Las cabañas expositoras realizaron un fuerte trabajo previo para llegar con sus mejores animales
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Cada julio, al menos por 11 días, los faros apuntan y miran hacia la ganadería argentina. Es que la Exposición Rural de Palermo es, por ese corto pero fructífero tiempo, un punto de encuentro y discusión en el que nadie quiere quedar afuera.
Tal es así que, año a año, entre otros expositores, todas las cabañas ponen su máximo esfuerzo para llegar a esta vidriera al mundo con lo mejor. Pero, claro, estar en las filas del predio no es fácil y menos con una coyuntura macroeconómica difícil y tras años de políticas ajenas al campo que lo afectaron.
Alfredo Bellocq lleva exactamente 20 años como criador de la raza Angus. Sabe que mantenerse en lo alto en un país como la Argentina es muy complejo. En Indio Rico, en el partido bonaerense de Pringles, tiene su cabaña Santa Rosa. Todo comenzó en 2004, mientras llevaba adelante su profesión de veterinario, cuando se le dio por comprar tres vacas de pedigree y arrancó con su familia. Hoy tiene alrededor de 270 nacimientos de pedigree por año y 16 toros propios en diferentes centros de inseminación.
Siempre su eje estuvo enfilado en lo que es producción y la selección de madres. “Nuestro objetivo es buscar un animal productivo hasta que en algún momento aparece un ejemplar como Mateo [un toro colorado que fue Gran Campeón del Centenario de la raza y en Palermo 2022]. Cuando sos una cabaña chica, todo cuesta mucho. Al principio fue un hobby, pero después, cuando tuve un volumen de ventas importante, pasó a ser un negocio familiar. Tuve la posibilidad de ir creciendo como cabaña, pero también como sistema productivo, teniendo vacas generales y eso me dio la oportunidad de crecer con el pedigree. De otra manera, no lo hubiera podido hacer: el rodeo general me permitió invertir en la cabaña”, dijo a LA NACION.
Lucas Lingua recorre una y otra vez el pabellón Brangus. Desde James Craik, en el centro de la provincia de Córdoba, con su cabaña Don Pancho será la primera vez en pisar la arena palermitana. Arrancó en 2015 comprando unos animales en Corral de Guardia para luego invertir en genética y embriones. Esos primeros triunfos en exposiciones fueron la catapulta perfecta para hoy estar codeándose con los grandes.
Pero no fue fácil llegar: “Estos años, las políticas de los gobiernos de turno han sido anti campo: para extraer del campo pero nada procampo. Nos han maltratado muchísimo. Lo que me llevó a seguir invirtiendo es que soy un apasionado de la ganadería. Y como los ciclos ganaderos son más largos a lo que dura un gobierno no podemos desalentarnos y conservamos la esperanza de que va a cambiar”. En su establecimiento tiene un rodeo de elite, vacas de plantel y un grupo de 12 donantes a quienes le saca embriones.
Hace tiempo que la cabaña Santa Irene tiene una fuerte reputación en Braford. Luis Otero Monsegur, su propietario, contó que desde sus inicios en 1991, tuvo claro cuál era su objetivo. En Chavarría, Corrientes, está el establecimiento, donde hace ciclo completo.
“No somos genetistas para sacar copas en Palermo sino que toda la genética es aplicada para mejorar nuestra producción de carne: somos el primer consumidor de la genética que hacemos, utilizamos todo ese esfuerzo genético para mejorar nuestro rodeo, tener mejores terneros y finalmente conseguir un bife de calidad que exige el mercado”, destacó.
Para el empresario, invertir en genética es fundamental si se quiere crecer productivamente tranqueras adentro: “La carne con genética tiene un plus, se paga más. Sumado a que producimos en campos duros de mucho calor (Chavarría) y mucho frío (Carhué, Buenos Aires), donde solo con genética los animales logran adaptarse al medio. La genética es tan importante como la sanidad. Pese a una economía turbulenta, siempre tuvimos un nivel de inversión mínimo para mantener esa vanguardia, aun a riesgo de que fueran años perdidos. Por eso, la genética siempre tiene que estar afuera de los vaivenes macroeconómicos”.
Desde su campo en Puán, provincia de Buenos Aires, la criadora Carolina Garciarena también pisa por primera vez la pista central con un toro Hereford de su cabaña La Escondida. Ya lo hizo otras veces, pero fue con la cabaña Santa Paula de su padre, fallecido hace cuatro años. Con esa herencia, entiende muy bien de los sacrificios diarios de la ganadería y de venir a la exposición. Sin embargo decidió acompañar en los festejos del centenario de la asociación: “Ser criador es muy difícil y el motor siempre en una cabaña es la pasión más que lo económico. No tenemos rodeo general, solo cabaña con mucha inversión en genética. Es puro sentimiento, esperanza y sueños”.
Palermo y el futuro de la ganadería
Para Bellocq, hablar de Palermo es palabra mayor: “En 2007 debuté con el RP1. Si bien no apuntamos a tener un animal de show sino productivo, esta muestra es la oportunidad de hacerse conocido. Más allá de que es un modo de vida, termina siendo una pasión. Trabajás de enero a enero pero un premio en la pista te da ganas de seguir invirtiendo pese a los vaivenes económicos. Le tengo más miedo al clima que a la macroeconomía, porque los vaivenes económicos me dicen hasta dónde puedo gastar, pero el clima no se puede manejar y es el que te pasa factura porque uno le debe dar continuidad al negocio”.
“No se toma dimensión de las oportunidades que tenemos a nivel genético y en capacidad de producción ganadera. Lamentablemente la política de turno lleva a que se frustre más de uno y salga del negocio, pero el país a nivel mundial está pasando un momento muy bueno. El día que las exportaciones se abran como se tienen que abrir y se recupere mercados perdidos, nuestra ganadería no tiene techo. Podemos competirle a cualquiera”, dijo Bellocq.
Para Lingua, venir a la muestra es casi mágico, aunque no olvida que todo es un negocio porque, si los números no dan esa magia se esfuma rápidamente: “Palermo es Palermo, es cómo jugar en las grandes ligas. Hicimos un esfuerzo grande para estar presente: los costos y lo que se deja de hacer en el campo todo este tiempo. Pero lo tomamos como una inversión”.
El cabañero dijo que lo que el sector necesita es un gobierno amigable con la actividad agropecuaria: “El campo no es avaro ni miserable, genera trabajo. Y es libre de decidir cuándo vender y cuándo no. Queremos un horizonte de previsibilidad porque la ganadería es un negocio a largo plazo. Así florecerán las oportunidades para la Argentina”.
Pese a que no es su meta conseguir una cucarda en Palermo, para Otero Monsegur, “es una caricia al alma”.
“Personalmente, llevarme un premio es lo más grande que me puede pasar. Pero tengo un problema: a fin de mes hay que pagar las cuentas. Por eso, tengo que agarrar ese galardón y ponerlo a producir carne de calidad y así poder pensar en un futuro más promisorio que el actual. Todavía hay mucho para crecer sobre todo en calidad y exportar carne premium como Estados Unidos y Australia”.
Esta vuelta, Palermo en tanto será muy particular para Garciarena: “Luego de sacar la guía del toro en Villa Iris, fui hasta el cementerio porque siento que hoy ese sueño de mi viejo está atado al mío”.
En conclusión, sumado a que es una herramienta que permite que cabañas chicas puedan estar compitiendo con otras de renombre, sin necesidad de contar con un Gran Campeón en su establecimiento; con un enorme potencial, la genética es la base del crecimiento productivo en rodeos generales. En definitiva, todos los animales comen el mismo pasto y tener una vaca con ese valor agregado hace que el peso invertido en alimentación y cuidado tenga una renta superior. Pero para eso necesita un plan a largo plazo, porque la actividad es un proceso biológico de impacto lento, por lo que las políticas que respalden esos procesos son cruciales para que realmente haya un resultado directo en los índices de producción de carne a nivel nacional.
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