Diego Aguiló, productor de Tapalqué, creó una cabaña y apuesta a la genética para sumar valor
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Diego Aguiló, un ingeniero agrónomo de 74 años, dedicó prácticamente toda su vida al agro. Si bien nació en Buenos Aires, tomó contacto rápido con la vida rural porque su padre era administrador del campo de su abuela en el partido de Tapalqué. “La Margarita” había sido comprado en 1870, siete años después de la fundación del pueblo.
En esa época, la ruta 51, que une Saladillo con Tapalqué, era de tierra. Entonces, “De chico, para ir al campo, tomábamos el tren en Buenos Aires y en la estación de Tapalqué nos estaba esperando una break para llevarnos al campo; no se iba en automóvil”, recuerda Aguiló. Una break era un carruaje con cuatro ruedas tirado por caballos, con pescante elevado y bancos en la parte posterior. “Con el correr del tiempo, ya más grande, yo iba a buscar familiares a la estación con la break”, añade.
En esa época, el personal vivía en el campo y se organizaba un viaje quincenal al pueblo para “ir a buscar los vicios”, según se decía: yerba, galleta, azúcar, harina, combustible, etc. “La nafta se cargaba en un tambor provisto por YPF, abastecido por un surtidor a manija. En la parte superior de éste había dos tubos con una capacidad de un galón cada uno, con los cuales el vendedor calculaba el importe de la compra”, rememora.
En el campo, toda la maquinaria era tirada por caballos. Un equipo “de punta” de aquella época era un arado de tres rejas. La cosechadora también tenía tracción a sangre y un motor a vapor que movía los engranajes. Descargaba el grano en bolsas, que se cosían cerca de las boquillas. Luego se cargaban en un vagón grande, también tirado por caballos. La hacienda en condiciones de venta se llevaba por arreo hasta el remate feria de Tapalqué.
“Los chicos del personal y de los dueños íbamos solos al colegio cercano en sulky. En la escuela nos encontrábamos con compañeros que llegaban por el mismo medio o a caballo”, completa.
Cuando Diego había cumplido los primeros tramos de la escuela primaria, la familia decidió que siguiera su educación en la ciudad de Buenos Aires. Allí completó el ciclo y siguió la secundaria en el colegio San Agustín, para luego estudiar Agronomía de la UBA, donde se recibió en 1970.
Antes de graduarse, Diego empezó a trabajar como coasesor del CREA Tapalqué recorriendo los campos de los integrantes. Pero, al poco tiempo, falleció el padre y debió hacerse cargo del campo familiar, con 22 años. Más tarde se casó con Florencia Güiraldes, su compañera de toda la vida (51 años juntos), con quien tuvo cinco hijos y 13 nietos.
Intensificación con pasturas
Con el campo familiar de cría Aguiló ingreso al CREA Tapalqué, un ámbito propicio para generar cambios superadores en el sistema productivo. El negocio de la cría no era bueno en aquella época, con precios del ternero por debajo del gordo. Por eso, en el campo buscaron salir de la monocultura criadora tratando de engordar los terneros producidos.
“Empezamos a sembrar pasturas a base de de pasto ovillo, falaris y festuca en las lomas, fertilizadas inicialmente con hiperfosfato, un producto de acción muy lenta por ser roca molida. Por eso, lo fuimos reemplazando por el superfosfato, que daba más respuesta por su rápida disolución”, diferencia.
“A principios de la década del 70, con el asesor del grupo, Fernando Rojas Panelo, trabajamos con muchos ensayos de prueba, error y aprendizaje, para mejorar la productividad de los difíciles campos de Tapalqué, de suelos muy heterogéneos, con distintas calidades”, afirma Diego.
“Con las pasturas fertilizadas se consiguió una mejor oferta forrajera, pero aún el engorde de novillos era lento: se cargaban para faena en la primavera del año siguiente al destete; las hembras recibían servicio a los 24 meses”, admite. Sin embargo, esa nueva actividad agregaba valor y era más rentable que la cría pura.
Para seguir mejorando el sistema productivo, Aguiló incorporó la inseminación artificial al plantel de mejores vacas, una técnica que era novedad para la época. “Se detectaban vacas en celo y se inseminaban mañana y tarde”, recuerda.
Aprendizaje
Pero la intensificación también trajo efectos no deseados. Para desarrollar un planteo de engorde de la propia producción se debió mandar las vacas “al fondo del campo”, a los peores potreros, donde perdían condición corporal y porcentaje de preñez. También se medían altas mermas entre preñez y destete, y problemas de diarrea neonatal de los terneros, que provocaban muertes. Todo eso obligó a un nuevo aprendizaje replanteando el manejo de las vacas.
En 1986 hubo un golpe de timón en la empresa y comenzó una nueva etapa: invernada intensiva de compra como única actividad. “En un viaje a Nueva Zelanda conocimos al raigrás anual Tama, que transformó la producción forrajera del campo”, asegura Aguiló. Junto con el asesor Fabián Tomassone implantaron esta gramínea o promovieron la población natural de raigrás de los campos, para ofrecer forraje de mayor calidad a la hacienda.
En esa época, el campo familiar original se dividió entre los hermanos y Aguiló recibió 616 hectáreas. Dividió esa superficie con alambrado en eléctrico e implantó raigrás para desarrollar el planteo de invernada de compra. El pastoreo directo de raigrás se complementaba con un período de terminación a corral, que permitía vender novillos de 420 kilos luego de haber ganado 900 gramos por día.
Cabaña de Puro Controlado
Posteriormente Aguiló le compró la parte del campo de una prima hermana para totalizar 960 hectáreas. El sistema de invernada funcionó muchos años, durante los cuales Aguiló también era administrador de varias empresas lecheras grandes, que le requerían gran esfuerzo personal y un ritmo de vida muy estresante. Por esa forma de vida, en 2012 la salud le mandó un aviso: los médicos le detectaron problemas en el corazón y le sugirieron que cambiara su ritmo de trabajo y limitara su capacidad operativa. Aguiló hizo caso y hoy trabaja con uno de sus hijos en un planteo más sencillo que la invernada intensiva. Creó la cabaña El Silencio, que comercializa toros y vaquillonas Puros Controlados, se quedó con menos administraciones y se propuso tener más tiempo para disfrutar de la vida.
No obstante, la cabaña incorporó los últimos adelantos tecnológicos. La producción de forraje de las pasturas polifíticas actuales se aprovecha eficientemente con 46 potreros hechos con alambrado eléctrico. La carga animal del campo no es la máxima -0,85EV/ha-porque se busca buena condición corporal de los vientres y altos porcentajes de preñez, que permitan destetar terneros que pesen aproximadamente el 50% de la madre.
La genética tiene un lugar importante. “Utilizo inseminación artificial desde 1983, cuando recién se difundía la práctica en la Argentina, con las enseñanzas de Juan Debernardi. Con su equipo clasificó todas las vacas de los tambos que administraba y recomendó el semen de toros que podían corregir sus defectos. Luego esa herramienta genética la trasladé a la ganadería de carne, en la cabaña”, describe. Por ejemplo, para entore de vaquillonas a los 15 meses, utiliza semen de toros que dan mayor facilidad de parto.
En el campo de Tapalqué, “con buenas técnicas, desde hace tres años, hacemos solo dos inseminaciones en vaquillonas de 15 meses, sin repaso con toros, porque logramos 85% de preñez; el 15% que no se preña se vende como vaquillona gorda”, apunta.
La hacienda se maneja sin provocar el estrés. “Al corral no entran caballos; todos los movimientos se hacen a pie, sin gritos. Los perros quedan atados en el galpón”, establece el empresario.
La cabaña vende toritos y vaquillonas Puros Controlados seleccionados por facilidad de parto, docilidad, correcta implantación de la ubre y eficiencia de conversión de alimento en carne, entre otros rasgos productivos.
“Hoy estoy feliz con la actividad de la cabaña, con mi esposa y con uno de mis hijos -Miguel- y un equipo de trabajo motivado que me acompaña, en una actividad menos estresante que las anteriores y que me deja tiempo para mí, para disfrutar de lo que me queda de la vida”, indica Aguiló.
Claves para la intensificación
Con su experiencia de toda la vida, Diego Aguiló enumera las siguientes pasos para aumentar la productividad de una empresa de cría de la Cuenca del Salado:
- Lo primero que hay que considerar es que los cambios exigen inversiones. Entonces, hay que ver cómo está financieramente el propietario: si necesita los ingresos actuales para vivir o no. Si no hay excedentes es difícil avanzar.
- El segundo paso es la subdivisión interna, sobre todo de campos grandes. Hay que dividir por calidad de suelo más que por figuras geométricas, para poder sembrar especies forrajeras de mayor productividad en los suelos neutros o ácidos y evitar los alcalinos.
- Si los alambrados están muy deteriorados, pero los postes están en buen estado, se pueden colocar dos hilos de alambre electrificado utilizando equipos con suficiente potencia.
- Si el campo natural tiene mucha paja colorada, se puede pasar un rolo helicoidal pesado. Corta las matas y las convierte en comestibles para la hacienda, al tiempo de dar espacio a las especies naturales valiosas. Otra posibilidad es el tratamiento con glifosato con altas dosis y posterior siembra directa de raigrás, para continuar, en esos potreros, con la promoción del raigrás sembrado en años siguientes. A los cinco años, hay que volver a sembrar raigrás de calidad, porque se hibrida gradualmente con el natural.
- Es importante generar un buen equipo de trabajo, idóneo y motivado. Y el responsable de la empresa debe dedicarle tiempo a cada empleado, para explicarle en detalle qué debe hacer. Esa precaución genera muchos días de tranquilidad posterior, al hacer correctamente el trabajo.
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