Si se habrán dedicado páginas al jilguero, al zorzal chalchalero, al hornero, al cóndor majestuoso, al carpintero, al colibrí, al tero de los huevos y al pavoneado real, orgulloso y presuntuoso. Así podríamos seguir todo el sábado, pero quiero rescatar más cosas y dichos de las aves de corral, las que no tienen otro lugar.
Es que allá, del lado de la quinta y entre el alambre tejido, están los que cantan, gritan, ponen huevos, traen piojos y en medio del cacareo arman en el conventillo, el llamado gallinero.
Bueno, resulta que con esto de los plumíferos, hace siete años caminaba por la Rural con un amigo criador de caballos criollos, cuando me pidió lo acompañara al pabellón Frers (aves). “¡Si la yegua la tenés acá!”, indiqué el lugar de los equinos. “!No, ya vas a ver!”, contestó autoritario y sin sus típicas dudas.
“¿Te gusta esa gallina?”. “Si?, linda la alazana?”. “¡No, animal, es una Orpington leonada!”. Bajé la cabeza y al pie de la jaula se leía: Cabaña El Refugio, de Horacio Villola. Si, era la gran campeona de mi amigo Villola (Lucho), quien me sobraba al lado.
De ahí no jodí más y me acordé cuando en el campo, a las Pigmeas las trataban como reinas, no las comían: “¿Viste muchacho que bonitas?” “Ajá?”. Me acordé también de cuando el peón de patio mataba a las pesadas enroscándolas desde el brazo con un tirabuzón y las pelaba en el balde caliente.
Pensé en las ponedoras de mi queridísima Luisa Josefina Casado, en sus pollos carniceros y sus espléndidos pavos blancos que alcanzaron los 14 kilos. En el pollo de mi Madre, que era como un perro para ella y, un día se lo comieron.
Por algo raro visité cabañas y conocí las gallinas de cuello desnudo. Un espanto, como el tango: “parecía un gallo desplumao mostrando al compadrear el cuero picoteao”. Vi por fotos la Gallina sedosa del Japón (hum...) Volví cuando chico y me acordé del dicho: “Era más bueno que el Gallo Claudio (un dibujito).” Enseguida, la Gallina Turuleca: Yo conozco una vecina que ha comprado una gallina que parece una sardina enlatada. Tiene las patas de alambre, porque pasa mucho hambre y la pobre está todita desplumada. (Gaby, Fofó y Miliki).
Enseguida cambié de mano y volví al campo con aquello de los colorados y los pintos bataraces. Estos, origen de nuestra bombachas que vinieron como retazos de la guerra de Crimea. “Pobre gallo batarás, se está abriendo el pellejo. Ya ni pa´dar un consejo, como dicen te encontrás, porque estás enclenque y viejo ¡Pobre gallo bataráz!”.
Y el recuerdo, cuando contaban en el campo que el gallo colorao era de mentas campeón e invencible a la hora del amor: “Ni siquiera tocaba la tierra. Andaba a los saltos de una en una hasta que un día cayó sobre el loro y, el único que sabía gritar en cristiano, bramó: ¡Avisá colorao viejo! ¿dónde viste gallinas verdes?”.
No es en esta crónica el momento de hablar de las tantas virtudes que nos da la carne de gallina, la que provee al mundo. La que le quita el hambre al ser humano. La de los huevos marrones o blancos (es lo mismo), las ponedoras o los pollos que llegan a gallos. Para eso están los técnicos y la genética. Nosotros, en el campo.
Resulta pues, había olvidado que en esta columna hace un tiempo la dedicamos a un gallo fino: “El Rompehuesos, un gallo de riña impar”. Allí contamos la historia del invencible de Monte Caseros que tuvo como cuidador a Beto Romero en una actividad prohibida por Sarmiento y la “polecía”. El final suele ser que si es campeón, es padre de raza. Si pierde, los mismos dueños los convierten en empanadas.
“Sobre un poste esquinero de alambrado / en el que el alba pinta sus fulgores, / desmenuza el silencio los vigores / del concierto de un gallo colorado. / Altanero, se mueve de costado, / y aleteando exhibe su ardores / a su harem de gallinas, sus amores, / que disputan el macho codiciado”.
Me animé a robar parte de este soneto, “El Gallo Colorado”, al doctor Luis Montenegro, un poeta que pintó en palabras casi todo lo pretendido en este Rincón.
Finalmente, para todos los gallos creídos?: ¡Avisá colorado viejo! ¿Dónde viste gallinas verdes?
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