El empresario agropecuario Alberto Marchionni, que escribió un libro con anécdotas de sus ancestros y propias, donará lo recaudado para ese lugar emblemático en Hughes, Santa Fe
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“Siembre quise contar mis memorias para que conozcan las raíces de su familia de contadini (agricultor, en italiano). Sé que son muy chicos en este momento y puede ser que ahora no comprendan la intención que tiene el abuelo Alberto al escribirles. Les dejo como legado para cuando tengan mi edad o varios años menos, con la ilusión de que alguno de ustedes escriba sus propias memorias tomando como punto de partida estas páginas”.
Con 71 años, el empresario agropecuario Alberto Marchionni sintió que la historia y los recuerdos de su familia no debían esfumarse con el correr del tiempo, sino que tenían que permanecer en el corazón de cada uno de los integrantes de su clan y a la vez compartirse con su gente cercana.
Fue así que hace dos años y medio decidió hacerse de tiempo para recopilar cuentos, anécdotas, momentos y fotografías en un libro desde que su abuelo Ra-ffaele con 21 años llegara desde Italia en busca de oportunidades, de un futuro mejor y desarrollar su vida en el país. Lo llamó “Memorias de un contadino”.
Y, en esas ganas de dejar un legado para que sus nietos lo continúen, su mirada altruista de siempre lo llevó a que todo lo recaudado por la venta de los 500 ejemplares de su primera tirada tenga como destino la biblioteca Popular Mariano Moreno de Hughes, el pueblo santafesino donde nació, creció, formó una familia y desarrolló sus empresas agropecuarias.
La historia de los Marchionni en la Argentina comenzó allá por el año 1889, cuando Don Ra-ffaele pisó a estas tierras desde su Italia natal junto a su mujer y se instaló en la pampa húmeda, donde se convirtieron en trashumantes, alquilando pequeñas porciones de tierra para sembrar y criar ganado.
“Mi abuelo llegó a Ramallo, luego fue mudándose a Colón y así sucesivamente, eran nómades los gringos. Terminaron en una chacra de 35 hectáreas, a unos 11 kilómetros al sur de Hughes. Ahí nací y me crié en un rancho de adobe, con pisos de tierra, yendo a una escuela rural que quedaba cerca. Iba a pie, en sulky, a caballo, en tractor, en moto o en el rastrojero modelo 56 que tenía mi padre“, cuenta a LA NACION.
“Mis padres y Victorio, mi tío soltero que vivía con nosotros, tenían un maestro que iba chacra por chacra a enseñarles, lo cual apenas sabían leer y escribir. Mi abuelo era totalmente analfabeto y fui yo quien le enseñé a leer cuando tenía 85 años. Como era muy católico le compramos la Biblia y así comenzó a leer. Fui el único de la familia que pudo hacer la secundaria en Hughes y luego ir a la universidad”, agrega el ingeniero agrónomo egresado de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de Rosario en 1976.
Según relata, además de trabajar la tierra, su familia tenía un almacén de Ramos Generales en el medio del campo, donde todos los vecinos iban a abastecer sus necesidades. Luego de recibirse de agrónomo, Marchionni trabajó en varios proyectos agropecuarios en los Bajos Submeridionales santafesinos, después en un colegio agropecuario y, de a poco se fue convirtiendo en asesor en varios campos de su zona. En 1983, pudo comprar sus primeras 60 hectáreas: “Fue un momento muy especial, era dejar de ser arrendatario, pasar a estar del otro lado y tener la oportunidad de crecer”.
Con ese espíritu emprendedor que heredó de sus antepasados, fue uno de los grandes precursores de la aplicación de la siembra directa en los cultivos. Además, fundó empresas de agroquímicos, de innovación tecnológica y genética, desarrollando híbridos de diferentes semillas, arvejas, maíz pisingallo, garbanzos, entre otros, que le permitió exportar a diferentes países del Mercosur y recorrer el mundo.
Hoy junto a sus tres hijos, Rafael, Ezequiel y Emanuel hacen unas 4000 hectáreas de agricultura, entre propias y alquiladas. Todo eso está descripto en el libro; también recuerda momentos compartidos junto a quienes marcaron una huella en su vida, como Fabio Nider y Norman Borlaug.
Dando vuelta la página, en la vieja estación de ferrocarril del pueblo está la biblioteca, donde además de que Ester, su mujer, trabaja de manera incansable, decenas de chicos a diario pasan horas estudiando y buscando información en los más de 22.000 libros que tiene en sus estanterías.
Pero, a pesar de tener una función social fundamental no solo en la educación sino en el espíritu del pueblo, tiempo atrás llegó a oídos de Marchionni la triste noticia que, por falta de financiamiento y subsidios magros, a fin de año cerraría las puertas.
Sin dudarlo, ahí nomás decidió que toda la plata de la venta de sus libros tendría ese destino: “Es aportar mi grano de arena al pueblo que tanto nos dio a mi familia. Esto le permitirá seguir abierta y continuar con el desarrollo de sus actividades culturales y educativas de Hughes”.
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