No hace falta hablar demasiado de la devoción popular a Nuestra Señora de Luján, "la virgen gaucha" como se la ha llamado. Monseñor Anunciado Serafini, obispo de Mercedes, instauró la peregrinación de los paisanos al santuario mariano. A fines de setiembre acuden desde largas distancias a caballo, en grupos, solitarios y otros en coches o modestos sulkys. Todos impulsados por una fe que año a año se renueva constantemente y con inmensa devoción.
Un sacerdote de esa diócesis, monseñor Juan Guillermo Durán, docente y reconocido historiador y académico acaba de publicar un libro titulado Manuel "Costa de los Ríos" fiel esclavo de la Virgen de Luján. Con rigurosidad describe la vida de aquel negro, que fue custodio de la sagrada imagen.
Sobre la base de los aportes de Raúl A. Molina y el Pbro. Juan Antonio Presas, el autor llega a la conclusión que la imagen llegó al Río de la Plata en 1630. Un siglo después, el fraile mercedario Pedro Nolasco de Santa María, referirá que un portugués Antonio Farías de Sáa, fundador de "una hacienda en Sumampa" solicitó a un paisano suyo le trajese del Brasil una imagen pequeña de la Inmaculada Concepción "para colocar en una capilla". Le remitieron "a un mismo tiempo dos; las cuales encajonadas cargó en su carretón, y llegando al río de Luján hizo noche en lo de un paisano suyo llamado Rosendo".
En esa estancia sucedió el conocido episodio del milagro de la Virgen de Luján, cuando la carreta no avanzaba, hasta que al sacarse la caja que llevaba la sagrada imagen, los bueyes comenzaron a caminar. Manuel, el negro que había sido bautizado y catequizado fue quien consideró aquella era una señal divina.
Guardada en la estancia, la imagen quedó junto a Manuel. La noticia se propagó rápidamente y así fue testigo de la construcción de una primer ermita o capilla de adobe y techos de paja, a la que llegaron durante 40 años muchos paisanos o familias en sencilla peregrinación, mientras nuestro negro con esmero y prolijidad mantenía siempre una vela día y noche iluminando la imagen. Este hombre, dedicado como muchos de los suyos a ayudar en tareas rurales, se consideraba el esclavo de la Virgen.
Cuando la estancia y la ermita cayeron en abandono, doña Ana de Matos pidió la imagen para llevarla a sus tierras a orillas del Río Luján para rendirle culto. Se pagaron por Manuel 250 pesos para que continuara al servicio de la Virgen. Y siguió cuidando de ella, con el sebo de las velas o las lámparas que iluminaban la imagen ungía a los enfermos que se acercaban a buscar cura a sus enfermedades.
Manuel recibía a los paisanos del lugar o a los que peregrinaban. Lo hizo hasta 1686 en que falleció, su cuerpo fue sepultado detrás del altar mayor del santuario que en ese momento se estaba terminando de edificar.
Hace poco, el empeño de monseñor Durán, autor del libro y abnegado propulsor de la de la devoción al negro Manuel y postulador del proceso de su beatificación, fue notificado por la Congregación para las Causas de los Santos, que no hay impedimentos para iniciar la causa para llevar a los altares al testigo ocular del milagro y primer custodio de la llamada "Virgen Gaucha", pudiendo llamárselo aquel amigo y bienhechor de esos paisanos Siervo de Dios. Un motivo de alegría para los hombres de campo y cultores de la tradición que en estos días peregrinan a Luján.