La cadena del maíz ha atravesado con éxito la primera etapa de la pandemia, cuya dificultad central fue levantar y llevar a destino la cosecha ubicada como la segunda entre las mayores de la historia argentina, en medio de un inédito aislamiento de la población. Pero lo que viene se vislumbra más complicado: ya no depende de la capacidad de reacción y de la acción rápida del sector.
Para este año, el Banco Mundial prevé una caída del PBI del 5,2% a nivel global, que incluso podría agravarse de haber un rebrote de Covid-19. Los países como la Argentina, que dependen fuertemente de la exportación de commodities, fueron afectados por una baja del precio de los granos. En el caso del maíz, el precio se vio además impactado por la caída de la cotización del petróleo, que lleva a que se utilicen menos biocombustibles.
La Organización Mundial de Comercio (OMC) espera una reducción del comercio mundial de entre 13 y 32%. Las estimaciones de recuperación son inciertas, ya que los resultados dependerán de la duración de la pandemia y de la eficacia de las respuestas políticas. Se augura una recesión generalizada e ineludible, con un más que probable impacto en la demanda de alimentos a nivel regional y global.
Menores cantidades exportadas y caída de los precios son una combinación nefasta para nuestro sector y, por ende, para la economía argentina: más del 60% de las divisas por exportaciones del país provienen de los agroalimentos. Y el país ya está muy golpeado por el parate de la economía.
El recrudecimiento del proteccionismo que se prevé en el marco de esta pandemia se inscribe en un escenario en el que ya venían creciendo las exigencias en materia sanitaria y de sostenibilidad ambiental, con una gran cantidad de estándares públicos y privados para el acceso a mercados y a góndolas, que generan altos costos adicionales.
Los consumidores son cada vez más exigentes en relación con el origen de los alimentos que consumen, y estas demandas, que antes se restringían a mercados de alto poder adquisitivo, como la Unión Europea, hoy se propagan a países como China, un mercado clave.
El Pacto Verde europeo va a regir los negocios agroalimentarios, y las empresas que no se adapten quedarán fuera de los mercados de exportación. El documento impone protocolos estrictos relativos al contenido en carbón y al uso de los recursos naturales, que se extienden a los países con los cuales comerciará.
El panorama es complejo. Juega a favor que el sistema de producción argentino es uno de los más sustentables del mundo por su menor erosión del suelo, uso de fertilizantes y de plaguicidas, deforestación y consumo de agua. Esta sostenibilidad aparece como una ventaja comparativa frente a nuestros competidores para posicionarnos como un proveedor de alimentos seguros y de calidad.
Aceptar las reglas del juego adoptando una actitud proactiva de liderazgo puede acentuar nuestro posicionamiento. En esta línea se inscriben iniciativas como el Programa Argentino de Carbono Neutro, de las bolsas de cereales del país, que busca demostrar la neutralidad de las emisiones de carbono de nuestro sistema productivo, así como los trabajos por el posicionamiento de la agroindustria argentina en el mundo que realizan el Centro de Exportadores de Cereales, el Grupo GPS o la Fundación INAI.
También resulta fundamental el trabajo con los países exportadores de la región, que tienen preocupaciones similares a las nuestras. En este sentido, se destacan las actividades de la alianza internacional de maíz, Maizall, que comunica la sostenibilidad de nuestro sistema de producción, con la biotecnología como herramienta fundamental, ante foros internacionales como la FAO o la OMC.
Y va a ser clave trabajar fuertemente con la Cancillería para lograr acuerdos comerciales acordes a los nuevos requisitos y evitar que los nuevos requerimientos sanitarios y ambientales se transformen en barreras paraarancelarias con poco fundamento científico.
El autor es jefe de Relaciones Institucionales de Maizar
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