El poncho es una prenda de la campaña ya que, como bien se dijo, “la enorme difusión de esta pieza textil, se explica porque posee innumerables ventajas: manta, rebozo, cojín, recado de montar, protege del agua y del frío”. Ruth Corcuera, Delia Millán de Palavecino, Fernando Assunçao, Jorge Marí y Enrique Taranto han dedicado numerosos trabajos al poncho, siendo este uno muy especial.
Miguel Ángel Cárcano recordaba que allá por setiembre de 1906, todos los domingos después de almorzar, recibían sus padres en el hotel Mirabeau en París la visita del general Lucio V. Mansilla y su mujer Mónica Torrome. El muchacho de 17 años, “esperaba su visita como un acontecimiento excepcional. Había oído de él infinidad de anécdotas sobre su vida de soldado, de político y de hombre de mundo. Me parecía un personaje legendario, extraordinario, que de pronto se convertía en un hombre que podía ver y tocar”. Señalaba que sus contemporáneos, deslumbrados por esa personalidad, olvidaban al Mansilla autor de “Una excursión a los indios Ranqueles” .
Como bien lo señala Cárcamo era “conocedor del alma de los cautivos y de los gauchos de la frontera”, pero estaba más dedicado a su vida diplomática y había olvidado esa excursión. En una de las frecuentes visitas del joven Cárcano, le confesó esta frase que parece la de un adelantado a su tiempo: “Hoy te contaré cosas que no he referido en mi excursión, cosas que no pueden contarse a nadie, aunque sean reales, y hayan sucedido, cosas que demostrarían la incapacidad y crueldad de nuestros militares para dominar al indio, cosas increíbles que echarán por tierra la reputación de alguno de nuestros grandes hombres?”.
Inmediatamente le pidió a Mónica el poncho del cacique Mariano Rozas, y dijo: “Miguel Ángel, has de creer que es el único objeto que me queda de aquella gran amistad y extraordinaria empresa. Mi vida vagabunda por el mundo los ha dispersado a todos? El poncho de mi compadre, la prenda que más quiero”. Al momento ella volvió con la caja atada con cintas de seda blanca, Mansilla la colocó sobre el escritorio, “el poncho está dormido entre tanto papel que lo envuelve. El general lo despierta, lo acaricia, lo toma con ambas manos y levantándolo frente a la ventana va desdoblándolo con cuidado. De pronto vuela de sus pliegues una polilla, después otra, son muchas las que revolotean doradas en los rayos del sol. El suspendido contra la luz aparece cubierto de agujeros luminosos. El general lo estruja entre sus manos, vuelan las últimas polillas” y sentado en un sillón, cubriéndose los ojos empieza a sollozar.
Este relato impactante viene a la memoria al publicarse el segundo volumen de las colecciones del Museo Histórico Nacional, auspiciado por sus autoridades y la Asociación de Apoyo a la institución, donde se dedica entre otros objetos a los ponchos. La prenda que fue de Mariano Rozas y que le regaló a Mansilla, este dispuso donarla al Museo el 5 de octubre de 1909. En carta a Adolfo P. Carranza le decía: “Ahí va la encomienda, el poncho-pampa tejido por la mujer de Mariano Rozas. El ribete de la boca y de lo demás no es como verá obra pampa. Se lo puse para evitar que se desflocara”.
Consultado el Museo, un funcionario me aclaró que en la actualidad no hay registro de la actividad de las polillas. Junto con otras tantas piezas semejantes que abrigaron a San Martín, Lavalle, Las Heras, Thorne, Rivas, Rosas y Urquiza; la donación del poncho que le obsequiara Mariano Rozas por Lucio V. Mansilla a la casona del Parque Lezama, cobra aún mayor dimensión con el testimonio de Miguel Ángel Cárcano ya que el viejo general sostenía: “es la prenda que más quiero”.
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