Alejandro Ferrero, integrante de la cabaña María Lucía, habla de “una pasión” que, más allá de la actividad, se logró transmitir en las distintas generaciones
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CÓRDOBA.- La cabaña María Lucía de Ferrero -ubicada a 15 kilómetros al norte de Leones, en el sudeste cordobés- está cumpliendo un siglo produciendo. No son más de tres en la Argentina las que tienen esta antigüedad y siguen vigentes. Cuenta con tres razas: Angus, Shorthorn y Polled Hereford. Alejandro Ferrero, nieto del fundador Miguel Ferrero, define la actividad como “una pasión”, además de un negocio.
La historia del establecimiento se inició mucho antes de la cabaña. En 1885, Don Alejandro Ferrero y su esposa, María Lucía Seraccio, llegaron de Italia a la Argentina. Dos años después nació Miguel Ferrero, quien a los 14 años -por la muerte de su padre- se hizo cargo de la producción familiar iniciada en 1893 que, entonces, tenía 370 hectáreas.
Miguel Ferrero impulsó el crecimiento. Sumó 500 hectáreas más y en 1921 dio origen a la cabaña con la compra de unos pocos reproductores de la raza Shorthorn. En 1937 María Lucía realizó su primer remate anual y empezó a participar en exposiciones.
La cabaña se fue consolidando, sumó clientes del centro del país, en especial de Santa Fe, Entre Ríos, Buenos Aires y San Luis y en los años 50 comenzó a participar de la Exposición Rural de Palermo, una práctica que nunca dejó.
“Toda nuestra vida se armó alrededor de la cabaña -contó Alejandro Ferrero a LA NACION-. Es más que un negocio, es una pasión que se transmite de generación en generación. Desde que nace un ternero estamos pensando cómo será, si pisará la pista de Palermo”. En el último remate, había tres clientes que eran también la tercera generación de compradores.
Ferrero admitió que hay “años muy difíciles” para mantener la actividad. “Se requiere mucho esfuerzo tanto del personal como de parte nuestra, pero seguimos firmes, haciendo lo que nos gusta”, apuntó.
El plantel de animales suma 400 animales, cuentan con siete empleados, hacen venta de reproductores, participan en exposiciones, venden material seminal y comercializan embriones. Acaban de firmar un acuerdo con un productor de Chubut para unos 200 embriones. A la ganadería le suman agricultura.
En los años 60, Miguel Ferrero transfirió la conducción de la cabaña a sus hijos quienes constituyen una sociedad de hermanos -Cabaña María Lucía de Ferrero S.C.A- e incorporaron la raza Polled Hereford. En el 2004, después de una escisión familiar, Pedro Ferrero tomó la propiedad del plantel de la cabaña y formó la sociedad Pedro y Alejandro Ferrero.
“El potencial de la ganadería en la Argentina es muy fuerte -enfatizó Alejandro Ferrero-. Hay un mercado mundial ávido por proteínas de alta calidad y la carne argentina tiene un componente pastoril que pocos pueden ofrecer. Es una pena que ese potencial esté pisado por las políticas de los últimos tiempos que no entienden que para que pueda haber carne accesible hay que agrandar la torta y aumentar la producción”.
Ferrero lamentó que el “potencial nunca despegue”. Indicó: “Hubo una explosión de la agricultura, pero la ganadería siempre ronda los 50 millones de cabezas, baja en unos años, sube en otros. El desafío es impulsarla porque es sinónimo de federalismo, de retener a la población en sus lugares, de tener escuela, infraestructura”.
Desde la cabaña insisten en que, desde sus orígenes, el emprendimiento también miró hacia la agricultura que -en los años difíciles de la ganadería- “la subsidia”. Por ejemplo, por el manejo agrícola lograron un convenio con un semillero importante, incorporando a María Lucía como “campo líder” para la evaluación de híbridos, variedades y manejo de los cultivos.
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