En Entre Ríos, Alejandro de Tezanos Pinto hace una producción ganadera regenerativa con un reconocido programa; difunde sus avances en Instagram
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La muerte de su padre, un cambio de década, su paternidad y la pandemia. Con 40 años, en 2020, para Alejandro de Tezanos Pinto era momento de barajar y dar de nuevo: dejar de ser fotógrafo de viajes de egresados y ocuparse del campo familiar un tanto olvidado y poco productivo.
Criado en una tradicional familia de San Isidro, junto a seis hermanos, de pequeño su vida transcurría en el club con amigos y los veranos en el campo familiar en Puerto Yeruá, Entre Ríos, a orillas del río Uruguay.
En ese entonces, su vínculo con lo rural era tan solo recreativo y, si bien le gustaba ir al campo, solo era en plan de visita y esparcimiento. Eran 360 hectáreas que su padre había podido comprarle a un familiar, donde 100 de ellas eran citrícolas y el resto un campo ganadero con monte y sin mucha rentabilidad.
Aunque estudió licenciatura en administración de empresas, que le permitió trabajar en algunas reconocidas compañías del país, enseguida decidió ser independiente y tener su propio emprendimiento. Su hermano tenía una empresa de turismo que se dedicaba a organizar viajes de egresados a distintos colegios privados. Fue allí donde encontró una oportunidad, una veta económica: acompañar a esos estudiantes y venderles servicios fotográficos durante sus estadías en los diferentes destinos turísticos que elegían los chicos.
“Empecé de a poco, con algunos viajes, pero enseguida me comenzó a ir muy bien. Comencé a crecer por lo que tuve que armar un equipo de trabajo que me acompañe. Nos íbamos por más de cuatro meses a lugares como Cancún, Punta Cana, Porto Seguro, Bariloche, entre otros”, cuenta a LA NACION.
“Hacíamos más de 5000 servicios al año. Luego adicioné las fiestas de egresados que llegué a hacer también más de 450 cada año. Era una vida alocada, con una vorágine impresionante. Fueron más de 10 años así”, añade.
El tiempo pasaba y de a poco la visión de vida del ahora productor comenzó a virar. La muerte de su padre obligó a sus hijos a hacerse cargo, entre otras cosas, del campo. “Papá trabajaba en una empresa de fertilizantes y nunca logró dedicarse a pleno ni a la actividad citrícola ni a la ganadería, por lo que el campo más que ser rentable generaba gastos”, detalla.
En un principio fue su hermano quien comenzó a ocuparse pero, con la llegada de la pandemia, los viajes y las fiestas desaparecieron y con ellos dejaron de existir de un momento a otro los servicios de fotografía que realizaba.
Además pronto llegaría su primer hijo al mundo, era momento de recalcular, bajar un cambio y tener otra calidad de vida. “Hacía un tiempo atrás había conocido algunos productores que hacían ganadería regenerativa y me interesó para aplicarlo en el campo familiar. Por eso venía investigando del tema. Pero la pandemia fue un momento de quiebre que me llevó hacia un cambio rotundo de vida y me obligó a reinventarme”, relata.
Ese nuevo camino era cómo poder hacer un campo más productivo y autosustentable. En ese devenir, comenzó a realizar cursos, leer libros de esa temática y, mientras estaba en ese proceso de ponerlo en práctica, convencido de que el “Pastoreo Racional Voisin” era un sistema productivo que funcionada muy bien no entendía la poca difusión que tenía.
“Lo empecé a poner en funcionamiento con las vacas que nos había dejado mi padre y veía que marchaba muy bien y que el campo producía pasto. Me enamoré de eso y pensé que a otros productores les podía servir mi experiencia porque las complejidades que teníamos nosotros lo debían tener otros ganaderos también”, describe. El Pastoreo Racional Voisin (PRV) se basa en una tecnología eficiente, moderna y económica de producción animal sobre la base del pasto.
Fue así que a través de las redes sociales comenzó a comunicarlo y enseguida “tuvo una enorme repercusión en la gente”.
“Muchas veces dudé y pensaba dónde estaba el engaño de este sistema. Me preguntaba por qué, si mucha gente lo hacía y era un camino tan virtuoso, tenía tan poca difusión. Por eso, decidí inspirar mi propia historia en las de terceros. Armé una cuenta de Instagram para comenzar a difundir los cambios en nuestro campo”, señala.
El trabajo en el campo
Con un rodeo de 200 vacas de cría cruza que había dejado su padre empezó su labor. Basándose en las leyes que tiene el sistema encaró el proceso de reconversión de su establecimiento.
“Armamos parcelas chicas, porque el animal camina un montón para buscar el pasto más tierno y el que no es tan fresco lo deja y este al final se encaña. Además debíamos dejar que el suelo descanse y los pastos crezcan en su punto óptimo para ser comido, por lo que las ocupaciones en cada lote debían ser cortas y que luego pasen a otro que esté en las mejores condiciones para comerse: la función primordial es que cada vez haya más y mejor pasto para las vacas”, explica.
Hoy solo quedan unas pocas hectáreas de plantaciones de naranjas, que producen para consumo propio. Con un manejo basado en procesos productivos y haciendo valer los ciclos de la naturaleza, en el resto del campo apunta a un programa autosustentable para esa ganadería que su padre no pudo ver crecer.
“Qué loco es todo. Papá decía que nunca había pasto para las vacas en el campo y nunca logró hacerlo de manera eficiente. Ahora los lotes están cargados de pasto y la hacienda está gorda. Estaría orgulloso de ver lo que logramos”, finaliza.
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