En la literatura y en la música se reflejaron las costumbres de aquellos protagonistas de las pampas
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El gaucho, señor de las pampas que recorría montado en su pingo, aparentemente llevaba una vida nómade, porque se lo veía en distintos lugares, casi siempre churrasqueado, mateando o payando al son de su guitarra. Pero todo gaucho tenía en algún lugar que consideraba suyo, un refugio querido: su rancho.
Su rancho levantado aveces con sus propias manos, su rancho que era su hogar, tal vez desde niño y donde ahora, ya hombre vivía con su amada “china” y criaban a sus propios hijos.
El rancho resistía los vendavales y todos los azares de la naturaleza, inteligentemente cobijado, casi siempre bajo el amparo de un frondoso ombú.
Este rancho nunca olvidado figura en todas las obras que su ignato espíritu poético inspiró a la llamada literatura gauchesca.
Qué mejor ejemplo podría citarse que el de nuestro entrañable Martín Fierro. El gaucho que tanto en su vida dichosa como en el infortunio que padeció después, evoca a su rancho como el refugio ideal: .../ “sosegao vivía en mi rancho/ como el pájaro en su nido/ allí mis hijos queridos”... /.../y las aguas serenitas bebe el pingo trago a trago mientras sin ningún alhago pasa uno hasta sin comer por pensar en su mujer, en sus hijos y en su pago... /
También los gauchos uruguayos como el que evoca el poeta Fernán Silva Valdez, Leopoldo Lugones o nuestro Fernández Moreno:.../quien me diera un ranchito / ... así como este /... con un cuaderno / un tintero, una pluma y un gran recuerdo” /...
También nuestros músicos, tanto los cultores de la música clásica como los que difundieron la música popular del tango y la milonga, como los que enriquecieron la música folklórica, evocaron el típico rancho como al auténtico hogar del gaucho.
Quien no ha escuchado con unción o ejecutado al piano “El rancho abandonado” del insigne Alberto Williams o ha tarareado los compases de “esa (morocha argentina” que está en su “amado rancho” según la retratan Vilioldo y Saborido, o ha deseado bailar “la chacarera del rancho” con los hermanos Abalos. Y hasta se ha popularizado como patrimonio espiritual argentino para la humanidad de la provincia de Corrientes, el chamamé festivo de Mario Millián que hizo célebre la fiesta en “el rancho de la cambicha”...
Mano amiga
El mate también estaba en el paisaje gauchesco. Casi no hay rincón de la tierra donde no se puede hallar una mano amiga que extienda a otra la cordialidad de un mate gaucho.
Resulta imprescindible a mi criterio, conocer en su aspecto insuperable por su detallismo, la obra “El Mate” de Amaro Villanueva, que enumera todo lo referente al origen del mate y su constitución y hasta al lenguaje especial que la forma de “cebarlo” origina. Más puede agregarse que en toda nuestra “Región gaucha” (Argentina, Uruguay, Paraguay y Río Grande do Sul) el mate ha sido siempre el vínculo de la amistad más sincera entre nuestros gauchos.
Lo prueba toda la literatura gauchesca desde su mismo origen, cuando en los textos de las distintas obras, los personajes hablan entre sí, se reencuentran después de azares venturosos o desdichados, de lances donde se puso a prueba su valor o su hombría, su honor o su patriotismo. Ya en la primera mención que de nuestro legendario payador Santos Vega hace Bartolomé Mitre, como poeta en “Armonía de La Pampa”, el mate sirve de vínculo amistoso para Santos Vega:... “Y se ven junto al fogón/... saboreando amargo mate...”.
También nuestro mate criollo figura desde los “diálogos patrióticos de Bartolomé Hidalgo: /”... ¡Ah Chano! ... Mientras se calienta el agua y echamos un cimarrón”...
Cuando Ascasubi narra el encuentro de santos Vega con su amigo Rufo Tolosa, éste lo invita a su rancho y el de su amada china: /... Sobresale el agasajo con el cual allí le ofrezco un cimarrón y un churrasco/...
Como argentina y criolla concluyo con mi modesta definición del “Mate”. Calabacita de concordia humana, -agua, yerba y azúcar y bombilla-, -que se recibe con la mano helada -y se devuelve entre las manos tibias...