Construida por Román Pacheco y bautizada así en honor a su esposa, Laura Bunge, la casona fue el lugar de encuentro de varias generaciones
Una casona rosada, amplia y generosa hunde sus raíces y levanta sus vetustas paredes sobre un enorme tapiz de césped.
A su alrededor, grandes árboles de notable follaje acompañan la atractiva arquitectura. Tiene varias reformas, pues como todas las viviendas centenarias que permanecen en la misma familia, cada generación le va quitando o agregando elementos.
A este solar lo mandó a construir Román Pacheco en 1875, cuando formó esta estancia, heredada de su padre, el general Angel Pacheco. Por entonces, era una típica casa rural bonaerense de planta cuadrangular, mirador y anchas galerías perimetrales.
Cuatro avenidas bordeadas de árboles de variadas especies partían desde la casa hacia los cuatro puntos cardinales, mientras un monte denso protegía la privacidad de todo el casco.
El origen de esta posesión se remonta a mediados del siglo XIX, cuando el general Angel Pacheco obtuvo alrededor de 60 leguas cuadradas en el actual partido de Chacabuco, en el momento en que estas tierras salvajes recién empezaban a adjudicarse.
Angel Pacheco era un militar de larga militancia en las filas del Ejército, con gran actuación en las guerras de la Independencia, en la del Paraguay, y en la Conquista del Desierto.
Seguramente por las obligaciones de su vida castrense, fue su hijo Román quién formó y pobló esta estancia, a la cual denominó La Laura, en homenaje a su esposa, Laura Bunge.
Uno de los cinco hijos de este matrimonio, llamado Angel, como su abuelo, oportunamente heredó la fracción de la estancia que contenía el casco primitivo. Por eso, La Laura expresa la estructura habitacional y productiva de una estancia grande, de esas que tenían mucho personal y viviendas, galpones y construcciones auxiliares para albergar a un gran número de habitantes.
Familia de muchos hijos la de Pacheco, en cada generación que pasó el área primitiva de la estancia se fue fraccionando. Por eso, existen en el paraje varias estancias formadas por distintos miembros de la descendencia de Román Pacheco, que poco a poco han ido pasando a otras manos.
Angel Pacheco Bunge, por ejemplo, estaba casado con Josefa Santamarina. De sus seis hijos, fue Dolores, casada con Tomás de Anchorena, la que se quedó con la titularidad de esta estancia. Por eso, el anfitrión era Tomás de Anchorena (h.), quien pasaba muchas temporadas en el campo, a gusto con la vida rural.
En todo el casco original predomina el color rosado en la pintura de las viejos revoques, imponiendo cierta unidad de carácter y estilo al conjunto de construcciones.
Por dentro, la casa principal es muy luminosa y luce una decoración muy intimista, formada por un mobiliario antiguo y tapizados coloridos, combinados con elementos informales y modernos, que ofrecen una composición agradable y práctica.
Una huella en el lugar
En viejas salas de las casas de las familias patricias nunca faltan cuadros que muestran los croquis originales de la posesión, o de los primeros fraccionamientos y establecimientos derivados de la explotación madre. Tampoco faltan retratos de bisabuelos, tatarabuelos y choznos, a través de los cuales pasa el río de la sangre y el historial de la familia y de la propiedad.
Por eso, las tradiciones de los pagos rurales se nutren de los pobladores y sus aconteceres vecinales, pero se asientan en la producción y el suelo de las estancias grandes, cuyos nombres y apellidos impregnan la geografía local.
Aunque La Laura fue enajenada en la década del noventa, su nombre, sus casas y el sello de los Pacheco, los Santamarina y los Anchorena seguirán siendo importantes referentes históricos en el área campañal del partido de Chacabuco.
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