En 2019, Sebastián García dejó la Argentina para encarar un emprendimiento de siembra en ese país; las ventajas y desafíos que encontró
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Los números eran alentadores. En 2019, después de haber analizado con un amigo los pros y los contras de producir en Venezuela, Sebastián García se embarcó en un vuelo rumbo a esas tierras. Significaba, después de vivir varios años en la Argentina, regresar al país en donde se había criado y tenido que abandonar en 1998, una semana después de terminar la secundaria y de la muerte de su padre. Esta vez, volvía para una nueva apuesta: un proyecto para invertir en la compra y producción de 300 hectáreas propias en el oeste del Estado de Guárico.
“Fue algo arriesgado, pero nos salió bien, tuvimos una buena experiencia”, señaló García, que en diálogo con LA NACION contó cómo fue en 2019 llegar con un proyecto de inversión en medio del chavismo.
“Es un país que está subexplotado en lo agrícola, con muchas necesidades de inversión en tecnología de maquinaria y [producción] agrícola, pero con un gran potencial y un escenario de rentabilidad interesante y una rápida amortización”, describió.
Si bien para García es una buena oportunidad, aclaró: “Siempre hay que tener las valijas listas”. Recuerda las viejas imágenes del fallecido Hugo Chávez diciendo “¡exprópiese!” en relación a los inmuebles de titularidad privada.
“En estos momentos no están expropiando y las señales que dan, con la visión que tienen ahora, es que van a seguir en esa línea. Igual como las inversiones tienen una amortización rápida, si en tres años vuelve a pasar, ya ganaste”, precisó.
García nació en Caracas, pero dice ser un “puntano” de la Argentina, al igual que su madre Graciela. En rigor, en San Luis estuvo viviendo y cursó sus estudios universitarios de ingeniero agrónomo.
Siguió los pasos de su padre, Juan, un español que era ingeniero agrónomo y trabajó en el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC). Por esta razón, en su momento hizo su primaria y secundaria en Caracas, pero tras la muerte del padre la familia eligió volver a la Argentina.
En San Luis, luego de recibido y con un curso de especialización de cultivo de granos en la UBA, tuvo su primer trabajo en SER Beef, una empresa de producción primaria, abastecimiento de hacienda, alimento animal y genética Angus. “Para mí fue una escuela. Después me abrí y empecé a sembrar por mi cuenta”, afirmó.
A pesar de que estaba en la Argentina, seguía en contacto con sus amigos de Venezuela. Por redes, se reencontró incluso con quien compartió secundaria en ese país y luego se convirtió en su esposa.
“Me encontré con un país con muchísimas necesidades, con un gran porcentaje de los comercios cerrados, pero en ese momento se empezaban a tomar medidas que en estos tres años hicieron mejorar la situación, aunque sigue habiendo mucha miseria. No quiero decir que Venezuela se arregló, porque está muy lejos de eso, pero hay una trasformación dentro de la economía y hay sectores que se están beneficiando; el agro es uno de esos”, expresó sobre cómo vio a Venezuela al regresar para su proyecto. Además de tener su propia producción, también asesora a otros productores.
“Desde 2018 se tomaron una serie de medidas económicas que favorecieron la producción agrícola, se liberaron los precios que estaban controlados por el Gobierno, se flexibilizaron las exportaciones e importaciones y exoneraron a la agricultura de todo tipo de impuestos”, agregó.
“En Venezuela se siembra menos de un 5% de las 20 millones de hectáreas con capacidad productiva. Eso genera un déficit de materias primas y los industriales se ven obligados a importarlas y para ello pagan el precio del mercado de Chicago, más el flete y todo lo necesario para hacerlas ingresar al país. Entonces, quienes la producen dentro de Venezuela pueden venderla al valor del mercado internacional más un diferencial, que en promedio suelen ser 100 dólares la tonelada”, destacó.
En esta línea, agregó: “Hasta hace tres años el productor recibía muchos subsidios del Gobierno, pero al momento de vender el grano este no valía nada”.
Detalló que en ese esquema la actividad agropecuaria “pasaba a ser un negocio financiero” y los productores “dejaban de lado la búsqueda de más productividad”.
“Llevó a que la actividad agrícola no esté lo suficientemente explotada porque no hay una mirada del agro como negocio, hay pocos productores y no está la cultura extensiva [de la producción]”, remarcó.
En esa línea, habló de que hay mucho potencial. “Tenemos experiencias de maíces de 7000 kilos en la zona central del país, pero su promedio en general es de 3000 kilos porque todavía hay muchos problemas productivos. Falta conocimiento en el manejo de cultivos e inversión en tecnología agrícola, tanto en lo que se refiere a maquinaria, como genética”, comentó.
“El año pasado se sembraron unas 250.000 hectáreas de maíz y este año hay perspectiva de que se siembran unas 400.000. En tanto, en soja hubo una producción de aproximadamente 7000 hectáreas”, explicó sobre la producción en el país.
En Venezuela los precios de la tierra oscilan entre los US$500 y US$1000 la hectárea, dependiendo la región. Y hay dos regímenes de propiedad: uno con campos del Instituto Nacional de la Tierra, que pertenecen al Estado y se dan en concesiones al sector privado, y otro con explotaciones “totalmente privadas”.
Con lluvias de 1000 a 1500 milímetros según la región, los suelos para producir tienen “buenos niveles de nutrientes”, aunque también hay tierras que demandan una corrección por su déficit. “Es cuestión de trabajarlos”, afirmó.
“Allí no hay problemas para conseguir fertilizantes, de hecho hay producción nacional. La urea en Venezuela se vende a US$200 mientras que en la Argentina está a $1300 la tonelada. Tampoco hay retenciones, el problema es la falta de inversión”, señaló.
Entre otras dificultades, en tanto alerta que “no hay créditos” ni existe la figura del contratista que presta servicios para la producción.
Por esa razón, Ariel Rossi Videla, un contratista que García conoció en la Argentina, está próximo a irse a Venezuela para hacer ese trabajo. En ese sentido, en diálogo con LA NACION contó que su idea en ese país es prestar servicios con máquinas importadas de los Estados Unidos, México y Brasil. “Veo una enorme oportunidad, creo que se puede crecer. El problema es que no hay créditos”.
Si bien ambos coinciden que hay “altos márgenes de rentabilidad”, también afirman que en Venezuela la producción es un negocio que se hace “con adrenalina”.
Esta nota se publicó originalmente el 26 de abril de 2022
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