Fredy Cáceres, que trabaja para una casa consignataria, organizó en Ciudad Oculta, enfrente del exMercado de Hacienda de Liniers, una celebración donde se entregaron regalos, hubo comida y se hicieron juegos
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Cansado pero feliz, con la satisfacción del deber cumplido. Así se siente Fredy Cáceres, capataz de a caballo de una consignataria en el Mercado Agroganadero (MAG), luego de que el domingo pasado, junto a su familia y un grupo de 12 compañeros de trabajo organizaran un festejo para los miles de chicos que viven en la villa Ciudad Oculta, ubicada enfrente al exMercado de Liniers del barrio porteño de Mataderos. El festejo fue para conmemorar el Día del Niño, aunque sea el domingo siguiente a su celebración.
A pesar de que meses atrás el mercado de hacienda se mudó al partido bonaerense de Cañuelas, Cáceres nunca pensó en abandonar esta movida solidaria que desde más de 30 años realiza en la puerta de la villa. Todo comenzó en 1988 cuando vivía junto a su madre, Benigna Vargas, y sus ocho hermanos en ese barrio y había conseguido un trabajo en relación de dependencia como peón en una firma consignataria.
Fue ahí que “Doña Benita”, como la conocían en la villa le dijo: “Mire hijo, es momento que usted ahora que tiene un trabajo estable ponga su sueldo para que los chicos del barrio puedan festejar el día del Niño y tener ese regalo que usted nunca tuvo”.
Con 53 años, aun hoy recuerda su dura infancia, llena de necesidades y, cómo gracias a que a los 10 años llegó al Mercado de Liniers con una canasta llena de churros para vender, poco a poco su realidad comenzó a cambiar.
Primero cebó mate, luego limpió camas de caballos, barrió y lavó sudaderas, así aprendió el oficio y hoy tiene el puesto de capataz. Su hijo y su hermana que también trabajan en el MAG fueron de la partida en la organización del festejo.
Así fueron pasando ininterrumpidos los festejos, donde año a año fue contagiando a sus compañeros del ex mercado en Liniers para que se sumen. Salvo los dos años de pandemia que se suspendió, este 2022 decidió que no podía saltearlo otra vez.
“Hoy ya no vivo más en la villa, también mi madre ha fallecido. Pero siempre vuelvo, la villa me tira, es mi vida. Hace como un mes atrás, una tarde fui a visitar a unos amigos y unos pibitos me agarraron y me dijeron: ‘este año nos vas a hacer el día del niño, como siempre’. Sentí que no podía fallarles y ahí nomás me puse a organizar”, cuenta a LA NACION.
Esta vuelta, una semana antes se pidió siete días de vacaciones para poder preparar bien el evento, juntar las donaciones y comprar todas las cosas. “Hay mucha gente que da una gran mano siempre, las consignatarias nos apoyaron con plata, Jorge Tadei (padre de Wanda) que antes nos dio 420 hamburguesas con pan y aderezos, los frigoríficos nos dieron 27 ganchos de chorizos y carne, un corralón de construcción de la zona que nos donó dos bicicletas para rifar (otras tres fueron compradas) las panaderías y los churreros del barrio nos donaron pan, facturas y churros y otros tantos más”, describe.
Alquilaron los inflables, compraron las bebidas, la comida, los juguetes y los dulces para repartir y sobre todo se pusieron a diagramar para ese día los juegos que iban a realizar, entre ellos un concurso de baile y un campeonato de fútbol con siete equipos por categoría.
Ese domingo bien temprano, con la colaboración de la policía de la Ciudad, cortaron la Avenida Eva Perón al 6300, entre Lisandro de la Torre y Murgiondo. Armaron el escenario, los inflables y las mesas donde los chicos iban a desayunar el chocolate con facturas y churros. A las 9, la gente comenzó a llegar al lugar. Y cada uno de los organizadores fue tomando su posición en la división de las tareas.
Las horas transcurrían entre juegos y cerca del mediodía improvisaron unas parrillas en plena calle, donde cocinaron 1500 chorizos, 1200 hamburguesas, unos 60 kilos de paleta para sandwiches y unos corderos. Además de repartir otros 900 panchos.
“Entre grandes y chicos comieron alrededor de unas 1500 personas. Repartimos más de 800 juguetes a cada pibe y lamentablemente nos faltaron más regalos porque cerca de 350 chicos se quedaron sin recibirlo. Además, entregamos unas 1150 bolsitas con golosinas y no quedó ninguna”, detalla.
Cuando la tarde iba cayendo, la gente se fue retirando, dejando la calle e introduciéndose hacia dentro de la villa. Era tiempo de limpiar y dejar en óptimas condiciones el lugar del evento. Recién a eso de las dos de la mañana, Cáceres llegó a su casa. Estaba “muerto de agotamiento, pero orgulloso de haberlo hecho otra vez”.
“Soy un agradecido a la vida, a mí me ha ido bien. Acá está la realidad del país, sin hacer política. Cuando me estaba yendo los pibes me abrazaban y me decían gracias: eso no tiene precio, es impagable ver a un chico sonreír”, detalla.
Era momento de descansar pero la emoción lo invadió. Observó un portarretrato con una foto de su madre y luego miró hacia arriba y dijo: “Ya está vieja, un año más que cumplí con lo que me pediste”.
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