La irrupción del automóvil en reemplazo de la tracción a sangre trajo algunos inconvenientes a principios del siglo pasado
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El hombre necesitó comunicarse desde que dio sus primeros pasos. Comenzó a dominar el espacio, acercó ciudades y necesitó medios para lograrlo. Cuando el caballo fue domesticado, el hombre lo crió y luego fue su jinete. La rueda fue un elemento importantísimo para la humanidad y su invención se pierde en la noche de los tiempos. Caballos, cocheros, carreros junto a carruaje y carros fueron los protagonistas principales del transporte por muchísimo tiempo. En el año 1240 el padre Rogen Bacon había pensado en un vehículo sin animales, algo imposible en esos tiempos. Después aparecieron los dibujos de Leonardo Da Vinci, todo un progreso, pero solo quedaron sus diseños. La carreta, el carro, el coche, el sulky eran movidos por la tracción a sangre, bueyes, caballos, mulas. Los aborígenes fueron los precursores de los caminos en América y dejaron las huellas de las pisadas de los animales, donde se podía contar con abundante agua y pasto. Se llamaron rastrilladas y por ahí empezaron a circular los caballos y las carretas.
Según el Almanaque de 1830, había en Buenos Aires alquiladores de caballos, de coches, constructores de carros, con los oficios de herreros, cerrajeros, talabarteros y lomilleros. Almacenes de suelas, plateros. Se contaba con caballerizas, corralones. Por entonces, no había muchas calles empedradas o enmaderadas.
Pero el progreso de la ciencia había adoptado un nuevo elemento de trabajo y bienestar, el automóvil. Es probable que Bacon se refiriera a ese nuevo vehículo, un objeto temerario y exótico y su irrupción modificó el paisaje urbano de los habitantes. Se convirtió en una plaga que inundó las calles, y hubo que aprender a convivir con él. Cuando esto sucedió, el cochero fue desplazado por el conductor de autos. Entonces decidieron irse a la periferia de la ciudad donde podía seguir trabajando.
Existió una marcada resistencia a reemplazar la tracción animal por los primeros vehículos a motor. La transición resultó traumática por la oposición del carrero, que nunca quiso ser chofer, no querían conducir autos porque los consideraban una traición a su profesión. Su trabajo era conducir carros tirados por caballos y a veces se le agregaba un cadenero para subir una barranca. Era su mundo junto a los animales con el que mantenía un buen diálogo. La nueva tecnología no estaba con ellos. Los dueños de las tropas de carros, tuvieron que indemnizarlos y los carros los vendieron para el trabajo en los hornos de ladrillos. Este proceso comenzó en la zona metropolitana, donde la dinámica del camión comenzaba a ser irremplazable.
Se dijo que en ninguna capital del mundo importante, había más tráfico de vehículos a sangre que en Buenos Aires. Y esto era la causa principal de la mala circulación en determinadas horas del día. La tracción animal estaba en su momento de esplendor y en la década del Centenario, seguía siendo el transporte más usado. Estanislao Zeballos dijo que los grandes inventos, son inmediatamente adoptados, sin preparación jurídica y sin elementos de administración, de fiscalización y de defensa social como había sucedido con el automóvil. Aconsejaba que la Municipalidad estuviera obligada a organizar cuerpos técnicos de idoneidad comprobada, para vigilar estos instrumentos y certificar su buen estado semanal o periódicamente.
Debido al desborde que produjo la llegada del automóvil, el 29 de noviembre de 1905, la Municipalidad dictó la primera ordenanza que reglamentó el tránsito porteño a 14 km/h. dentro del perímetro: Callao, Entre Ríos, Brasil, Paseo de Julio, Paseo Colón y la Avenida Alvear hasta Palermo. Debían circular con marcha lenta en las bocacalles y tocar la bocina. Se había prohibido el tránsito de tropillas de yeguas o de caballos por las calles de la capital.
El sistema mixto de circulación comenzó a rodar por la ciudad. Esto se complicaba cuando el carro tenía dos o más caballos que a la vez requería mucha habilidad de parte de su conductor que en algunos casos era menor, no obstante estar prohibido. Muchas veces se contaba con la mala voluntad de quien lo manejaba por una cuestión de amor propio. Circulaba cuadras y cuadras en un andar casino y no se hacía a un lado para el paso del tranvía, provocando una fila interminable de vehículos que venían al paso de las carretas, que sin ocultar la contrariedad, ensordecían con el sonido de las bocinas y el talán talán del tranvía. Una postal fácil de imaginar y difícil de soportar. Se sumaba a estos inconvenientes, la acción de los agentes policiales, que no actuaban en consecuencia y no obligaban al conductor a ceder el paso, porque era una cuestión de cultura popular. A medida que, con el paso del tiempo, se fue retirando de circulación la tracción animal, el tránsito fue más ágil.
Dijo Sigmund Kraus: “si querías ser alguien, había que poseer un automóvil…”.
El automóvil, un símbolo del capitalismo, reveló así un valor análogo al que tuvo el caballo para el mundo feudal.
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