En 1833, Antonina Roxa, Gregoria Madrid y Carmelita huyeron cuando asaltaron la casa del gobernador Luis Vernet y asesinaron a cinco empleados
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El 26 de agosto de 1833 sucedió en las Islas Malvinas el episodio del gaucho Rivero, gravísimo hecho de sangre, llevado a cabo por un grupo de ocho individuos, cinco indios confinados por delincuentes y tres gauchos o peones de a caballo. Irritados por el incumplimiento de los pagos por su trabajo, asaltaron las casas de los cinco empleados de Luis Vernet y los asesinaron con saña, mientras que un grupo de hombres en compañía de tres mujeres pudo escapar en un bote, salvando milagrosamente su vida, cuando un barco en viaje de regreso de la Antártida los observó.
El académico Ernesto J. Fitte, en un trabajo sobre las Malvinas después de la usurpación británica, trae el nombre de estas mujeres: Gregoria Madrid, Antonina Roxa y Carmelita, según un informe realizado en Puerto Luis por el teniente Robert Lowcay.
Hemos ubicado a Antonina Roxas que nació en Buenos Aires el 1º de setiembre de 1788 y al día siguiente fue bautizada en la parroquia de la Merced con los nombres de María del Rosario Antonina Estefanía, era hija de don Miguel García de Roxas y de doña Petrona Patrón. Su padre, natural de Jerez de la Frontera, había llegado a Buenos Aires como médico y se casó con una dama porteña de conocida familia. El mayor de sus hermanos, don José María Roxas y Patrón (1781), comerciante, diputado y ministro de Rosas, que después de Caseros siguió la amistad en el exilio con total fidelidad, como que así lo consignó don Juan Manuel en su testamento. Antonina se había casado con un señor Kenney, pero en el censo de 1842 no figura su marido ni descendencia por la que la suponemos viuda.
Qué circunstancia habrá llevado a Antonina a vivir a Malvinas, es una pregunta que nos surge, sobre todo nacida en una familia de prestigio social y no pocos recursos. Sabemos de su entrega a la pequeña comunidad de Puerto Luis, asistiendo a los enfermos y como comadrona atendiendo a las que daban a luz (algo debió aprender de su padre), pero además en actividades rurales como el amanse de vacas lecheras. Tan valiosa fue su tarea que el teniente Smith, a modo de recompensa y en reconocimiento a su labor, le entregó cinco vacas, cinco terneros, tres bueyes y un toro. Por entonces, la existencia era de catorce vacas lecheras y ciento noventa vacunos, de los cuales se debía proveer la leche y la carne, ya que se trataba de hacienda medianamente mansa. El capataz calculaba que unas cuarenta mil cabezas de ganado vivían en las islas, en estado cerril.
Antonina tenía una posición holgada, su casa estaba al borde del mar y poseía seis perros, diecisiete vacas, seis terneros, siete bueyes y seis aves de corral. Además se ocupaba de la lavandería, junto con las tareas del tambo y cremería que no había abandonado y cuando “se da el caso y la necesidad aprieta, hasta se comide para actuar de gaucho”.
De otras dos mujeres tenemos las siguientes noticias: Gregoria Madrid se había casado con Mr. Parry, tenía 28 años y estaba radicada en las islas desde 1830, no tenía hijos, habitaba en una pequeña cabaña de piedra. Carmelita (no se consigan su apellido de soltera) que como las otras había huido de la tragedia de 1833, estaba allí desde 1824 y al censo tenía 40 años, era madre de dos niños José Simón y Manuel Coronel, unido a Mr, Henry Penny. El padre debió ser un capitán asesinado en la masacre u otro paisano que se mantuvo ajeno al levantamiento.
William Pownell Dale dejó algunas imágenes de las Malvinas, una de ellas que ilustra esta nota muestra a unos paisanos tratando de atrapar algunos vacunos baguales, nos imaginamos y no sin exageración entre ellos a Antonina o a cualquiera de esas mujeres, vestidas como uno más cabalgando junto a esos hombres en la ruda tarea de los oficios camperos en un clima hostil.
Así como dice la canción que evoca a doña María Ríos en el norte “que mujeres de esa laya /no pienso que haya/ otra mejor”, cabe el mismo elogio para las que acabamos de evocar en nuestras tierras australes.
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