En la XVI Atada de los Pagos de Areco, que se realizó el fin de semana pasado en San Antonio de Areco, se lucieron las tradiciones de los antiguos vehículos del campo
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Los carruajes esperando bajo el tinglado y, en el potrero, un amanecer de relinchos camperos. Esta vez hay seca, un piso medio duro que igual no amilana las camas de las aceradas yantas, menos aún a los látigos sobre el pescante. El sol arequero ilumina los primeros contornos de los hombres en el alba y esta vez no es cosa de ensillar, hay que levantar atalajes y guarniciones porque en Areco es tiempo de atar.
Otra vez con sus costumbres de hacer rodar un sulky, un vagón, un dog car, una chata o un carruaje de estancia. Que arraigo mundial, que tradición argentina la que atesora nuestro campo. “Guen día”. “Se lo ve contento Miguel, ¿qué coche va a traer?” “No sé, véalo al mediodía”. En el Parque Criollo Ricardo Güiraldes, con el empuje de la Asociación de Amigos y de la Municipalidad, fue bueno ver al intendente (Francisco Ratto) entusiasmado. Y, entre todos, Elenita Piñeiro, quien no deja de tranquear para que el pueblo viva esta fiesta singular.
“Buen día, creí anoche en el boliche que usted no dispondría”. “¿Y cómo no, vio lo que tengo atado afuera?” “No, que digo sí, ya vi la tordilla y el breack”. “¡Ah bueno!, como para no verlos”. El Parque Criollo brillaba con carruajes y colores. Uno que sí, otro que más y que me gusta el de más allá. Frente a los coches, nada menos que Guillermo Gibelli y Luis María Loza, dos hombres que anduvieron por el “extranjero” y que de atalajes y carriage saben mucho y, lo mucho era bueno, porque hubieron premios para casi todos. ¿El de Miguel? ¡No lo sé, todavía no lo encontré!
Más tarde llegó la prueba por mí esperada y voy a contarles a los no iniciados de que trata. Se denomina pescante-pic y, no es otra cosa que un picnic al lado del pescante del carruaje. Igual que el guiso carrero en la morocha (olla tiznada) que colgaba bajo del eje de la chata. Bueno... no tan igual, porque aquí hay un esmero total de las buenas mozas. Entonces, ingresa lo mejor de la gastronomía, la elegancia de la mesa y la de ellas. Canastas de mimbre, servilletas a cuadritos, jamón, cochinillo, queso, paté, galleta, fruta y vino tinto, cómo no. Así, alguna de ellas también tembló y no fue por la bizarría de un joven mozo, sino por el exigente jurado: la cocinera Paula Méndez Carreras, la fotógrafa Celine Frers y el platero Patricio Draghi. Finalmente, todos comieron, los jurados, primero. Faltaba lo mejor, el desfile por las calles de Areco. Emocionaron los treinta coches al pasar bajo el verde de la plaza y recibir aplausos puebleros, devolviendo encantados el gesto. Encima se entonaban los turistas, que echaban el resto. A la hora de la oración, en el patio de La Blanqueada, Celina Frers presentaba su libro de fotos: Sentir Areco. La noche no terminaba por esas cosas del baile, del vino y, a eso de las 10 de la mañana, ataron para la prueba de destreza, en donde sobresalieron sus látigos (drivers o conductores) en la exigente competencia de rienda. Luego sí, premios, almuerzo criollo y copetines. Miguel, el agrandado de la Posada que no decía nada, pero que también triunfó, como todos.
Entre tanto festejo y risas, se me dio por recordar a Cadete Güiraldes (Comodoro), que como jurado y bajo el diluvio en este pago una vez mandó “¡Todos a atar!”. Se vino José Antonio Guevara que sopla desde aquella esquina del parque y la ruta. Don Pepe, con quien hace veintitantos hice la prueba a campo traviesa con su tiro de cuatro y que, por el ímpetu de la yegüita Señorita (empujó hasta que el balancín lastimó sus garrones), nos quedamos en el final.
Cadete, Don Pepe, sepan que por ustedes, en Areco ¡siempre es tiempo de atar!
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