Para el sector porcino, 2019 es un año bisagra. Seguramente será recordado como el año en que un trabajo de años comenzó a tener resultados. ¿Qué resultados? En primer lugar, la reconversión productiva: se pasó de tener "chiqueros" o "chancheras" a tener "granjas" de cerdos.
La producción en serie de todos los procesos significó, entre otras cosas, criar cerdos en galpones cerrados con dispositivos que manejan la alimentación y la temperatura ambiente. Este modelo de escala intensiva y dividido por áreas también implicó generar ocupación para mayor personal calificado (médicos veterinarios e ingenieros agrónomos), en continua capacitación.
Otro gran avance ha sido la especialización genética y la tecnificación de los alimentos. El consumidor exigió más carne y menos grasa y la genética trabajó a la par de la alimentación. Las fórmulas se van mejorando cada día de modo de optimizar la productividad (conversión alimenticia) y calidad de la carne. En nuestro país, de hecho, el consumo per cápita ya superó los 16 kilos por habitante.
La producción porcina también ha logrado incorporarse con éxito a un círculo virtuoso llamado "economía circular". La siembra de maíz se transforma en alimento balanceado para alimentar a los cerdos, cuyos excrementos generan biogás, energía eléctrica y fertilizantes. Tales excedentes benefician al suelo, donde nuevamente se siembra el maíz.
Crecimiento y desafíos
La actividad porcina ha logrado afianzarse como un sector especializado y tecnificado, que pone el acento en las capacidades humanas a partir de una cadena integrada tanto por industrias como por productores. Posiblemente, lo que está pasando con China sea un puntapié para aprovechar estas oportunidades que se generan para el sector.
La falta de instalaciones intensivas, de sanidad, de genética y de profesionalismo en el manejo de granjas hará que China produzca entre 150 y 200 millones menos de cerdos. Por tal motivo, tiene que salir a importar más de lo que solía hacer y, en consecuencia, aumentará el precio del cerdo a nivel mundial.
A todo país que se encuentra en situación de desabastecimiento, las guerras le vuelven a la memoria. En el caso del país asiático, donde la población es la mayor consumidora de carne porcina del mundo, la coyuntura deriva en precios altos, inflación y un mercado inestable. Para normalizar y prevenir esto, el gobierno tiene dos herramientas: importar o producir más. En el primer caso, seguirá dependiendo del mercado externo. Ahora bien, esta situación se puede corregir si la importación es estratégica.
A la situación de China se suman Vietnam, Singapur, sur de África y Rusia. El problema es que no hay producción para abastecer a todos estos mercados. Sin embargo, tenemos todo para hacer. Somos los productores más eficientes en producir cereales, contamos con un capital humano preparado, tenemos un estándar sanitario porcino envidiable e, incluso, todavía podemos seguir creciendo en el mercado interno.
Ya todos sabemos cómo son los vaivenes de la economía argentina. Lo interesante del sector porcino es que las inversiones son a largo plazo (más de diez años) y, en este sentido, todas las inversiones realizadas han de tener márgenes positivos, superando ciclos económicos en baja.
En conclusión, para poder aprovechar las oportunidades que se presentan es necesario tener una cadena integrada, desde la producción del maíz hasta la industrialización de la carne, con un Estado comprometido en poner reglas claras, que logren un mercado transparente y con precios de referencia, que a su vez permitan tener herramientas de comercialización, como así también de financiamiento a largo plazo.
El autor es presidente del Frigorífico Qualitá
Luis Picat
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