Creencias populares que persisten en el tercer milenio
CASTELLI.- Un cúmulo de supersticiones persiste en gran parte del sur americano y origina celebraciones que reivindican símbolos autóctonos.
En ocasiones, esas creencias condicionan la conducta de los lugareños y adquieren constante presencia en las conversaciones.
La Salamanca, el Yasiyatere, la Mulánima, integran una extensa lista que ha sido prolijamente descripta por Félix Coluccio, Adolfo Colombres y Ricardo Rojas, entre otros.
Suelen ser monstruos originados en seres humanos desdichados que, debido a algún suceso oscuro y desgraciado, arrastran la condena a un padecimiento eterno. No en todos los casos causan el mal: algunos protegen a ciertas criaturas, como el Caá Porá, defensor de los pecaríes, o Coquena, que hace lo mismo con la fauna puneña.
Relatos espeluznantes
Sin embargo, a medida que la incredulidad y el escepticismo ganan espacio en las nuevas sociedades, cada vez son más los comedidos que intentan refutar el sentido a estos seres de naturaleza incierta.
Por ejemplo, la luz mala, tan común en la pampa bonaerense, es o era para el pueblo el alma en pena de alguien que ha sufrido una muerte violenta o inesperada y busca oraciones para su paz eterna.
En general, sus apariciones se ciscunscriben a lugares determinados y producen brutales espantadas que luego dan origen a particulares relatos. Pero los que saben explican que los huesos blanquecinos de osamentas animales reflejan la luz lunar y generan así un resplandor que es posible observar desde grandes distancias.
Justamente en la provincia de Buenos Aires las costumbres tradicionales se han transformado tanto que el miedo clásico hoy debe ser estudiado por historiadores, pues en su versión actual esas tradiciones más apuntan a afirmar curiosidades locales que a reverenciar leyendas populares.
Los duelos criollos, frecuentes en otros tiempos, dejaban algún muerto sobre la gramilla, que a veces no recibía sepultura y, en consecuencia, su alma condenada vagaba por la zona.
Martín Fierro, tras describir cómo mató al moreno, dice: "Después supe que al finao/ ni siquiera lo velaron,/ y retobao en un cuero/ sin rezarle lo enterraron./ Y dicen que dende entonces,/ cuando es la noche serena/suele verse una luz mala/ como de alma que anda en pena".
La leyenda del lobisón es de origen europeo y consiste en la creencia de que el séptimo hijo varón, al alcanzar la adolescencia, se transforma en lobo los martes y viernes por la noche, es inmune a las balas, los perros no lo atacan y puede traspasar su mal pasando por entre las piernas de otra persona, por lo que eran objeto de marginación y debían soportar un literal calvario por el temor que inspiraban.
Aseguran algunos, aunque no está documentado, que a veces los séptimos hijos varones eran sacrificados al nacer por sus propios padres, quienes buscaban de ese modo evitarles sufrimientos.
Padrinazgo presidencial
Los gobiernos, por su lado, intentaban amparar a esos desdichados y tal es el origen de la costumbre del "padrinazgo presidencial": en 1907, el agricultor ruso Enrique Brest, radicado en Coronel Pringles, solicitó al presidente Figueroa Alcorta que apadrinara a su séptimo hijo varón, invocando como antecedente una tradición de Rusia, donde el zar otorgaba esa distinción.
La práctica se generalizó entre nosotros y en 1973, el entonces presidente Perón la formalizó mediante el decreto 848. Aunque es raro que los jefes de Estado asistan a la ceremonia, lo habitual es que se hagan representar por un personero portador de la medalla que atestiguará la identidad del padrino y del apadrinado.
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