Desde la aparición de la soja RR, la Argentina triplicó el área de siembra y quintuplicó la producción de grano, de la mano de la siembra directa
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Los rendimientos promedio de la soja pasaron de 2290 kilos por hectárea en la década del 80 a 3460 en la campaña 2023/24, gracias al mejoramiento genético, la siembra con mínima remoción del suelo y al ajuste del manejo del cultivo a cada ambiente productivo.
En ese largo camino intervino la selección convencional, la biotecnología y la genómica para llegar a la situación actual, que puede seguir mejorando gracias a las nuevas herramientas que la ciencia pone a disposición de la agricultura, como sensores, vehículos aéreos no tripulados y robots. No obstante, para que ese proceso virtuoso prosiga se debe crear un marco legal que proteja la propiedad intelectual de los nuevos logros que la industria pone a disposición de los productores.
El tema ha sido tratado por Prosoja en un documento publicado con motivo de cumplir 40 años de su fundación. Prosoja es una asociación civil sin fines de lucro, que nuclea a fitomejoradores e investigadores de soja, que contribuyen a su mejoramiento genético en la Argentina.
Lejos del techo
Ezequiel Pozzo, investigador de GDM y socio de la institución, pasó revista a los últimos avances y a las nuevas herramientas que la ciencia ha puesto a disposición de los fitomejoradores para el desarrollo de cultivares de alto rendimiento.
Afirmó que los sensores Rgb se están montando en vehículos aéreos no tripulados (UAV) para volar sobre los ensayos de rendimiento desde la siembra hasta la cosecha, lo que permite evaluar grupo de madurez, resistencia enfermedades, altura y vuelco, entre otros rasgos del fenotipo. Los vuelos permiten establecer relaciones entre estas características y el rendimiento con gran precisión.
Por otro lado, los robots automatizados, equipados con cámaras de alta definición, “caminan” los ensayos de rendimiento para recopilar información centímetro a centímetro a lo largo de todo el lote en diferentes momentos. Ambos tipos de equipos tienen alta capacidad de operación asociada a un costo bajo. A su vez, la selección genómica permite predecir los mejores individuos dentro de poblaciones en etapas tempranas, lo que acelera exponencialmente el proceso de desarrollo de un nuevo cultivar.
Sin embargo, estas herramientas generan enorme cantidad de información muy compleja para analizar. Para aprovecharla se usa la Ciencia de Datos, que incluye nuevos modelos estadísticos, el machine learning, las redes neuronales y los algoritmos aplicados a los datos recopilados.
Estas nuevas herramientas se agregan a las usadas a lo largo de muchos años de mejoramiento de la soja. Rodolfo Rossi, fundador y primer presidente de Prosoja, recordó que a partir de la década del 80 las herramientas de mejoramiento genético molecular permitieron relacionar el fenotipo con secuencias núcleotídicas del genoma. Esto permitió identificar y manipular secuencias del ADN. Luego se incorporó a la herramienta biotecnológica, que modificó artificialmente la soja mediante mutaciones y ingeniería genética, que posibilitaron el ingreso de nuevos eventos al germoplasma original.
40 años de trabajo con excelentes resultados
En otra parte del documento se repasó el desarrollo del cultivo en la Argentina. “La historia de la soja comenzó alrededor de 1960, cuando se introdujeron partidas de semilla para siembra a campo”, rememoró Rossi.
“Luego, en 1965, la secretaría de Agricultura, Ganadería y Pesca estableció un Precio Mínimo Oficial, para garantizar la compra de la producción de los agricultores. En 1971, se incorporó el cultivo a las especies fiscalizadas y en 1972 se declaró de Interés General”, prosiguió.
“En 1974 se programó la importación de grandes cantidades de semilla de Estados Unidos y se introdujeron 150 cultivares comerciales en nuestro país, de los cuales pocos lograron gran difusión: Lee, Halesoy 71, Bragg, Hood, entre otras”, enumeró Rossi.
Luego sobrevino una etapa de expansión, por la cual 31 semilleros sembraron 38 cultivares de soja para obtener semilla fiscalizada. Asgrow y Continental, establecidas en el país para venta de maíz, girasol y sorgo, decidieron comenzar programas locales de mejoramiento y producción de semilla de soja.
A partir de 1982, comenzaron a reemplazarse los cultivares extranjeros por seleccionados localmente para distintas zonas del país, como Biguá, Copetona, A3127, SRF, etc. En esa época se funda la compañía en Don Mario.
“En los primeros años introdujo cultivares norteamericanos indeterminados, tipo Mitchell. En 1990 comenzó con cultivares precoces para la zona central”, continuó Rossi. En 1990, dos variedades representaban más del 60% de la soja en Santa Fe y Buenos Aires: A 5308 y NKS 641.
En 1996 ya había 138 cultivares fiscalizados de grupo de madurez del III al IX, registrados por más de 20 criaderos. En ese tiempo comenzó el registro y comercialización de soja transgénica, con resistencia a glifosato, que hoy es usada por el 99% de los productores.
Las ventajas de la soja RR son muchas: mejor control de malezas, facilidad de aplicación, menor uso total de herbicidas, reducción de costos, mayores rindes y acople ideal con la siembra directa. “Desde la aparición de la soja RR, la Argentina triplicó el área de siembra y quintuplicó la producción de grano de la mano de la siembra directa”, sintetizó Rossi.
El top ten de los mejores cultivares
En la publicación de Prosoja se seleccionan las variedades de soja que han sobresalido por sus características, lo que les permitió una amplia difusión a campo. De 2290kg/ha en la década de 1980 se pasó a 2580 en 1990. El rendimiento siguió aumentando y promedió 2870Kg/ha en la década del 2000, para llegar a 3160 en 2010. En la campaña 2023/24 se podrían alcanzar los 3760kg/ha si se hubieran dado condiciones climáticas ideales.
El incremento sostenido podría ser mayor si se eliminaran inconvenientes que enfrenta la industria semillera, como el no reconocimiento pleno de la propiedad intelectual de los cultivares. Se puede apreciar que, como consecuencia de ello, el productor está dejando que obtener 300 kilos por hectárea como promedio por año, por una ganancia genética potencial que no está disponible por los citados inconvenientes comerciales.
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