 las hectáreas arrasadas por los incendios, donde la falta de lluvias, sumado a las altas temperaturas, se convirtió en un combo perfecto que hizo que el fuego hiciera estragos en los campos.
Con 57 años, es séptima generación de productores correntinos. Sus padres no recuerdan haber vivido algo semejante. Desde el 11 de enero pasado, los cuatro campos que administra ya sufrieron varios incendios, algunos incluso de manera simultánea. En total lleva quemadas más de 700 hectáreas (30% de la superficie total) y cerca de 30 kilómetros de alambrados. En su caso logró controlar el fuego pese a las pérdidas.
“Para que se den una idea, el metro sale $1000, por eso solo de alambrados perdí unos $30 millones. En el campo se estila cambiar la camioneta cada cinco años, cuando tiene alrededor de 300.000 kilómetros. Hoy debo invertir el valor de seis camionetas nuevas de golpe. Tenía una retroexcavadora que la empecé a usar para extinguir las llamas pero se me prendió fuego y el presupuesto que me pasaron solo de la parte eléctrica es de $2 millones. Es muy difícil de afrontar estos gastos”, contó a LA NACION.
Cuando la sequía en la zona se profundizaba, los ganaderos entendieron que nada bueno era lo que venía por delante. Los días siguieron pasando y la lluvia que se hacía esperar empeoraba aun más la situación. Y, sin freno ni control, el fuego avanzó sobre los campos. Pasaron de dedicarse a las labores de campo a combatir los focos no solo en los campos propios sino también en los de vecinos: “Hay productores a los que se les quemó la totalidad del campo”.
“Siento que Dios nos está poniendo a prueba todos los días. Cómo no voy a pensar eso si veo a mi gente que pone en riesgo su vida en cada foco que se inicia. Estamos cansados pero ni bien tenemos un aviso de un fuego, aunque sabemos que no podemos controlar todo, enseguida ponemos el cuerpo y salimos. Estamos defendiendo nuestra tierra con uñas y dientes”, contó.
“Hay días que son más de 24 horas seguidas sin dormir y sin comer. Es durísimo, pero como siempre se dice ‘nunca afloja un correntino’. Nos damos aliento entre todos para seguir adelante, cuando uno se cae hay otro que lo anima a continuar”, añadió.
El productor señaló que nadie los instruyó de cómo apagar los fuegos, que lo fueron aprendiendo sobre la marcha. “Nadie nos enseñó como se tira el agua para apagar el incendio. Armé una cuadrilla con parte de los peones y nos largamos. No quedaba otra, era eso o terminaban todos los campos de la familia quemados”, relató.
La metodología que aplican que cada vez que llegan a un foco es observar el caudal del fuego que hay y allí deciden si pueden o no hacerle frente, miran qué fuego pueden agarrar y si no esperan a que baje la intensidad para poder entrar. Cuando lo ven viable, primero entran los tractores, luego siguen los que tienen las mochilas forestales y detrás van los que tienen los cueros de oveja mojados, golpeando sin parar: “Nos dividimos. Cuando uno no das más por el fuego y porque el humo no te deja respirar, te retirás y viene otro y te suplanta”.
Sin lluvias a la vista, le preocupa el futuro que se avecina. “Mientras estamos apagando un foco, mi mente está en cómo vamos a pasar el invierno, sin pasto, sin alambres, con la hacienda mezclada. No son campos fáciles de manejar y estamos acostumbrados pero esto nos superó”, detalló.
“Vamos a tener un porcentaje de preñez muy bajo porque ya veníamos de una gran seca y la hacienda se preñó poco y, sumado al estrés calórico, va haber muy pocos terneros. Encima que se nos quemó el campo, por falta de pasto y para alivianar la carga vamos a tener que salir a malvender nuestros animales. Además, hay productores a los que se le murieron muchas vacas”, añadió.
En este contexto, describió que este panorama desolador va a tener un efecto dominó en los pueblos que viven del campo: “Lamentablemente, esto es multiplicador porque el campo genera recursos genuinos que se vuelcan en la zona y que llevará tiempo a que recupere su productividad”, indicó.
Lo que más lamenta el productor es la desprotección que siente ante la ausencia del Estado no solo nacional sino también provincial: “Hay muy poca ayuda de los gobiernos. Necesitamos que al menos nos digan ‘quédense tranquilos que le vamos a encontrar la vuelta, estamos junto a ustedes’. Estoy harto de pagar impuestos y cuando te pasa algo semejante, creo que mínimamente el Estado debe brindarme los servicios necesarios. Pero sé que ya no puedo esperar nada”.
Por último, cruzó al ministro de Ambiente y Desarrollo Sostenible, Juan Cabandié que había responsabilizado a los productores de las quemas en Corrientes y dijo: “Cómo vamos a prender fuego nosotros, que vivimos del campo. Es una estupidez que solo un inmaduro que nunca pagó un sueldo ni un impuesto puede llegar a pensar”.
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