Que el prestigioso semanario británico The Economist haya titulado en su última portada “La catástrofe alimentaria que se avecina”, ilustrada con una espiga que tiene calaveras en vez de granos de trigo, da cuenta del grado de tensión global al que se ha llegado por la invasión rusa a Ucrania de la que se cumplen tres meses el próximo martes.
Los alimentos están en el foco de la atención mundial y la Argentina , como uno de los principales productores y exportadores, no debería estar ajena a ese escenario.
Sin solución de continuidad en el mundo cayó la pandemia por el Covid-19, el aumento de los precios de la energía y la guerra en Ucrania. En un escenario de tanta tensión, cualquier problema productivo que hubiera iba a tener una réplica en los precios. Es lo que sucedió con el trigo en Estados Unidos y con el maíz en Brasil, Estados Unidos y la Argentina.
Pese a que desde foros como el G7, grupo de países más desarrollados, las Naciones Unidas y la FAO se recomendó no aplicar restricciones a las exportaciones de materias primas y granos, hubo países que las establecieron igual, como la India, que hace una semana decidió frenar sus exportaciones de trigo por una ola de calor, e Indonesia que trabó los envíos de aceite de palma por la suba de precios. Este país, finalmente, anunció que reanudará las exportaciones, lo que alivió la tensión en el mercado de aceites.
El nivel de preocupación por el riesgo de un agravamiento de la crisis alimentaria fue expresado por el director general de la FAO, Qu Dongyu, en un debate del Consejo de Seguridad de la ONU en Nueva York titulado “Mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales: conflicto y alimentación” que se realizó esta semana. “Mi mensaje de hoy es más relevante que antes: la agricultura es una de las claves para una paz y seguridad duraderas”, dijo.
“En 2021, la cantidad de personas que experimentan inseguridad alimentaria aguda aumentó a casi 193 millones, 40 millones más que en 2020, y se espera que aumente aún más este año, según el Informe global sobre crisis alimentarias. Afganistán, Somalia, Sudán del Sur y Yemen enfrentan riesgos de hambruna”, advirtió Qu. Pero las situaciones de conflicto siguen siendo las principales promotoras de las hambrunas. “Entre 2018 y 2021, la cantidad de personas en situaciones de crisis en países donde el conflicto fue el principal impulsor de la inseguridad alimentaria aguda aumentó en un 88 %, a poco más de 139 millones”, dijo el director de la FAO. Por la invasión rusa, que involucra dos países clave para el comercio de cereales y oleaginosas, “la desnutrición crónica aumentará en 18,8 millones de personas más para 2023″, según estimó.
Esta preocupación mundial fue recogida por el presidente Alberto Fernández en su reciente gira por Europa. Luego del encuentro con el presidente de Francia, Emmanuel Macron, que le planteó su preocupación por la seguridad alimentaria, dijo: “Soy de los que están convencidos de que lo que el mundo necesita hoy es más alimentos y más proteínas, no más misiles”.
Con una frase de cierta reminiscencia al hippismo de los años sesenta, el presidente argentino coincidió con su par francés sobre los riesgos del mundo de hoy. Sin embargo, Fernández tuvo una oportunidad de enorme magnitud en París para reflexionar sobre las medidas que algunos de sus colaboradores le proponen y que van en la dirección contraria a lo que pregona en el exterior. Porque cuando llegan a sus oídos ideas como la suba de los derechos de exportación (DEX) para desacoplar los precios internacionales de los locales, lo que se omite es que, así, se desalienta la producción. Por supuesto, se argumentan razones internas para hacerlo. En este caso, sería para que la población más vulnerable no se vea perjudicada por la suba de los precios de las materias primas. Sin embargo, la evidencia argentina demuestra que los DEX, mal llamados retenciones, se usaron para mejorar la recaudación fiscal y no para atender a la población que lo necesita. Y si en algún momento hay una baja de precios en los alimentos que utilizan maíz, trigo, soja y girasol esa “mejora” no hace distinciones entre niveles de ingresos de los consumidores. En otras palabras, hay un subsidio “pro-rico”.
La delicada situación global pone a la Argentina en el lugar de asumir su responsabilidad como productor de alimentos y si elige echar más nafta al fuego o si se anima a ocupar su lugar en el mundo.
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