Pese a que las expectativas ya están puestas sobre la próxima campaña agrícola, en la que se espera un mejor comportamiento del clima por el fenómeno Niño, las consecuencias de la sequía persisten y permiten extraer algunas conclusiones.
Las bolsas de comercio y cereales recortaron hace unos días las proyecciones de siembra del trigo. De los 6,3 millones de hectáreas que se calculaban a comienzos de la campaña, hace tres semanas se ajustó en 6,1 millones de hectáreas y hace una semana, se redujo a 6 millones de hectáreas, según informó la Bolsa de Cereales de Buenos Aires. A su vez, la Bolsa de Comercio de Rosario (BCR) calculó que la siembra de trigo caería entre un 15 y un 23% en la zona núcleo. Estos números significan que en esas regiones, y también el oeste bonaerense, entre otras, se desvanece la posibilidad de contar con un ingreso a fin de año tras el fuerte golpe de la campaña 22/23. En la región triguera tradicional, centro y sur bonaerense, el panorama es diferente y, en algunos casos, contrario: ya se habla de exceso de agua.
Los números que deja la sequía son durísimos. Un informe de la BCR señaló que la Superficie No Cosechada (SNC) de los tres principales cultivos a nivel nacional alcanzó los 6,5 millones de hectáreas. “En nuestro país se dejará de cosechar un área similar a la mitad de la superficie de la provincia de Santa Fe”, dijo el presidente de la BCR, Miguel Simeoni.
“La mayor parte (de la SNC) fue aportada por la soja (3,6 millones de hectáreas), seguido por el maíz (1,9 millones de hectáreas) y el trigo (916.000 hectáreas)”, añadió el informe.
El trabajo analiza el impacto de la SNC por provincia. “La que más aportó al número global fue la provincia de Buenos Aires, cuya SNC ascendió a 2.218.500 hectáreas, una cifra superior a la superficie del partido más grande (Patagones, que posee 13.600 kilómetros cuadrados, es decir 1.360.000 hectáreas). Completan el podio Córdoba (1,6 millones de hectáreas) y Santa Fe (1,4 millones de hectáreas)”, explicó.
El clima, como los mercados, es una variable clásica con la que el negocio agropecuario tiene que lidiar. Más que lamentos, hay herramientas y estrategias para prepararse ante eventuales contingencias extremas.
Es cierto que la sequía de esta última campaña superó las proyecciones más pesimistas, pero, aún así, en la actividad agropecuaria, se sabe, el tiempo es un factor de riesgo que cada uno enfrenta de la forma que mejor puede hacerlo. De hecho, el conocimiento agronómico, desde el manejo hasta la innovación tecnológica, viene dando respuestas a ese desafío. Las siembras tardías de maíz, la modificación genética del trigo y las tecnologías que permiten enfrentar las malezas en soja son, entre otros, algunos de esos ejemplos.
Sin embargo, los factores políticos y económicos son mucho más difíciles de enfrentar. Y son los que no están a tono con los desafíos que plantean el clima y los mercados. En el caso de la sequía, por ejemplo, el Gobierno la toma como excusa. La enarbola cuando le va a pedir una ayuda al Fondo Monetario Internacional (FMI), pero hace poco y nada cuando los propios protagonistas de la actividad le anticipan el problema y le advierten que es necesario tomar medidas urgentes, no meros paliativos.
En marzo pasado cuando ya se sabía que la sequía alcanzaba proporciones nunca antes vistas, eran varios los que proponían una reducción a cero de los derechos de exportación por la actual campaña. Frente a la eventualidad de que quedara una gran cantidad de superficie de soja sin cosechar porque los costos de la recolección superaban el magro rinde por obtener, se pedía que se eliminaran las retenciones. De los 3,6 millones de hectáreas sembradas con soja que quedaron sin cosechar, algo habrá habido que sin las retenciones al 33% se pudo haber levantado y generado ingresos a la cadena que, en definitiva, son de las comunidades rurales. Poco es mejor que nada.
Sin embargo, el Gobierno prefirió el camino del atajo. Urgido por las reservas del Banco Central en rojo, volvió a ofrecer un tipo de cambio diferencial para la soja. Este escenario crítico convive con una insólita brecha cambiaria y el control del comercio de granos con el eufemismo de los “volúmenes de equilibrio”, que, en rigor son cupos a la exportación.
El nudo “retenciones, cambio diferencial y control sobre las exportaciones” deberá ser desatado por el próximo gobierno si es que quiere recuperar la economía y empezar a pensar en una plataforma de desarrollo para el mediano y largo plazo.
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