En 2018/19 se ubicó en 148,5 kg CO2 eq/ tonelada del cereal, por debajo de entre 270 y 375 kg CO2 eq/t en Canadá y 200 kg CO2 eq/t en Australia
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Las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) generadas principalmente por la actividad humana contribuyen de manera significativa al cambio climático. Por eso, hoy las empresas, gobiernos, países compradores de bienes y servicios del mercado internacional y consumidores de todo tipo exigen de forma creciente información sobre el impacto ambiental de los productos que adquieren.
En términos simples, la Huella de Carbono es la totalidad de GEI emitidos por efecto directo o indirecto de un producto. Por lo tanto, la información de la huella ambiental genera conciencia a lo largo de la cadena productiva, ya que promueve tendencias de producción y consumo responsable y sostenible, en línea con los Objetivos de Desarrollo Sostenible planteados por Naciones Unidas en 2015.
En una iniciativa de Argentrigo y sobre un trabajo realizado por INTA e INTI, la Bolsa de Cereales participó aportando la información de los paquetes tecnológicos en cada región productiva del país, a través de su Relevamiento de Tecnología Agrícola Aplicada (ReTAA). Se logró así caracterizar la Huella de Carbono del trigo en Argentina, detectando los factores de emisión y los puntos críticos desde el punto de vista ambiental.
En la campaña 2018/19, la Huella de Carbono resultó en un promedio de 148,5 kg CO2 eq/ tonelada de trigo en la puerta del campo. Dicho valor está por debajo de los internacionales, usando la misma metodología y protocolos internacionales. Por citar algunos ejemplos, en Italia una famosa marca de pasta seca determinó un valor de 409 kg CO2 eq/t, en España es de 384 kg CO2 eq/t, en Canadá se encuentra entre 270 y 375 kg CO2 eq/t y en Australia en 200 kg CO2 eq/t.
En la Argentina, los factores de emisión más importantes fueron los residuos de cosecha (33%), la fabricación y uso de fertilizantes (19% emisiones por fertilización y 14% por fertilizantes) y la utilización de combustibles en labores agrícolas (19%).
El análisis se destaca aún más cuando se desagregan los resultados por el nivel tecnológico (NT) del productor, identificados regionalmente por el ReTAA. En la campaña 2018/19 la producción primaria de trigo se realizó en un 33% con un nivel tecnológico alto, 50% con un nivel medio y 17% con nivel bajo. Respectivamente, las emisiones fueron de 142,6 kg, 151,2 kg y 162,3 kg CO2 eq/tonelada de trigo.
Se deduce una relación inversa entre la Huella de Carbono y el nivel tecnológico aplicado, vinculado a los rendimientos y al uso de insumos y labores. De esto también se deduce que con alta tecnología se puede obtener trigo con menor impacto ambiental, por lo tanto, en la medida que los planteos de baja tecnología se trasladen hacia los de media/alta se lograrán mejoras en los niveles de emisión total.
El nivel tecnológico considera tanto la utilización de insumos como las prácticas de manejo empleadas. Cuando se evalúa la emisión de GEI por la utilización de combustibles, uno de los factores que influye en el consumo de gasoil es la elección del sistema de laboreo. La adopción de siembra directa es fundamental en este rubro, el consumo de combustible se reduce y en consecuencia también la Huella de Carbono. Si se compara un planteo con 100% de labranza convencional vs 100% de siembra directa, en este estudio la Huella de Carbono se reduce un 10% realizando siembra directa.
Otro aspecto clave son las emisiones por el uso de fertilizantes. Considerando los niveles de fertilización actual, existe una brecha de rendimiento entre el rendimiento actual y el potencial, que podría reducirse incrementando las dosis de fertilizantes. Se genera entonces una situación de compromiso entre la Huella de Carbono que genera una mayor fertilización, y el eventual cierre de las brechas de rendimiento. En este sentido cobra importancia seguir trabajando en hacer aún más eficiente el uso de los fertilizantes, seleccionando la dosis, fuente, momento y lugar de aplicación adecuados.
En conclusión, el desafío será continuar mejorando la cadena de trigo, con mayor productividad y menores emisiones, con un manejo altamente eficiente del cultivo y buscando la sostenibilidad de todo el sistema productivo argentino.
La autora es analista agrícola del Departamento de Investigación y Prospectiva de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires
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