Si el anuncio del ministro de Agricultura, Julián Domínguez, no tiene tropiezos, el país tiene la oportunidad de dejar atrás el círculo vicioso que se inició en mayo pasado cuando el presidente Alberto Fernández anunció el cierre total de las exportaciones de carne vacuna en un intento de frenar la suba de los cortes en el mercado interno.
Aquella decisión, que ahora se flexibiliza, había iniciado una película ya vista en los primeros gobiernos kirchneristas. Se traban las exportaciones, los productores ganaderos empiezan a percibir menos ingresos y comienzan a desprenderse de las vacas, las “fábricas de terneros” que, a futuro, aseguran que haya más oferta de carne. Cuando cae la oferta, en el mediano plazo, los precios suben, justamente lo que en teoría se quería evitar.
Ahora, el Gobierno parece haber entendido que en el caso de la carne vacuna no hay una contradicción absoluta entre el mercado interno y el externo. Del total de la producción, solo se vende al exterior un 30% del volumen. Además, en los últimos siete años hubo un cambio de composición en la demanda de la carne argentina. El principal comprador es China, con poco más del 70% del volumen exportado, que compra cortes que en la Argentina tienen poca salida, como el brazuelo, que se usan para cocinar platos hervidos o guisos.
Otro cambio que al Gobierno le cuesta percibir es cultural. Cuando se dice que hace 20 años el consumo de carne vacuna era de 55/60 kg. por habitante al año y que ahora está en 45/47 kg. y se cree que es un deterioro, se omite el dato del crecimiento de la carne aviar y porcina en ese lapso. De 20/22 Kg./hab. año de pollo que se comía hace dos décadas se pasó a 42 kg./hab./año. Y en el cerdo, se pasó de 8kg./hab./año a 16 kg./hab. año. El bife no está solo, debe competir con el pechito de cerdo y la pechuga. Además, los expertos dicen que podría haber más espacio para la carne ovina y para el pescado, dos tipos de carne que la Argentina tiene todas las condiciones para producir más: agua y tierra.
En términos políticos, por otra parte, podría interpretarse que el ministro Domínguez le ganó la pulseada al secretario de Comercio Interior, Roberto Feletti, que se inclinaba por un aumento de las retenciones a la carne y una mayor dureza en el cepo. Este funcionario, que reporta a la vicepresidenta Cristina Kirchner, es partidario de la teoría del “desacople” entre el mercado interno y el externo. Propuso la creación de un fideicomiso que puede implicar la creación de subsidios cruzados. Una receta que no funcionó.
En cambio, como peronista tradicional, Domínguez no quiso ir en contra de la producción y fue hilvanando acuerdos para salir por arriba del laberinto. Se apoyó en los gobernadores de las provincias ganaderas y no se enfrentó con la Mesa de Enlace.
Acaso, también, la derrota electoral del Frente de Todos en noviembre pasado en gran parte de la pampa húmeda, haya servido para que el Gobierno entendiera tenía más perder que para ganar si iba en contra de la producción.
Si la decisión de no frenar todavía más las exportaciones se concreta en los próximos meses, podría comenzar a generarse un círculo virtuoso.
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