"El Tío Tito" era de aquellos patrones que ensillaban tan prolijos como empilchaban
En el viejo pago del Azul, tierra de hondas raíces telúricas en donde lo aborigen fue un rasgo preponderante, murió don Jorge Eleodoro Gómez Romero, un gaucho de los de antes. Atesorando la dulzura de su recuerdo quedaron Susana, compañera de sesenta años de amor, y sus hijos: Adela, Facundo y Marta.
Descendiente del alférez don Lázaro Gómez, quien en 1784 rescató de entre los indios de Sierra de la Ventana a su íntimo amigo don León Ortiz de Rosas, nada más ni nada menos que el padre de don Juan Manuel, tal como lo relata Pastor Obligado en Tradiciones argentinas. Nieto de Fortunato Gómez, agrimensor y guerrero del Paraguay, a quien el propio Bartolomé Mitre envió a medir los campos de la frontera del Azul y sobrino de Alberto del Castillo Posse, quien en 1938 redactó el reglamento del pato, nuestro deporte nacional, aunque para la familia fuera siempre "Tío Tito".
De muchachito nomás abandonó su Buenos Aires natal para aquerenciarse en la centenaria estancia de la familia, La Narcisa, ubicada allá en donde emerge a borbotones de la tierra el arroyo Azul o "Callvú Leovú", en lengua pampa. Se aquerenció decía para salvar del remate inevitable aquel puñado de pampa, y lo logró a fuerza de volverse entera y genuinamente gaucho.
De aquellos años mozos queda un rosario de nombres y de hombres que se reunían en el antiguo boliche y posta de La Protegida, hoy pasto del olvido. Con posterioridad, armó una sociedad con Miguel Conde, su amigo de primer grado, que fue quien lo despidió de este mundo hace sólo un suspiro de tiempo. Esa hermandad para mestizaje de caballos puros logró tener entre sus padrillos al famoso Condalsolo, que murió en La Narcisa y está enterrado junto a un añoso palomar, testigo fiel de las modas edilicias de las estancias de antaño; así como a un hijo de Phidias y a otro de Snowfall.
Recuerdo los nombres de sus caballos criollos más queridos, destaco dos, pero fueron muchos (hasta una tropilla entablada de moros cabeza negra que tuvo en su campo La Fortuna): El Bonete, su petiso oscuro de los años dorados de la infancia, y El Rubio, un alazán muy guapo de cabeza acarnerada que lo acompañó en su aventura mesopotámica de crecientes y cruces a nado de inabarcables ríos agarrado a su cola tras la novillada, cuando fue socio de sus hermanos Bebe y Quique.
De aquellos años quedó para el recuerdo un gran arreo, de más de 500 kilómetros por tierra y con vacas en parición, con sulky para los pertrechos y todo, y todavía más con tiempo para que los jóvenes "redomonearan" algún que otro potro, pa' despuntar el vicio nomás...
Yo lo tengo fijo en la memoria de infancia y adolescencia, recorriendo a mi lado a caballo: con su sombrero requintado con barbijo en la retranca del pelo, pañuelo al cuello, chaleco de carpincho, bombachas, rastra con el escudo de la Confederación Argentina y cuchillo primoroso, repujado en danzarinas filigranas de dragones y aves, con punzón del famosísimo platero de Olavarría Dámaso Arce.
Se nos fue tranquilo, ensilló bien prolijo como a él le gustaba, montó despacio y se fue en paz, chiflando bajito hacia su trapalanda.
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