En 1771 el rey español Carlos III (1716-1788) creó el Real Gabinete de Historia Natural, a semejanza de otras monarquías europeas que habían abrazado la Ilustración, un movimiento intelectual y cultural basado en las ideas del conocimiento y el progreso, que se extendió entre la segunda mitad del siglo XVIII y los primeros años del siglo XIX. Fundado a partir de la donación que hiciera Pedro Franco Dávila de su colección, recién en 1776 la nueva institución real abrió sus puertas en Madrid.
El mismo Dávila fue designado director y responsable del montaje de las colecciones -ampliadas con otras proveniencias - compuestas por especímenes vegetales, animales y minerales, libros, dibujos y estampas naturalistas, mapas y cartas marítimas, armas, instrumentos científicos y por diversos objetos, sobre todo arqueológicos y etnográficos. También se incorporaron laboratorios para favorecer su estudio.
Dávila, que pertenecía a una acomodada familia criolla, había nacido en Guayaquil, parte del Virreinato del Perú, en 1711. En 1732 viaja a España y recorre Europa, y en 1745 toma residencia en París, donde intensifica su coleccionismo e instala un laboratorio de química provisto de microscopio. Tardará 24 años en formar una de las mejores y mayores colecciones privadas -esfuerzo que lo llevaría a la ruina económica- antes de cederla gratuitamente al Estado.
Carlos III aceptó la donación. El rey manifestaba especial interés por la fauna desconocida proveniente de países lejanos, en especial animales exóticos como tigres, llamas, pelícanos, avestruces y elefantes.
Con el apoyo del soberano, Dávila enriqueció el patrimonio de la institución solicitando a las autoridades de la España peninsular y de las colonias de ultramar que enviasen especímenes de la producción natural del Imperio, en cumplimiento de la Real Orden de 1776 conocida como Instrucción. De esta manera, comenzaron a llegar al Real Gabinete ejemplares raros, curiosos y espectaculares.
Luego de ochenta días de navegación, el 7 de junio de 1776 llegó a Cádiz, proveniente de Buenos Aires, un oso hormiguero gigante hembra (Myrmecophaga tridactyla), también conocido como oso bandera, oso palmero, tamanduá o yurumí guasú. Su travesía se extendió un mes más, que necesitó para llegar del puerto a la metrópoli en carro. Ya en Madrid, en los primeros días de julio, el ejemplar fue llevado a palacio ante el Rey.
Nos imaginamos el impacto que le debe haber causado al Borbón la presencia del animal. El oso hormiguero gigante (mamífero que habita en América Central y Sudamérica, en peligro de extinción) puede alcanzar los dos metros de longitud con su cola extendida, que enrolla en su cuerpo cuando duerme. Endentado, posee una lengua de 75 cm que despliega de su hocico cilíndrico alargado para capturar insectos de los que se alimenta. Sus poderosas garras delanteras para excavar, le facilitan la tarea.
¡Las penurias que debe haber pasado en su extenso viaje! Extraído de su hábitat natural, fue alimentado con un mejunje de carne, harina, leche y agua en reemplazo de las termitas y hormigas. Este oso hormiguero, primero en su especie en llegar vivo a Europa, sobrevivió solo siete meses, una proeza si se tiene en cuenta que casi siempre los animales llegaban exánimes a destino por el stress de la larga y penosa travesía. Murió en enero de 1777 y su cuerpo fue llevado al Real Gabinete para ser disecado, y expuesto junto con el cuadro que lo retrata, que ilustra esta página, un óleo sobre tela de grandes dimensiones (105 x 209 cm), pintado del natural, que expone a la osa en dos posiciones, de perfil y enrollada sobre sí misma, y acompañada por una leyenda que dice: “Este animal se llama oso hormiguero porque en el campo se mantiene con hormigas. Se ha copiado al natural por el que esta en la casa de Fieras del Retiro en julio de 1776. Vino de Buenos Ayres donde se crian bastantes de su especie. Tiene treinta meses, y crecerá hasta seis, ó siete años”.
Los especialistas en arte han puesto el ojo en el cuadro, por su excelente factura. Es poco lo que sabemos de su autor. En un documento que se conserva en el Archivo del Palacio Real, fechado el 17 de septiembre de 1776, se dispone “que se entreguen a D. Antonio Rafael Mengs, primer Pintor de Cámara de Su Majestad el rey, quince doblones de sesenta reales para que se le den a un pintor que ha copiado al natural el oso palmero que está en el Buen Retiro”.
¿A quién Mengs confió el encargo? Javier Jordán de Urríes, reconocido especialista del arte del siglo XVIII español, atribuye la pintura nada menos que al genial pintor y grabador Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828), por las similitudes estilísticas de los paisajes presentes en otras obras de este gran maestro (ver revista de arte Goya, julio-septiembre 2011, editada por la Fundación Lázaro Galdiano).
En 1815 el Real Gabinete cerró sus puertas; sus colecciones de millares de piezas dieron nacimiento a otras instituciones, que siguen vigentes. De nuestra osa, solo llegó a nuestros días su estupendo retrato, atribuido a Goya, que conserva y expone el Museo Nacional de Ciencias Naturales, en Madrid.
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