Si bien se siembran con el objetivo de producir granos, dan un servicio plus a la renta: dejan un remanente de nitrógeno en el suelo que permite mayores rindes del cultivo subsiguiente y ahorro en fertilizantes nitrogenados
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En los últimos años, las legumbres de invierno han ido incrementando su superficie debido a dos razones bien marcadas: por un lado, como cultivos de renta alternativos y, por otro, con el fin de mejorar las rotaciones de los sistemas agrícolas. En ambos casos, lo que no todos saben es que, indirectamente, la decisión de cultivarlas trae aparejada un servicio de alto valor al ecosistema donde se implantan: alto remanente de nitrógeno en el suelo y ahorro considerable en fertilizante
Como en la mayoría de los cultivos, la arveja, la lenteja y el garbanzo se cultivan con la finalidad de cosechar grano, pero su ventaja no se agota allí. Estas especies proporcionan distintos beneficios al ecosistema como son la mejora de la infiltración de los suelos, el control de malezas, la estabilidad de agregados, el aporte de nutrientes y la disminución de la erosión eólica e hídrica.
Aún más, las legumbres en asociación simbiótica con bacterias específicas pueden fijar nitrógeno proveniente del aire a través de la fijación biológica y contribuir a la fertilidad al suelo como efecto indirecto a la generación de granos. La arveja y la lenteja pueden fijar entre 75 y 85 kilogramos de N/ha. Una parte de este nitrógeno la utilizará la planta para formar la proteína del grano y otra parte quedará disponible en el suelo y podrá ser aprovechado por el cultivo siguiente.
El cultivo de arveja, por ejemplo, deja un remanente de hasta 15 kilogramos de nitrógeno (N) por tonelada de grano que se produce, es decir, que si se cosecharon 3000 Kg/ha de arveja este cultivo aporta al suelo 45 Kg/ha de nitrógeno, lo que sería equivalente a aplicar 98 Kg/ha de urea en el cultivo de renta posterior.
Otras leguminosas como la alfalfa, el melilotus y el trébol -que se destinan a la alimentación animal- también contribuyen a la mejora de los suelos. En el caso de alfalfa, la capacidad de fijar nitrógeno biológicamente puede llegar hasta 260 Kg de N/h. Otras, como vicia Villosa o la vicia Faba (habas,) se encuentran en el rango de los 198 y 120 Kg de N/ha fijado anualmente. Traducido a la cantidad de urea que reemplaza, esto equivale a 380 Kg/ha de este fertilizante nitrogenado.
Para que el beneficio de este “servicio” que brindan las leguminosas al sistema sea potenciado y mejor capitalizado, la inoculación juega un rol clave. El logro de una buena fijación biológica de nitrógeo demanda que cada semilla reciba una adecuada cantidad de bacterias para que se inicie el proceso de nodulación de manera temprana en las plantas y realmente se fije el nitrógeno atmosférico.
De este modo, el beneficio de cultivar legumbres no se limita a la producción de granos. No importa el orden en la definición, servicios en la rentabilidad o rentabilidad en el servicio. El desempeño de estos cultivos puede valorarse como un servicio que incrementa a la renta o que en su rentabilidad también se incorpora un servicio. De todos modos, se convierten cada vez más en una opción válida a la hora de pensar en una estrategia productiva que se diseña como un sistema donde el todo es superior a la suma de las partes.
El autor es jefe de Productos Microbiológicos Especiales de Rizobacter
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