Con 33 años, Carlos “Pepe” Pestalardo, descendiente de Carlos Guerrero, quien en 1879 introdujo el Angus en la Argentina, fue elegido por primera vez para jurar en la 23° Exposición Nacional del Ternero de la raza
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OLAVARRÍA.- Con paso lento y pausado, de un lado a otro, Carlos “Pepe” Pestalardo camina sin cesar. Luego, se detiene y contempla los ejemplares que van entrando a pista. Pensativo, con sus manos se toca la barbilla para observar y analizar lo que tiene frente a sus ojos. En silencio, en las tribunas y apostada sobre el alambrado del predio de la Sociedad Rural local, la gente se mantiene expectante, esperando su veredicto final.
Una vez más, para estar bien seguro de su decisión, se pone en cuclillas y vuelve a examinar una a una cualidades de cada animal presentado. Sabe, porque lo lleva en su sangre, que detrás de cada ejemplar hay mucho trabajo, mucho esfuerzo y mucha dedicación, por lo que su jura no debe tener margen de error.
Con 33 años, este ingeniero en producción agropecuaria y experto en genética bovina, tiene el enorme desafío de ser jurado en la 23° Exposición Nacional del Ternero de la raza Angus, que se hace en Olavarría. Desde que nació lleva muy adentro el Angus. No es para menos, es 6º generación de criadores de la raza. Fue Carlos Guerrero, su chozno, quien en 1879 introdujo el Angus en la Argentina. Hoy, casi un siglo y medio después, es él quien dirige la cabaña Charles de Guerrero, ubicada desde 1994 en San Antonio de Areco.
“Mi vida nació con esta raza. Todos los veranos y los fines de semana me pasaba en el campo. Desde chico, Carlos Guerrero, mi abuelo, y mi madre me transmitieron esa pasión por el campo, por la ganadería y por el Angus. Era un premio para mi ir a la manga a trabajar. Me acuerdo de muy pequeño estábamos vacunando y mi abuelo me mandaba al fondo para echar las vacas desde el huevo, después de más grande me enseñaron a vacunar, ahí fui pasando más para adelante de los trabajos de manga”, dice a LA NACION.
Poco a poco fue conociendo los pormenores de la ganadería y, acompañado al asesor genético de ese momento, Francisco Gutiérrez, aprendiendo y adquiriendo “ese golpe de vista”. “Aunque es un poco innato, vas entrenando y ejercitando esa capacidad de ver las cualidades de los reproductores”, cuenta.
Pero esas ganas de aprender no quedaron ahí, con 16 años hizo el curso de jurado de Angus y, cuando comenzó la facultad, por nueve veranos, se fue a trabajar a los Estados Unidos a una de las cabañas más emblemáticas de la raza, Schaff Angus Valley, en North Dakota. “Aprender de Kelly Schaff fue una gran enseñanza para mí. Cada enero era aprender a pelar, lotear, clasificar, cuáles eran las combinaciones genéticas, hasta ir viendo cómo tratar con los clientes”, detalla.
Tanta formación adquirida lo llevó enseguida a que los cabañeros lo elijan para ser jurado, primero en exposiciones de menor categoría para luego ir escalando. “Me acuerdo que las primeras fueron en Mercedes, provincia de Buenos Aires, donde no había más de 15 animales y así fui ganando experiencia. Hace tres años que estoy en categoría internacional; hasta juré en Brasil. Pero esta es la primera vez que juro en una de las tres exposiciones más importantes que tiene Angus”, dice.
En pista lo acompaña como secretaria Sofía Oradá, que además es su mujer y con quien comparte el mismo entusiasmo por la ganadería. Ella cría Brangus.
“Al principio cuando entré a pista tuve un poco de nervios pero la verdad es que lo estoy disfrutando mucho. Es muy lindo y un lujo ver este nivel de ejemplares. Además de trabajar en la empresa familiar, me dedico a asesorar a cabañas y hoy ya estoy en cuatro razas: Angus, Hereford, Braford y Brangus”, detalla.
En 2015 fue un momento bisagra en su vida. Era muy joven, estaba recién recibido, sin embargo su familia le dio ese voto de confianza para hacerse cargo de la cabaña: “Mi abuelo me dio una palmada en la espalda y me dijo ‘hacé lo que sabés hacer’. Para él, con 84 años, es un orgullo que yo esté acá. Es un hombre de pocas palabras pero siempre está ahí apoyándome”.
Va cayendo la tarde en el predio. El frío y el viento incesante parece no espantar a los cabañeros y ganaderos que llegaron desde lejos para presenciar la muestra. El jurado vuelve a recorrer la pista, consulta algo con Sofía que sostiene la carpeta con los datos de los animales. Ha llegado el momento de elegir el mejor. Tras unas emotivas palabras, con mucha decisión y con su brazo extendido señala el Gran Campeón.
“Haber llegado hasta acá son muchas sensaciones y emociones juntas. Siento que estoy jugando en primera. Porque estar acá te lleva mucho tiempo, mucho sacrificio, son muchas horas en ruta, más de 12.000 kilómetros por mes, claro que haciendo lo que me gusta pero hay dedicación detrás”, se emociona.
La jura llegó a su fin. La gente ya se retiró del lugar y solo quedan los cabañeros en los corrales, dando de comer a sus animales. En medio de pista están los dos, Pepe y Sofía que sonríen y se abrazan, felices por la tarea cumplida.
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