En Senillosa, Neuquén, Julio Penros y Viviana Goldstein tienen un viñedo que en 2018 logró el primer vino de la región libre de gluten
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Corría el año 2006 y, como todos sus francos, el policía Julio Penros decidió ir a la pequeña finca de dos hectáreas que tenía en Senillosa, a unos 38 kilómetros al oeste de la capital neuquina, para adelantar la plantación de estacas de la cortina de álamos que estaba armando.
Como era su costumbre desde chico, encendió la radio AM de su Renault 18 y se puso manos a la obra. Mientras colocaba una a una las estacas, el periodista del programa sintonizado destacaba la relación “tan íntima e inseparable que existía desde siempre entre el vino y la humanidad”.
Con esa idea rondando en su mente volvió a la ciudad de Plottier, donde lo esperaba su mujer, Viviana Goldstein, también policía, a quien había conocido en la cárcel provincial, más precisamente en la Unidad de Detención número 11.
“Yo era policía de tránsito pero en el 1999 pedí el traslado a la cárcel provincial y ahí la conocí. Hace 22 años que estamos juntos. Cuando llegué esa noche a casa le comenté que debíamos hacer vino en nuestro campito”, cuenta a LA NACION.
La única relación que tenía Penros con el campo era cuando era pequeño y vivía en un barrio que estaba rodeado de chacras con plantaciones de peras y manzanas, cerca del Río Limay y del Río Neuquén, a metros de la confluencia de ambos.
“A los siete años me dedicaba a hacer changas, recogiendo manzanas del suelo para las fábricas de sidras de la zona. Esa reflexión del periodista me hizo sacar a flote la añoranza de mi infancia y me movilizó tanto que le planteé a Viviana encarar este emprendimiento”, detalla el productor, de 52 años.
Era hacer un giro en sus vidas y emprender un proyecto vitivinícola: “Era una utopía”. Al principio, pensaron que era una decisión intrascendente pero a medida que fue pasando el tiempo y se fueron involucrando descubrieron que habían tomado una decisión que cambiaría su vida para siempre: “Hoy no nos vemos haciendo otra cosa que haciendo vino”.
El norte era hacer vino y, aunque sin ningún conocimiento previo, se embarcaron en ese nuevo desafío al que llamaron posteriormente “Puerta Oeste”, en honor al lugar donde se encuentra la finca: “Allí se inicia el Gran Valle del Comahue”.
Lo primero que hicieron fue buscar en las guías telefónicas el número del INTA local, que les habían comentado que ellos los podrían orientan en el proyecto. Fue así que concertaron una reunión con expertos del organismo, quien les informaron “empáticamente” todo lo referente a las plantaciones de uvas.
“Si no nos hubiesen atendido con esa paciencia y esa dedicación, nos hubiésemos retirado de ahí confirmando lo que pensábamos de antemano: que nosotros no estábamos capacitados para hacerlo y que debíamos plantar otra cosa como melones o sandías. Nada de eso ocurrió y esa manera de tratarnos y brindarse fue un hecho fundamental para no desistir”, relata.
Mario Gallina, un experto del organismo, les dijo que las plantas que debían usar eran de Malbec y Pinot Noir, y así lo hicieron. En 2009, compraron unas 900 estacas en total (450 de cada especie) al INTA, con los que luego, al año siguiente, crearían sus propias plantas que se convertirían en su viñedo.
Los comienzos fueron difíciles, sin dinero para infraestructura y sin servicio eléctrico, los avances costaban. Regaban las plantas a baldes hasta que pudieron poner la luz. Eso les ahorró trabajo y el cambio fue radical. Tampoco contaban con el asesoramiento necesario para mejorar hasta que, en 2012, consiguieron la capacitación y apoyo del Centro Pyme-Adeneu.
“Al principio hacíamos lo que nos parecía que estaba bien, cómo podar, regar, nutrir la tierra. Porque, por la cantidad de plantas que teníamos no calificábamos para tener una visita técnica ni asesoramiento, hasta que conseguimos que nos vengan a dar una mano”, describe.
Con unos microcréditos que consiguieron y parte de su trabajo, pudieron avanzar en mejorar la infraestructura e incluso instalaron riego por goteo que les mejoró sustancialmente sus plantas. En 2015 tuvieron su primera cosecha, con 300 kilos de Malbec y 70 kilos de Pinot Noir.
Si bien Pernos había dejado la fuerza 2007, recién ese año, por 2015, como premonitorio, Goldstein se retiró de la policía. “Esos kilos es insignificante para la industria pero para nosotros era el resultado de años de trabajo y esfuerzo”, señala.
Tras cosechar ellos mismos toda la uva, esa tarde comenzaron a desgranar a mano, que terminaron de hacerlo a las 4 de la madrugada. Y elaboraron su primer vino. Con ese producto, ese año, decidieron participar en la Patagonia de un concurso de vinos caseros y artesanales. “No fue una buena performance, nos calificaron con 52 puntos, era malo el puntaje”, describe.
Sin embargo, lejos de rendirse y desmotivarse, se propusieron mejorar su trabajo para el año siguiente: “Con la cosecha del 2016, obtuvimos una medalla de oro para Malbec roble y un medalla de plata para Malbec joven o frutado”, destaca orgulloso.
A partir de esos logros, se dijeron que ese sería su piso, que nunca más un vino suyo debía tener una menor calidad. En 2018, con ya muchas medallas en su haber y con un nieto intolerante al gluten, decidieron certificar que su producto era libre de TACC y se convirtieron en el primer vino de la Patagonia libre de gluten.
“Somos personas muy afortunadas de esta experiencia que nos toca vivir. Agradezco a todos los que se cruzaron por nuestras vidas, incluso a quienes nos hicieron daño. Porque si uno sabe lo quiere, no hay quien pueda torcer esa decisión o cambiar ese destino: nadie te puede frenar”, finaliza.
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