Cuenta la leyenda que había un indio huarpe llamado Huampi notable por su destreza con el arco y la flecha. Amo y señor de toda la comarca, gobernaba varias tribus de las que ocupaban los valles Calchaquíes. Admirado y temido por todos, cazador infatigable, tenía un gran defecto, la soberbia. Se vanagloriaba de su puntería y no cesaba de matar a diestra y siniestra a cuanto animal se le cruzaba en el afán de demostrar su supremacía en tales lides. En los bosques, praderas, montes y valles que recorría, tanto caían liebres, guanacos, cóndores, vicuñas, suris, aves, vizcachas que fue dejando despoblada de animales la región. No mostraba compasión ni con las crías.
Hasta las aves huían de miedo o callaban su canto cuando se aproximaba. Pero un día se le apersonó la Pachamama entre fuertes resplandores llamándolo al orden por su descontrolado y feroz comportamiento. Le advirtió que sería severamente castigado si continuaba cazando indiscriminadamente: (sic) "¿Piensas, indio soberbio, que he creado los animales para que tú los mates? Sigue matando y llegará el momento en que te faltará su carne, su leche para alimentarte, y sus pieles para abrigarte. Si matas las vicuñas y guanacos, ¿dónde hallarás lana suave y sedosa para tejer tus mantas? Si matas las llamas, ¿quién llevará tu carga a lugares lejanos? Si matas las aves no tendrás plumas para adornarte. Eres ambicioso y egoísta. No sabes respetar ni apreciar los bienes que te da la Madre Tierra. Huampi, no tienes corazón. Tampoco mereces perdón, sino un castigo por tu maldad. Y te llegará!". Pachamama se evaporó envuelta en su luz.
Sin embargo, Huampi, preso de su soberbia, desoyó las advertencias y redobló su rebeldía arremetiendo contra animales y crías sin ninguna compasión.
Luego de un tiempo Pachamama se apareció enfurecida por la desobediencia del joven escupiendo grandes nubarrones de polvo y arena que envolvieron por entero a Huampi, y lo condenó junto a su tribu a sufrir las embestidas de un intenso viento rastreo, caliente como el infierno que los asfixiaba en polvo sofocante, el cual provocaba incendio en los campos, las chacras, los cultivos, y cuya fuerza podía volar ranchos, techos, árboles, mataba a los viejos y trastornaba a los jóvenes.
Dicen que desde entonces, cada vez que alguien desoye a la Madre Tierra, sopla el tórrido viento zonda por nuestros valles andinos con una voz casi humana que se oye a lo lejos, traspasa la Cordillera como un suspiro de dolor, tan fuerte que hace temblar las casas y la tierra, y tiene el poder de transformar el clima, la geografía y los hombres.
El viento zonda es un fenómeno natural que se produce por el súbito calentamiento del aire, descenso brusco de la humedad y disipación de la nubosidad.
Es seco y caliente, y suele azotar al noroeste argentino. Este recalentamiento llamado adiabático provoca temperaturas de hasta 40° C y puede soplar hasta 50 km por hora. El viento zonda toma su nombre de la quebrada del Zonda, en San Juan donde se supone que tuvo su punto de origen. Su presencia es nefasta ya que aleja las lluvias, alborota los médanos, ahuyenta las aves, desperdiga el ganado, quema brotes de las plantas y suele derribar árboles. En el mes de agosto suele cobrarse vidas por episodios cardíacos. Este viento tórrido y de frenéticas ráfagas, se produce entre mayo y octubre.
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