Tras el abandono del ferrocarril, su edificio fue recuperado por los vecinos
CORONEL DORREGO.- Casi a fines del año pasado, Faro celebró su centenario. En realidad por estos días es poco lo que queda de aquel pueblo que nació a la vera de la vía y en derredor de la estación ferroviaria que, según se dice, tomó ese nombre por el Faro Recalada, cercano a Monte Hermoso, que en línea recta no debe estar de allí a más de quince kilómetros.
En sus buenos tiempos, Faro supo tener ochocientos habitantes y todo para funcionar con vida propia: escuela, club, zapatería, peluquería, comisaría, horno de ladrillos, sala de primeros auxilios y un tren que pasaba a diario y que era el atractivo fundamental de aquellos lugareños de vida simple, reposada y laboriosa. Durante varias décadas forjó un voluminoso álbum de recuerdos, que ya sea en la memoria de los más viejos, en las anécdotas que éstos contaron a sus descendientes o en las irrefutables fotos familiares permiten ver cómo fue por aquellos días esa pequeña aldea.
Pero la historia es bien conocida y el ocaso lento, pero firme arremetió cual tren de carga empujando hacia el olvido a infinidad de estaciones que luego vieron partir a su gente en busca de un destino mejor.
Ya estaba así la estación cuando una mañana pasó por allí sin detener su marcha el poeta Luis Domingo Berho. Sin embargo, la imagen que alcanzó a observar permaneció en su memoria durante mucho tiempo. Aquel poema en cuestión dio letra a la milonga "Estación de vía muerta", popularizada por Alberto Merlo.
La iniciativa de una vecina de recuperar el edificio motivó a que las autoridades municipales respondieran positivamente, y aquellas ruinas volvieron a parecerse bastante a lo que alguna vez fue la estación de Faro. Cristina Valladares y Marcelo Caissial llegaron al pueblo fantasma sin conocer su historia, pero descubrieron que era su lugar en el mundo, a tal punto que ya adquirieron su vivienda, empezaron a convencer a otra gente de radicarse y hoy son quienes tienen la llave de la estación restaurada que muestran gustosos al visitante. En las amplias paredes se hallan fotos de los pobladores, entre ellos, los antecesores de Aníbal Gropa, quien junto a su esposa, Dora Pastorino, también trabajan en el proyecto de recuperación. Una bandera del club que se parece bastante a la de Boca Juniors y viejos elementos permiten hacerse una idea de cómo se vivió en aquella aldea. Una existencia simple pero tranquila, característica muy valiosa en estos tiempos, sin duda.
Desde el borde del andén donde alguna vez estuvo la campana, que, como la mayoría del mobiliario no sobrevivió al saqueo, se puede observar el mismo panorama que el poeta pudo contemplar en su paso raudo y casual alguna vez. "Ya el cambista no camina con la blusa azul aquella/ni la maquina resuella/con su aliento de neblina./Ya no están en la oficina/ni el jefe ni el auxiliar./Ya no se oye replicar el telégrafo tampoco/y los gorriones de a poco han terminado por copar./Tu señal está tranquila,/tus galpones carcomidos/y en esos rieles dormidos/ya no hay vagones en fila/Ya no se ve ni una pila/sobre tu playa desierta/tu campana no despierta/y es un badajo olvidado/un lagrimón oxidado/llorando una vía muerta. La historia de aquella estación abandonada es la de miles dispersas a lo largo del país aunque algunas, como Faro, se aferren a la posibilidad de torcer ese destino al que alguien la condenó injustamente.