El tractorazo del sábado pasado organizado por productores autoconvocados y entidades rurales de base fue un punto de inflexión en el movimiento ruralista. Como hacía mucho tiempo no ocurría, la Mesa de Enlace quedó descolocada frente a la oportunidad de hacer visible en el público urbano la situación del campo.
Los vasos comunicantes que se habían forjado en el conflicto por la 125 entre los productores que no están asociados a las gremiales rurales y las entidades esta vez no funcionaron. La explicación de que “este no es el momento” que esgrimieron los dirigentes de la Mesa de Enlace se ubicó en una zona difusa. Es cierto que los ruralistas están desarrollando un trabajo con legisladores de la oposición y la Justicia, vía la presentación que hizo la Sociedad Rural Argentina en Córdoba, para ganar una masa crítica mayor. También que sostienen puentes de diálogo con el ministro de Agricultura, Julián Domínguez, que hoy, dentro de la puja interna del peronismo, aparece como un dique de contención frente a los embates del ala dura del kirchnerismo. Acaso, también, haya sido el temor a que la participación de Juntos por el Cambio les tiñera el acto de un solo color político o que fuera poca gente a la protesta. En cualquiera de los casos, fue un error de cálculo.
El tractorazo puso en el primer plano de la consideración pública el hilo conductor que tiene hoy el campo con la sociedad urbana: agotamiento por la presión impositiva y el reclamo por reglas claras de juego en el mediano plazo. No es menor eso porque la dinámica en la que ha entrado la alianza en el poder puede derivar en medidas todavía mucho peores que las que se han tomado hasta el momento.
Como afirma el refrán, lamentablemente, “Dios está en todos lados, pero atiende en Buenos Aires”. Los tractorazos y asambleas de los últimos meses no tuvieron igual repercusión que la que alcanzó la protesta del sábado pasado en Plaza de Mayo. Y en eso acertaron los organizadores.
Quizás, el desafío que se abre ahora tanto para este nuevo movimiento que se hizo ver en el tractorazo como a la dirigencia de la Mesa de Enlace es cómo continuar con una propuesta unificada y no dispersa. Los egos y las disputas internas nunca son buenas consejeras.
Otra consecuencia del tractorazo fue que al aparato comunicador del oficialismo le molestó la protesta. Los argumentos vacíos y las frases sin sentido que lanzaron no merecen la atención. Pero aquí también se abre para los organizadores del tractorazo el desafío de entender que ya empezaron a jugar en las “ligas mayores”. Lamentablemente, además, va a ser difícil escapar a las discusiones y movimientos políticos que agitan, a su vez, a las fuerzas de la oposición.
El contexto internacional no es tan promisorio como para creer que hay un viento de cola infinito. Hay señales de alerta para tener en cuenta. El aumento de las tasas de interés en los EE.UU., que trae como consecuencia una apreciación del dólar, y la devaluación del yuan en China le puede poner un techo a la suba de precios. Solo las cuestiones tradicionales de oferta y demanda de los mercados, como problemas climáticos en los países productores como se está viendo en los EE.UU., puede sostener este nivel de precios. También, por supuesto, la prolongación del conflicto en Ucrania. Además, los expertos en economía internacional sostienen que los valores del petróleo y el gas seguirán en niveles elevados por un tiempo prolongado. Esto afecta especialmente al precio de los fertilizantes. A eso se suman las restricciones para importar que establece el Gobierno por el cepo cambiario.
El escenario no parece ser el de una “renta inesperada”, tal como intenta instalar el oficialismo.
En todo caso, hay que estar atentos a ver cómo reaccionan los competidores de la producción argentina. Según una estimación reciente del Departamento de Agricultura de Estados Unidos, la producción de aceite de soja en ese país crecería un 6% impulsada por la mayor demanda de biodiésel en el mercado interno. Frente a un aumento de la demanda global de aceite y el riesgo de escasez por la guerra en Ucrania, la Argentina corre el riesgo de dormirse en los laureles por ocupar el primer lugar en el comercio de aceite de soja. La elevada presión impositiva que afecta al complejo oleaginoso está minando las bases de la competitividad del sector. A esto se suma la política regresiva en el incentivo del uso del biodiésel como energía renovable que ha decidido aplicar este Gobierno. Son señales de alarma para no dejar pasar.
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